Publicado: 22:48 06/02/2010 · Etiquetas: critica, The Road, La Carretera, Viggo Mortensen, Robert Duvall, Charlize Theron, John Hillcoat, Cormac McCarthy · Categorías: Opinion Personal : FagoCineTosis
Papá, ¿nosotros llevamos el fuego? La Carretera es de aquellos libros que perduran en la mente de aquél que se atreve a leerlos. Ya pueda ser por su cruenta y dura realidad, por su excelente prosa o por su significado profundo y ardiente, La Carretera no es una novela de ficción más. Es un alegato a la esperanza sobre todas las cosas. Tamaño significado no es fácil de asimilar, más y cuando, el peso de la razón del mismo libro recae en las desventuras de un padre y un hijo en un mundo arrasado y plagado de la más hiriente y peligrosa miseria humana. Cuando se habló de adaptar la novela de Cormac McCarthy a la gran pantalla, muchos se tiraron de los pelos. Casi ningún estudio quería meterse en camisa de once varas ante una novela tan políticamente incorrecta y peligrosa. Más y cuando, toca temas de formas y maneras en las que solo Cormac McCarthy sabe salir airoso. Tras el éxito de No es País para Viejos y el beneplácito correspondiente de la crítica, el camino estaba hecho. La novela ganadora del premio Pulizter tenía material suficiente como para dar a luz un poderosísimo y sobrecojedor largometraje, pero había que ir con pies de plomo. Aunque fueron muchos los nombres que se barajaron en la dirección del film (se llegó a rumorear que los mismísimos hermanos Coen se pondrían detrás de las cámaras), el peso recayó en un hombre relativamente desconocido, John Hillcoat, que lo único que tenía en su haber era un excelente y extraño western, La Proposición. En la distribución de papeles, también hubo controversia. Si bien nadie ponía en duda que el papel del Padre recaería en el siempre eficiente Viggo Mortensen, hubo muchísimas dudas y problemas al ver que el rol de la Madre, acabaría en Charlize Theron. No por su elección, si no por el supuesto peso que cobraría en la película su personaje (más del que tenía en el libro). Gracias a Dios, todos esos rumores y dudas, han acabado haciendo aguas por todos lados. La Carretera nos cuenta la historia del viaje por la supervivencia de un padre y un hijo en un futuro post-apocalíptico. Tras un desastre indeterminado (¿y quién necesita saber realmente que pasó?), el mundo tal y como lo conocemos, se desmorona. Los animales mueren, lo que fué verde, ahora es gris. Lo que antes crecía, ahora se pudre. Las ciudades han quedado desiertas, llenas de ceniza y escombros. Los pocos supervivientes, se dedican a viajar como refugiados hacia otros lugares en busca de algo mejor, esquivando y sorteando a las peligrosas bandas de caníbales que pueblan las carreteras. En medio de todo el caos, El Padre (Viggo Mortensen) y el Hijo (Kodi Smit-McPhee) intentan sobrevivir de la mejor manera posible, mantiendo la integridad que caracteriza al género humano. La Carretera es una película de personajes. El peso de la historia recae en los dos avatares protagonistas, y el desarrollo de la película se basa en sus acciones, pensamientos y recuerdos. La química presente entre Viggo y Kodi es realmente maravillosa. Es tan palpable, real y creíble, que hay momentos en los que piensas que son padre e hijo en la vida real. Jamás en mis años de cine (y se pueden decir que no son pocos) he visto una relación tan bonita y hermosa, tan deliciosamente real, como la que se puede ver en el film. El Padre, una persona supuestamente acomodada a la vida con su esposa en un mundo ideal, se ve forzado a criar solo (tras la negativa y egoísta reacción de su esposa al dar a luz) y llevar hacia un buen lugar a su hijo en un mundo que no se lo pone fácil. Se ve obligado a cargar con el peso de una criatura a la que quiere mostrarle lo mejor de un universo que se desmorona poco a poco e intenta hacerle lo más llevadero posible la elección de vivir en tales condiciones. Es la dualidad entre La Madre (interpretada en los recuerdos del Padre por Charlize Theron) y El Padre, la que nos hará ver como la figura del personaje de Viggo Mortensen es alguien sacrificado, noble y justo ante la adversidad (una persona de principios), mientras que por el