Publicado: 16:54 18/07/2010 · Etiquetas: · Categorías: Mis escritos
Nosotros no tenemos esperanza. Somos los abandonados, los que vivimos en los suburbios, los que no tienen nombre. El nombre nos lo arrebató la ciudad, para ella somos una cifra, un dato estadístico más con los que engrosar las listas. No somos nadie. Somos los restos, los desesperanzados, los vagabundos, los tahúres y los drogadictos. Ellos nos desterraron aquí, después de aprovecharse de nosotros. Pero tú y yo… tú y yo somos distintos. No pertenecemos al mundo del lujo ni de la opulencia, ni pertenecemos completamente a estos suburbios. Sí, se han aprovechado de nosotros, y nos han arrojado a esta pocilga.

A mí me robaron los sueños, los ideales y la fuerza de la juventud. Yo antes era otro de esos que intentaban hacer de este lugar algo digno de la presencia humana. Me despojaron todo eso. Lo ahogaron con su dinero, sus estadísticas, su alcohol. Me arrebataron lo que les hacía falta y a cambio me dieron un billete de autobús y una palmada en la espalda. El billete era de ida. Estaba claro, no querían a alguien como yo entre ellos. Ellos aprendieron a vivir a costa de las esperanzas ajenas. Ellos son como vampiros en la noche, que se presentan en tu vida sin avisar, y te chupan la sangre. Y una vez te dejan seco, te tiran al pozo que ellos construyen para sus presas.

A ti te robaron la belleza, la alegría y el amor. Te hacían regalos y te decían todas esas cosas bonitas con un único propósito. Ambos sabemos cuál era. Para cuando te quisiste dar cuenta, era demasiado tarde. Estabas con poco más que una maleta en la estación de buses, llorando, porque lo que te habían arrebatado era difícil de recuperar. Estabas rezando para que algún ángel bajase del Cielo y te ayudase. Pero no bajó ningún ángel ni vino ningún salvador. Entonces te mudaste a los suburbios.

Allí tú y yo nos conocimos. Al verte, sentí lástima. No sabía como una chica tan bonita podía haber acabado ahí. Te ofrecí la redención. No me refería a la redención que sólo viene de arriba. Esa no es la que andábamos buscando. Estabas rota, herida y dolorida, pero yo no conozco a nadie que no esté así en este lugar. Aún así, te decidiste a salir. Ese fue mi rayo de esperanza, el estímulo que necesitaba para intentar escapar al dominio de esta ciudad. Decidimos luchar contra aquellos que nos robaron todo, que nos quitaron la vida poco a poco. Que nos hicieron renegar del amor, la esperanza y de los sueños, y nos convirtieron en buscavidas.

Entonces nos labramos nuestra redención. Tú sabías que yo no era el ángel por el que habías rezado en la estación, yo sabía que tú no tenías los sueños que a mí me habían quitado. Pero nos dio igual. Hicimos el juramento de matar o morir. De salir de este pozo, o morir en el intento, pero en ningún caso quedarnos ahí.

Y peleamos, peleamos contra los ejecutivos y hombres de negocios, los traficantes de almas y sueños. Porque tú y yo teníamos la fuerza para derrotarlos… A los tres meses, encontraron dos cuerpos con un disparo en la cabeza, tirados en una cuneta. Nuestros dos cuerpos. Nadie los reconoció. Y a nadie le importó.

Publicado: 17:39 11/07/2010 · Etiquetas: · Categorías: Mis escritos
-Hubo una vez una bonita ciudad. Las casas no eran muy grandes, pero tampoco muy pequeñas. No había grandes monumentos, pero tenía parques. Muchos parques donde los amantes echaban la tarde. Esa ciudad me encantaba tío.
-¿Sí? Llega el verano, ¿irás a visitarla o algo?
-Hace mucho tiempo que está en ruinas.
-No jodas. ¿Qué le pasó? ¿Alguna catástrofe natural o algo?
-No, nada de eso. Un tío decidió tirarla abajo.
-¿Toda ella? Venga ya, pero necesitaría ayuda, ¿no?
-Claro que tuvo ayuda, esa ciudad no se destruye sola.
-¿Y, qué vas a hacer?
Reflexioné. ¿Que qué iba a hacer? Joder, olvidarme de ella. O eso, o intentar reconstruirla. Imposible. Esa ciudad la levantaron dos personas. Dos personas. Un hombre, y una mujer. Construyeron un sitio apacible, donde se podía vivir. Donde no había muerte, ni dolor. Ellos construyeron una ciudad, que aunque estuvo a punto de venirse abajo en una ocasión, consiguieron impedir que se derrumbase. Consiguieron. Mentira, la salvó la mujer. Él estuvo a punto de irse de esa ciudad, y dejarla en manos de ella. Y una ciudad como esa es cosa de dos. No contesté a mi amigo. En lugar de eso, viajé a las ruinas de la ciudad.
Vi los parques, arrasados. Las casas, completamente demolidas, y paseé entre los edificios, una vez majestuosos. Ahora en ruinas. Fui a los bares donde la gente se tomaba sus copas antes de salir de noche, y también vi el ayuntamiento. Ese ayuntamiento no era el mejor, tenía sus fallos, pero era un buen lugar. Aún así, no pudo evitar el derrumbe de aquella ciudad. Muchos os preguntareis como una ciudad tan bonita, tan espléndida, pudo haber caído. Como alguien pudo haber ordenado su demolición. Quien sería ese alguien. Ese alguien, diréis, es un cabronazo. No pensó en la ilusión de los que la levantaron, ni de los que vivían en ella.

