Publicado: 17:52 01/02/2010 · Etiquetas: critica, pelicula, factor humano, Clint Eastwood, Matt Damon, Morgan Freeman, Mandela, Rugby, Sudafrica, racismo · Categorías: Opinion Personal : FagoCineTosis
Soy el amo de mi destino; Soy el capitán de mi alma Más allá de la noche que me cubre negra como el abismo insondable, doy gracias a los dioses que pudieran existir por mi alma invicta. En las azarosas garras de las circunstancias nunca me he lamentado ni he pestañeado. Sometido a los golpes del destino mi cabeza está ensangrentada, pero erguida. Más allá de este lugar de cólera y lágrimas donde yace el Horror de la Sombra, la amenaza de los años me encuentra, y me econtrará, sin miedo. No importa cuán estrecho sea el portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma. Invictus es la última creación de ese mastro de directores que es Clint Eastwood. Basada en el libro de John Carlin (Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation), la película narra los problemas del nuevo presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, y sus acciones y movimientos para gobernar un país dividido por las vicisitudes de un imperante racismo aletargado en la sociedad africana tras años de opresión. Usando el deporte (el rugby) como principal caballo de Troya para sus objetivos (evitar el odio de la minoría blanca afrikaner), el destino de la nación africana cambiará para siempre una vez la pelota se ponga en juego. La película del genial director de Million Dollar Baby y Gran Torino, juega constantemente con los estilismos propios del más común de los biopic. Consigue enaltecer la figura del presidente Nelson Mandela tras su paso por la prisión y enarbola sus característicos movimientos en contra del racismo. Durante gran parte del metraje, veremos una detallada (aunque algo insulsa y falta de motivación) descripción de su rutina en los primeros años y días de su mandato, consiguiendo (a duras penas) establecer una conexión de la figura que actua como principal baluarte de la película y el espectador. Eastwood no logra reflejar del todo el poder iconoclasta que tiene Mandela (que Morgan Freeman interpreta con bastante lucidez, dicho sea de paso), y finalmente fracasa a la hora de establacer una base fuerte o consistente entorno al popular mandatario negro. Lo que podría haber sido una apreciación excelente a la figura de Mandela para contar lo que pasó aquellos días por Sudáfrica, se queda en un simple y facilón acercamiento. Un personaje tan complicado, enrevesado y astuto como Nelson Mandela, debería haber contando con una mayor fuerza en el reflejo de sus actividades a la hora de enfrentarse al problema que se plantea en la película. No es que se reclame un biopic absoluto (eso sería aburridísimo y en cierto modo, inviable), pero si una mayor complejidad de la que se ha pasado con bastante deferencia. A fin de cuentas, hay momentos en los que parece más un aficionado al deporte que el verdadero motor de uno los movimientos más arriesgados y lúcidos de la historia de la política. Aunque lo comentado no es problema para Invictus en el conjunto de su alegato, si es cierto que lastra gran parte del potable resultado que tiene en el resto de sus apartados. El peso de la película (y por ende, los mejores compases de la misma) acaba recayendo en el (una vez más) impresionante Matt Damon, verdadero artífice de los momentos más lúcidos, interesantes y completos de Invictus. Matt Damon, que da vida al capitán de la selección sudafricana de rugby Francois Pienaar (conocidos comos los Springboks), es la herramienta usada por Mandela para atar los últimos cabos de una nación dividada tras años de apartheid. En una maniobra criticada por sus mismos compatriotas y electores, la selección se volverá un sinónimo de unidad nacional tras haber sido un símbolo del racismo y la superioridad afrikaner sobre el pueblo negro. Y es ahí donde Invictus sale victoriosa. Momentos como el primer contacto del equipo con los chicos de los barrios más marginales y empobrecidos del país, la visita de Mandela a los entranamientos, toda la alegoría a la libertad presente en el poema (y en el himno) que dá título a la película o el contraste del odio de la población negra al más maravilloso de los apoyos (a destacar como al principio hay un pequeño que no quiere llevar el polo de la selección por miedo a represalias de sus amigos y al final acaba celebrando con ahínco los resultados de la misma selección), consigue que Invictus sea algo más que un sesgado y sencillo biopic de Nelson Mandela. A fin de cuentas, uno de los mensajes que están impresos en el código genético de la película, es que es el deporte lo que nos hace iguales en el fondo de la cuestión. Es el espíritu de unión ante la adversidad y un enemigo común (aunque esté en el terreno de juego y sea un adversario meramente ficticio fuera del plano deportivo) los que nos hace iguales y compatriotas. Los que nos hace compañeros de equipo. Compañeros bajo unos mismos colores. El verdadero factor humano dentro de toda la ecuación que se plantea en Invictus. Invictus esconde en su interior una referencia más al cine rompedor de barreras y segregaciones raciales del que hace gala Clint Eastwood durante toda su carrera. Ya vimos el fuerte sentimiento unitario del mismo en la excelentísima Gran Torino, tocó levemente el tema en aquella obra maestra del western llamada Sin Perdón (el personaje de Morgan Freeman pasaba por un mundo de blancos sin el menor atisbo de diferencia por el color de su piel) y lo volvemos a ver en la presente obra. Invictus es un claro alegato a la superación del ser humano, a la necesaria sensación de unidad a la hora de enfrentarnos a grandes problemas y desafíos, sin importar el color de piel, idioma o credo. Es en los momentos ya citados anteriormente, donde aparece levemente (pero con gran fuerza audiovisual) dicho leitmotiv de la obra eastwoodiana de los últimos tiempos. Uno no puede evitar rendirse ante ciertas secuencias de corte clásico (curiosamente casi todas agolpadas hacia el final de la cinta, donde también puede verse un cambio de ritmo bastante evidente a fin de cuentas de resolver toda la trama) contadas y narradas con un pulso propio de Eastwood, y acompañadas por las omnipresentes melodías étnicas habituales en las películas ambientadas en el continente. El cine es el arma más poderosa a la hora de transmitir ideas, pensamientos, críticas o sentimientos. Es una herramienta potente que consigue llevar directamente a la psique de los espectadores aquello que el director o creador desea. Es tan útil y eficiente, que cuando se consigue aquello que se intenta plasmar (y no siempre todos los realizadores lo logran), el gérmen enviado desde el proyector a nuestras retinas, queda grabado a fuego en el alma de todo aquél que se deje llevar por el medio cinematográfico. Clint Eastwood es uno de los pocos directores que pueden alardear de hacerlo, y aunque el resultado en Invictus es bastante irregular, el núcleo de la idea que pretende transmitir a la audiencia, llega perfectamente a poco que el espectador tenga cierta inquietud a la hora de enfrentarse al largometraje como algo más que un mero entretenimiento. Y eso, en la era del espectáculo, las 3D y demás parafernalias más propias de la feria y el circo, es muchísimo. Alberto González Actualizo el post con la Banda Sonora Original: (Copiad el siguiente enlace en vuestro navegador, pinchad en él, y tendréis el disco para escucharlo mediante Spotify) open.spotify.com/album/1akhhUzkrmfNRtTSBRHJdm 0 comentarios :: Enlace permanente
Comentarios: (primero los más recientes)
Participa con tu Comentario:
Este blog no permite comentarios. |
Blogs en Vandal · Contacto · Denunciar Contenido