contrario, su esposa se refleja como el egoísmo más puro y carnal. Debilidad que también escojen todos los que deciden olvidar todo aquello que nos hacía humanos y caminan hacia la pérdida absoluta del enterismo en pos del más salvaje y despiadado canibalismo, y que está presente y reinante durante todo el film. Durante su viaje, se verán sometidos a durísimas pruebas y situaciones, que revelarán la naturaleza de ambos (el fuego como lo denominan la pareja protagonista). Situaciones, que si en el libro se reflejaban agustiosas, duras o conmovedoras, en su traspaso a la pantalla, se ven aún más demoledoras. Momentos cuando se encuentran con la emboscada de caníbales y El Padre se ve obligado a disparar a uno de ellos (con el consiguiente llanto por miedo, terror y desconcierto hacia la figura de su padre por parte del hijo) o el encuentro con la figura del hombre viejo por la carretera (elocuente y buen personaje interpretado por el gran Robert Duvall). Es el retrato de la pareja protagonista lo que dota verosimilitud a todo el largometraje, conectando con todo aquél espectador que esté realmente pendiente e identificado con los problemas y visicitudes de ambos. Todos sabemos de la calidad interpretativa de Viggo Mortensen, el cual hace lo que tiene que hacer en todo momento, pero la verdadera revelación de La Carretera se llama Kodi Smit-McPhee. Un tierno infante que arrebatará el corazón de los más duros del lugar, y que tiene momentos en los que está realmente magnífico, conmoviendo con sus miradas, llantos y gestos. Es la inocencia en un mundo vilmente embrutecido lo que hará que te transportes e identifiques con el pequeño mundo que está intentando construír su padre alrededor de él. En definitivas cuentas, una actuación de libro. El chico tiene madera, y no son pocos los que piensan que es el próximo Christian Bale (recordad su papel en la excelente El Imperio del Sol), dado sus duelos interpretativos con un actor de la talla de Viggo. Tiempo al tiempo (aún es pronto para hablar sobre la carrera del niño), pero hay que tener un ojo encima de él. Para dar ejemplo de que La Carretera es una obra maestra en todos y cada uno de los apartados que toca (y no solo a nivel de actuaciones), decir que estéticamente, La Carretera está a otro nivel. La fotografía de nuestro compatriota Javier Aguirresarobe es digna de admiración, abogando por tonos grises y apagados, sucios y ocres, sin nada de iluminación artificial y dependiendo de los caprichos del astro rey para rodar (si se levantaban las nubes en el set de rodaje, se paraba todo). Tiene algunos momentos preciosos en el término visual, como son un par de planos aéreos alrededor de ciudades devastadas con enormes barcos anclados y estampados en sus calles y edificios o deprimentes paisajes carbonizados donde los árboles se caen uno tras otro. El escenario apocalíptico es un personaje más en La Carretera, es un compañero más de viaje de la pajera protagonista, y como tal, tiene una importancia vital en el desarrollo de la historia. La Carretera es una obra maestra. Sin rodeos, sin tapujos. No es de fácil asimilación, es una película pesada y de difícil digestión, pero es una muestra del buen cine en tiempos difíciles, y es transportadora de un mensaje digno y puro en momentos convulsos. Es una oda a la dignidad humana cuando la desesperación llama a la puerta. En los tiempos que corren, donde las salas se llenan de personas que se consideran cinéfilas pero se dedican a contar dólares y centavos en los resultados de las taquillas (como los mismísimos directores y jefes de las compañías a las que tanto critican cuando solo miran por el vil metal) y en los que o estrenas tu película en chorrocientas dimensiones o no eres nadie, La Carretera brilla por luz propia. Brilla en un océano de ceniza cinematográfica gracias a sus actuaciones, a su grandioso y eficiente guión (una de las mejores adaptaciones jamás vista) y a una estética y fotografía digna de admiración. La Carretera es una de esas películas ignoradas, casi de culto, que con el paso del tiempo, serán recordadas como joyas de su tiempo, cintas que no tuvieron la suerte ni la publicidad necesaria para ser recordadas por el gran público (ni por la crítica, como es evidente dada su no inclusión en ninguna de las candidaturas a los Oscars), pero que perduran en las retinas y corazones de todos aquellos que en su momento apostaron por ella. Ahora es el momento de reflexionar y pensar seriamente, si uno lleva el fuego cuando nos referimos a eso de amar el cine haciéndolo perdurar mediante el recuerdo y la honra o si por el contrario se encuentra en el colectivo devorador de las películas espectáculo cuales caníbales cinematográficos. Si está entre los primeros, no se la pierda. Lo agradecerá. open.spotify.com/album/0w9ZV8fOJuCXb9MqHPkTKG La banda sonora es simple pero emotiva, a cargo de la pareja que nos brindó la excelente pista de audio de El Asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, Nick Cave y Warren Ellis. Alberto González Publicado: 17:52 01/02/2010 · Etiquetas: critica, pelicula, factor humano, Clint Eastwood, Matt Damon, Morgan Freeman, Mandela, Rugby, Sudafrica, racismo · Categorías: Opinion Personal : FagoCineTosis
Soy el amo de mi destino; Soy el capitán de mi alma Más allá de la noche que me cubre negra como el abismo insondable, doy gracias a los dioses que pudieran existir por mi alma invicta. En las azarosas garras de las circunstancias nunca me he lamentado ni he pestañeado. Sometido a los golpes del destino mi cabeza está ensangrentada, pero erguida. Más allá de este lugar de cólera y lágrimas donde yace el Horror de la Sombra, la amenaza de los años me encuentra, y me econtrará, sin miedo. No importa cuán estrecho sea el portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma. Invictus es la última creación de ese mastro de directores que es Clint Eastwood. Basada en el libro de John Carlin (Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation), la película narra los problemas del nuevo presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, y sus acciones y movimientos para gobernar un país dividido por las vicisitudes de un imperante racismo aletargado en la sociedad africana tras años de opresión. Usando el deporte (el rugby) como principal caballo de Troya para sus objetivos (evitar el odio de la minoría blanca afrikaner), el destino de la nación africana cambiará para siempre una vez la pelota se ponga en juego. La película del genial director de Million Dollar Baby y Gran Torino, juega constantemente con los estilismos propios del más común de los biopic. Consigue enaltecer la figura del presidente Nelson Mandela tras su paso por la prisión y enarbola sus característicos movimientos en contra del racismo. Durante gran parte del metraje, veremos una detallada (aunque algo insulsa y falta de motivación) descripción de su rutina en los primeros años y días de su mandato, consiguiendo (a duras penas) establecer una conexión de la figura que actua como principal baluarte de la película y el espectador. Eastwood no logra reflejar del todo el poder iconoclasta que tiene Mandela (que Morgan Freeman interpreta con bastante lucidez, dicho sea de paso), y finalmente fracasa a la hora de establacer una base fuerte o consistente entorno al popular mandatario negro. Lo que podría haber sido una apreciación excelente a la figura de Mandela para contar lo que pasó aquellos días por Sudáfrica, se queda en un simple y facilón acercamiento. Un personaje tan complicado, enrevesado y astuto como Nelson Mandela, debería haber contando con una mayor fuerza en el reflejo de sus actividades a la hora de enfrentarse al problema que se plantea en la película. No es que se reclame un biopic absoluto (eso sería aburridísimo y en cierto modo, inviable), pero si una mayor complejidad de la que se ha pasado con bastante deferencia. A fin de cuentas, hay momentos en los que parece más un aficionado al deporte que el verdadero motor de uno los movimientos más arriesgados y lúcidos de la historia de la política. Aunque lo comentado no es problema para Invictus en el conjunto de su alegato, si es cierto que lastra gran parte del potable resultado que tiene en el resto de sus apartados. El peso de la película (y por ende, los mejores compases de la misma) acaba recayendo en el (una vez más) impresionante Matt Damon, verdadero artífice de los momentos más