Sonreí. Encendí un pitillo. Me di la vuelta. Ya había paseado antes por esas ruinas. Pensé en que tiempo después de su demolición, intentaron reconstruirla. El chico. Se lo dijo a la chica, y ella, tras asuntos que ahora no vienen al caso, decidió no hacerlo. El chico se quedó destrozado. Aún se pasea por esas ruinas, fumando. Sí amigos, el chico que construyó la ciudad, junto a la chica, fui yo. El nombre de la chica… os da igual. Quienes me conocen saben cómo se llama.
¿Cómo permití que demoliesen mi ciudad? Es simple. Yo la demolí. Supongo que me cansé, me cansé de vivir ahí. Y la demolí sin preguntarle siquiera a la chica. Bang, adiós ciudad.
Me consta que la chica construyó otros pueblos, efímeros. También me consta que esta ciudad está muerta, es una ciudad fantasma. ¿Por qué quiero reconstruirla, si ella no quiere?
La esperanza es una hija de puta…

Publicado: 14:42 07/07/2010 · Etiquetas: · Categorías:
Apuré mi copa y encendí otro cigarrillo. Intentaba despejar mi mente, sobreponer mis pensamientos al barullo de aquel bar. Me había dejado. Había encontrado a otro que le hacía más feliz. Joder… y aquí estoy yo, en un bar, emborrachándome y fumando. No quería a nadie a mi lado. La única compañía que yo aceptaba era la de la nicotina y el alcohol. Ellos no me hablaban. No me decían que saldría del agujero, que ella no me merecía. Lo único que hacían era darme un poco de sabor.

Me fui a mi casa. Esa noche llovía. Hacía frío y el agua me calaba, pero me daba igual. Cuando recibí la noticia, cuando ella cortó todos los lazos que nos unían, no llovía. Llegué al bar bajo un cielo estrellado, y salí de él aguijoneado por la lluvia y el dolor. Tenía un nudo en la garganta, sólo pude deshacerlo llorando. Doy gracias a que llovía, porque los hombres fuertes no lloran. Es lo que nos enseñan, que no se llora. Una mierda. Llorando me probaba dos cosas: que la quería y que estaba vivo. Mi casa estaba a oscuras. Encendí la luz y fui al baño a ducharme. Seguía llorando. Las lágrimas se mezclaban con el agua caliente y el jabón me recordaba la suciedad que había en mi alma. Fui a la cama a dormir, no quería saber nada del mundo. Sólo quería dormir. “Por lo menos durmiendo no sufres”, me dije. Tardé dos horas en dormirme, no paraba de darle vueltas a la misma idea… ¿Por qué? ¿Qué es lo que hice mal? ¿Qué ha visto ella en el otro, joder? Nada. Ni una respuesta.

Desperté. Eran las diez y media. Encima llegaré tarde al trabajo, y el capataz me echará la bronca. Pasé de ir. No tenía ganas de soportar a ese tío, y menos después de lo de ayer. En lugar de eso, llamé a mis colegas y nos fuimos a comer, a echar el día en la calle. Les expliqué la situación, y ellos me dijeron que la enviara al cuerno. Yo les respondí que no podía, que la quería joder, que ella era la única a la que de verdad amé. Me dijeron que o la mandaba al carajo, o me iba a hundir más. Y no les hice caso. Preferí agarrarme al recuerdo de esos días maravillosos en los que sólo éramos ella, yo y la ciudad. Y me dolía. Tres meses después, ya desesperado, decidí hacer caso a sus consejos, y la borré de mi vida.

Y me costó. Poco tiempo después, volví a saber de ella. El otro tío la había dejado preñada y la había abandonado. Me llamó y me lo dijo, dijo que se había dado cuenta de que me quería, de que me necesitaba a mi lado. ¿Sabes lo que le contesté?

Yo aprendí a vivir sin ti. Aprende tú a vivir sin mi.


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