mi viaje al infierno

Publicado: 19:32 09/08/2009 · Etiquetas: re4, resident evil, evil, leon, s, kennedy, ada, wong, resident, evil, 5, 4, re, novelas, blogs · Categorías:
RESIDENT EVIL VOLUMEN CUATRO
INFRAMUNDO
S.D. PERRY

Hay miles cortando las ramas del árbol del mal
por cada uno que está asestando golpes a la raíz.
HENRY DAVID THOREAU

Prólogo
Associated Press, 6 de octubre, 1998
MUEREN MILES DE PERSONAS EN EL TERRIBLE INCENDIO DE UN PUEBLO DE LAS MONTAÑAS. SE SOSPECHA DE UN BROTE INFECCIOSO
NUEVA YORK, NY — La aislada comunidad montañosa de Raccoon City, Pensilvania, ha sido declarada oficialmente zona catastrófica por el estado y por los funcionarios del gobierno federal mientras los esforzados bomberos siguen luchando contra las llamas, cada vez menores, y la cifra de muertos sigue creciendo. Ahora mismo se calcula que más de siete mil personas murieron por las explosiones y los incendios que azotaron Raccoon City desde las primeras horas del domingo 4 de octubre. Este hecho es considerado como el peor desastre en Estados Unidos en términos de pérdidas de vidas humanas desde el comienzo de la era industrial. Los destrozados familiares y amigos de los ciudadanos de Raccoon City, llegados al mismo tiempo que las organizaciones nacionales de ayuda y la prensa internacional, se agolpan alrededor del bloqueo que rodea a las ruinas todavía en llamas de la ciudad, a la espera de alguna noticia procedente de la cercana población de Latham.
El director de la Agencia Nacional de Control de Desastres (ANCD), Terrence Chavez, que actúa como coordinador de los esfuerzos combinados de las distintas unidades de bomberos y de emergencia, efectuó una declaración oficial a la prensa la noche pasada en la que dijo que, salvo complicaciones imprevisibles, se espera que los incendios quedarán extinguidos por completo a mitad de semana, pero que pueden pasar bastantes meses antes de que se pueda averiguar con certeza cuál ha sido el origen del fuego, tanto si fue intencionado como si no. Según Chavez, «la magnitud de los daños, tan sólo en términos de superficie afectada, va a motivar que encontrar las respuestas sea una tarea ardua, pero esas respuestas están ahí. Llegaremos hasta el fondo de la cuestión sin importar lo que haga falta».
A fecha de hoy, a las seis de la mañana, la cifra de supervivientes es de setenta y ocho, y sus nombres y el estado en que se encuentran se ha mantenido en secreto. Han sido trasladados a una instalación federal desconocida para permanecer en observación y/o recibir tratamiento. Los primeros informes de los equipos de emergencia indican al parecer la existencia de una enfermedad desconocida que puede haber sido la causante del increíble número de víctimas, ya que los ciudadanos infectados no pudieron escapar debido a la gravedad de la dolencia. Además, existen rumores que indican que la enfermedad puede haber provocado una psicosis de tipo violento en algunos de los pacientes infectados. Los funcionarios de las agencias de control de enfermedades, tanto públicas como privadas, han pedido que se extiendan los límites de la cuarentena, y aunque no se ha hecho ninguna declaración oficial en ese sentido, se han «filtrado» numerosas descripciones de las anormalidades físicas y biológicas de las víctimas. Según una de las fuentes, un trabajador de un equipo de asesoramiento federal dijo que «algunas de esas personas no habían muerto simplemente quemadas o asfixiadas por la inhalación de gases. Vi a gente que había muerto por disparos o por apuñalamiento, además de por otras formas de violencia. Vi a individuos que era evidente que habían estado enfermos, muertos o moribundos antes de que les alcanzasen las llamas. El incendio ha sido terrible, devastador, pero no es el único desastre que se ha producido aquí, me apuesto lo que sea».