lúcidos, interesantes y completos de Invictus. Matt Damon, que da vida al capitán de la selección sudafricana de rugby Francois Pienaar (conocidos comos los Springboks), es la herramienta usada por Mandela para atar los últimos cabos de una nación dividada tras años de apartheid. En una maniobra criticada por sus mismos compatriotas y electores, la selección se volverá un sinónimo de unidad nacional tras haber sido un símbolo del racismo y la superioridad afrikaner sobre el pueblo negro. Y es ahí donde Invictus sale victoriosa. Momentos como el primer contacto del equipo con los chicos de los barrios más marginales y empobrecidos del país, la visita de Mandela a los entranamientos, toda la alegoría a la libertad presente en el poema (y en el himno) que dá título a la película o el contraste del odio de la población negra al más maravilloso de los apoyos (a destacar como al principio hay un pequeño que no quiere llevar el polo de la selección por miedo a represalias de sus amigos y al final acaba celebrando con ahínco los resultados de la misma selección), consigue que Invictus sea algo más que un sesgado y sencillo biopic de Nelson Mandela. A fin de cuentas, uno de los mensajes que están impresos en el código genético de la película, es que es el deporte lo que nos hace iguales en el fondo de la cuestión. Es el espíritu de unión ante la adversidad y un enemigo común (aunque esté en el terreno de juego y sea un adversario meramente ficticio fuera del plano deportivo) los que nos hace iguales y compatriotas. Los que nos hace compañeros de equipo. Compañeros bajo unos mismos colores. El verdadero factor humano dentro de toda la ecuación que se plantea en Invictus. Invictus esconde en su interior una referencia más al cine rompedor de barreras y segregaciones raciales del que hace gala Clint Eastwood durante toda su carrera. Ya vimos el fuerte sentimiento unitario del mismo en la excelentísima Gran Torino, tocó levemente el tema en aquella obra maestra del western llamada Sin Perdón (el personaje de Morgan Freeman pasaba por un mundo de blancos sin el menor atisbo de diferencia por el color de su piel) y lo volvemos a ver en la presente obra. Invictus es un claro alegato a la superación del ser humano, a la necesaria sensación de unidad a la hora de enfrentarnos a grandes problemas y desafíos, sin importar el color de piel, idioma o credo. Es en los momentos ya citados anteriormente, donde aparece levemente (pero con gran fuerza audiovisual) dicho leitmotiv de la obra eastwoodiana de los últimos tiempos. Uno no puede evitar rendirse ante ciertas secuencias de corte clásico (curiosamente casi todas agolpadas hacia el final de la cinta, donde también puede verse un cambio de ritmo bastante evidente a fin de cuentas de resolver toda la trama) contadas y narradas con un pulso propio de Eastwood, y acompañadas por las omnipresentes melodías étnicas habituales en las películas ambientadas en el continente. El cine es el arma más poderosa a la hora de transmitir ideas, pensamientos, críticas o sentimientos. Es una herramienta potente que consigue llevar directamente a la psique de los espectadores aquello que el director o creador desea. Es tan útil y eficiente, que cuando se consigue aquello que se intenta plasmar (y no siempre todos los realizadores lo logran), el gérmen enviado desde el proyector a nuestras retinas, queda grabado a fuego en el alma de todo aquél que se deje llevar por el medio cinematográfico. Clint Eastwood es uno de los pocos directores que pueden alardear de hacerlo, y aunque el resultado en Invictus es bastante irregular, el núcleo de la idea que pretende transmitir a la audiencia, llega perfectamente a poco que el espectador tenga cierta inquietud a la hora de enfrentarse al largometraje como algo más que un mero entretenimiento. Y eso, en la era del espectáculo, las 3D y demás parafernalias más propias de la feria y el circo, es muchísimo. Alberto González Actualizo el post con la Banda Sonora Original: (Copiad el siguiente enlace en vuestro navegador, pinchad en él, y tendréis el disco para escucharlo mediante Spotify) open.spotify.com/album/1akhhUzkrmfNRtTSBRHJdm |
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