Publicado: 07:06 18/11/2006 · Etiquetas: · Categorías: Balompié
Leí una vez en una entrevista al argentino Hernán Crespo proferir que, en la antesala del proceder al dormitar, cada noche sabía que iría a soñar con ganar un Mundial con su país. Alta desventura es la nuestra que sólo un tal Raúl pondría su sístole al servicio del equipo de todos, mientras que para el resto no es más que una incómoda carga. El despropósito que habita en las entrañas de la Selección no es sólo cuestión de ausencia de un patriotismo necesario en pos de triunfar cuando se defiende el país de uno, sino que es una admixtión de circunstancias adversas.
No se puede soslayar el problema que cuya raíz se encuentra en su misma anatomía: la Federación española. El largo viaje, sobre un ceniciento cascarón desabrido de sentimientos, continúa ligero de equipaje en esperanzas, no habidas cuando se mira un plantel de futbolistas de poca talla. La puñalada que horada el corazón, empero, no es sino Luis; ese entrenador que llegó con miras de hacernos campeones y que hoy día es un cáncer con afán de profanar con suma alevosía las ilusiones de un país entero, que es la mitad de España, de levantarse algún día, como Crespo, campeones de algo. |
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