Raccoon City fue noticia a principios de este año debido a una serie de extraños asesinatos que conmocionaron a la población. Se trataba de crímenes sin móvil aparente, de una tremenda violencia, y bastantes de ellos incluían actos de canibalismo. Ya se están produciendo por parte de la prensa local cercana a Raccoon City, intentos de relacionar los once asesinatos sin resolver del pasado verano con los rumores de actos violentos en masa que se produjeron antes de que estallara el enorme incendio.
El señor Chavez se negó a confirmar o desmentir esos rumores, y se limitó a declarar que las investigaciones relativas a esa tragedia serán exhaustivas…
Nationwide Today, Primera Edición, 10 de octubre de 1998
SIGUE AUMENTANDO LA CIFRA DE MUERTOS EN RACCOON CITY TRAS LOS ESFUERZOS COMBINADOS DE LOS EQUIPOS DE BÚSQUEDA Y RESCATE
NUEVA YORK, NY — El recuento oficial de muertos casi llega a 4.500, aunque las ennegrecidas ruinas de Raccoon City siguen siendo registradas en búsqueda de más víctimas de los hechos apocalípticos que tuvieron lugar la mañana del pasado domingo. Mientras la nación comienza su periodo de luto, más de seiscientos hombres y mujeres trabajan para desvelar las razones que provocaron la destrucción de la antaño pacífica comunidad. Las organizaciones de ayuda local, los científicos, los soldados, los agentes federales y los equipos de investigación de las distintas compañías se han unido en una muestra de afán y resolución, aunando sus recursos y aceptando las responsabilidades que se les han asignado para poder esclarecer la verdad.
Al director de la ANCD, Terrence Chavez, que es el máximo responsable de la operación conjunta, se le han unido investigadores de máximo nivel de los centros de control de enfermedades de todo el mundo, agentes de seguridad nacional de distintas organizaciones federales y un equipo privado de microbiólogos procedente de Umbrella Corporation, financiado por la misma compañía farmacéutica, y que está investigando la posibilidad de que exista una conexión entre su laboratorio químico situado en las afueras de la ciudad y la extraña infección conocida ya como el «síndrome de Raccoon».
Los estudios iniciales sobre la enfermedad han sido imprecisos y no han llegado a ninguna conclusión, según palabras del jefe del equipo de Umbrella, el doctor Ellis Benjamin, pero también dice textualmente que «sin embargo, estamos convencidos de que los ciudadanos de Raccoon City resultaron infectados por algo, ya fuese de modo accidental o intencionado. Lo único que sabemos con certeza en este momento es que no parece transmitirse por vía aérea, y que el resultado final es una rápida desintegración celular y la muerte. Todavía desconocemos el hecho de si se trata de una infección bacteriana o vírica, o cuáles son los síntomas, pero no descansaremos hasta que hayamos agotado todos nuestros recursos. Sean cuales sean los resultados de la investigación, nos hemos comprometido a llegar hasta el final. Es lo menos que podemos hacer, si tenemos en cuenta lo mucho que nuestra compañía le debe a la gente de Raccoon City». La planta química y las instalaciones administrativas de Umbrella Corporation proporcionaban casi un millar de puestos de trabajo a la localidad.
Los ciento cuarenta y dos supervivientes siguen bajo estricta cuarentena para ser interrogados y sometidos a una estricta observación en un lugar desconocido. Aunque sus nombres siguen siendo un secreto, el FBI ha publicado una lista en la que se indican las diferentes condiciones médicas en las que se encuentran. Diecisiete supervivientes han sufrido tan sólo algunas heridas leves y se encuentran en situación estable, setenta y nueve todavía se encuentran en estado crítico tras tener que sufrir operaciones quirúrgicas, y cuarenta y seis, aunque no han resultado heridos, han sufrido alguna clase de colapso mental o de crisis nerviosa. No se ha confirmado si están o no infectados con el síndrome, pero la declaración incluye una referencia a los relatos de los supervivientes que confirman la existencia de esa infección.
El general Martin Goldman, supervisor a cargo de todas las operaciones militares en la ciudad devastada, mantiene la esperanza de que todas las personas que todavía se encuentran desaparecidas serán encontradas en los próximos siete días. «Ya tenemos a cuatrocientas personas distribuidas en equipos que están trabajando veinticuatro horas al día todos los días en busca de supervivientes y realizando comprobaciones de identidad. Y me acaban de decir que llegarán otras doscientas el lunes por la mañana…»
Fort Worth Bugler, 18 de octubre de 1998
LA TRAGEDIA DE RACCOON CITY PUDO SER UNA CONSPIRACIÓN PERPETRADA POR EMPLEADOS DE LA CIUDAD
FORT WORTH, TEXAS — Los equipos de limpieza que trabajan en Raccoon City, Pensilvania, han encontrado nuevas pruebas que indican que el «síndrome de Raccoon», la enfermedad causante de la mayor parte de las 7.200 muertes, cifra oficial hasta el momento, que han tenido lugar en esa ciudad, puede haber sido extendido entre la desprevenida población por el jefe de policía de Raccoon City, Brian Irons, y varios miembros de la escuadra de tácticas especiales y rescates (los STARS) de la localidad.
El portavoz del FBI, Patrick Weeks, el director de la ANCD, Terrence Chavez, y el doctor Robert Heiner (convocado por el jefe del equipo de Umbrella Corporation, el también doctor Ellis Benjamin) revelaron en una conferencia de prensa que tuvo lugar ayer por la tarde que existen importantes pruebas circunstanciales de que el desastre de Raccoon City fue consecuencia de un ataque terrorista que salió tremendamente mal. Los incendios posteriores que casi han arrasado la pequeña ciudad pueden haber sido un intento por parte de Irons y de sus cómplices de tapar los catastróficos efectos secundarios de la propagación de la enfermedad. Según Weeks, se han encontrado numerosos documentos entre las ruinas del edificio central de la policía de Raccoon City que implican a Irons como el jefe de toda la trama de una conspiración cuyo objetivo era asaltar y tomar por la fuerza la planta química de Umbrella Corporation situada en las afueras de la ciudad. Al parecer, Irons estaba furioso porque el equipo dirigente de la alcaldía había suspendido las actividades de los STARS a finales de julio por los tremendos errores que cometieron al efectuar la investigación de los múltiples asesinatos, los crímenes caníbales, ya bien documentados, y que costaron la vida a once personas el verano pasado. Los STARS de Raccoon City fueron retirados después de que se produjera un accidente de helicóptero en la última semana de julio, en el que murieron seis miembros del equipo. Los cinco miembros supervivientes fueron suspendidos de empleo y sueldo después de que las pruebas encontradas sugirieran la ingestión de drogas y/o alcohol como posible causa del accidente. Aunque Irons apoyó en público la suspensión de la escuadra de élite, los documentos hallados indican que Irons planeaba amenazar al alcalde Devlin Harris y a otros miembros del consejo de la ciudad con soltar varios productos químicos volátiles y extremadamente peligrosos a menos que cumplieran ciertas demandas económicas. Weeks continuó diciendo que Irons tenía un historial de inestabilidad emocional, y que los documentos, la correspondencia entre Irons y uno de sus cómplices, revelaban un plan diseñado por Irons para extorsionar y pedir un rescate al equipo de la alcaldía, y después huir del país. El cómplice sólo aparece como «C.R.», pero también aparecen numerosas referencias a «J.V», a «B.B.» y a «R.C.». Todas ellas son las iniciales de cuatro de los cinco miembros de STARS suspendidos.
Terrence Chavez declaró: «Si suponemos que estos documentos son verdaderos, Irons y los suyos habían planeado atacar la planta de Umbrella a finales de septiembre, lo que correspondería exactamente con la fecha establecida por el doctor Heiner como la de mayor propagación del "síndrome de Raccoon". Ahora mismo estamos trabajando con la hipótesis de que se produjo el asalto, y que ocurrió un accidente inesperado con unos resultados catastróficos. Todavía no sabemos si el señor Irons o alguno de los miembros del equipo de STARS sigue con vida, pero se les busca para interrogarlos. Hemos establecido una orden de búsqueda y captura a nivel nacional, y todos nuestros aeropuertos internacionales, las aduanas y las patrullas fronterizas han sido alertadas. Le pedimos a cualquiera que tenga información sobre este caso que la haga pública».
El doctor Heiner es un microbiólogo famoso además de miembro asociado de la División de Materiales Biopeligrosos, y declaró que la composición y la combinación exacta de productos químicos vertidos en Raccoon City quizá no se sepa nunca: «Es obvio que Irons y los suyos no tenían ni idea de lo que estaban manejando. El problema es que Umbrella está continuamente investigando y desarrollando nuevas variantes de síntesis de enzimas, cultivos bacterianos y represores virales, por lo que el componente letal fue, prácticamente sin duda, un añadido accidental. Las posibles combinaciones de materiales se elevan a millones, por lo que las probabilidades de reproducir con éxito la mezcla causante del "síndrome de Raccoon" son infinitesimales».
El director nacional de los STARS no ha efectuado ninguna declaración, pero Lida Willis, la portavoz a nivel regional de la organización, ha dicho que están «asombrados y entristecidos» por el desastre, y que van a dedicar a todos sus agentes disponibles a la búsqueda de los miembros desaparecidos del equipo de STARS, además de cualquier contacto del que pudieran disponer todavía en su círculo de trabajo.
Lo que resulta irónico es que los documentos fuesen encontrados por uno de los equipos de búsqueda de Umbrella Corporation…

Capítulo 1
—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó David, y John Andrews apretó a fondo el pedal del acelerador, haciendo girar la pequeña furgoneta en una esquina mientras el tableteo de los disparos resonaba a través de la fría noche de Maine.
John había detectado los dos coches, sedanes de color negro y sin ninguna clase de insignia, tan sólo un momento antes, lo que apenas les había dado tiempo a armarse. Fuesen quienes fuesen los que estaban pegados a sus traseros, Umbrella, los STARS de la localidad, o los policías del lugar, no importaba, todos eran Umbrella…
—¡John, despístalos! —le dijo David, y de algún modo logró que su voz sonara tranquila y relajada incluso mientras las balas acribillaban la parte trasera del vehículo. Era su acento.
Siempre suena igual, ¿y dónde demonios está Falworth?
John se sentía disperso, y los pensamientos cruzaban raudos por su mente en confusa mezcolanza. Era un hacha en las misiones previamente planeadas, pero los ataques por sorpresa le ponían los nervios de punta…
… directos a Falworth y de cabeza a la pista de despegue… ¡Dios!, diez minutos más y ya nos habríamos marchado…
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que John había entrado en combate, y jamás lo había hecho en mitad de una persecución en coche. Era muy bueno en eso, pero llevaba una furgoneta…
¡Bang, bang, bang!
Alguien estaba respondiendo a los disparos desde la parte posterior del vehículo, haciendo fuego a través de una de las ventanillas traseras. Las detonaciones del arma de nueve milímetros en un espacio tan reducido eran tan atronadoras como la voz de un dios iracundo y le machacaron los oídos a John, haciéndole todavía más difícil concentrarse.
Diez puñeteros minutos más.
Estaban a diez minutos de la pista de despegue donde les estaba esperando un vuelo charter. Era una broma pesada… Después de pasar semanas ocultos, a la espera, sin correr ninguna clase de riesgo, van y les pillan justo cuando iban a salir del puñetero país.
John se agarró con fuerza al volante cuando entraron a toda velocidad en la calle Sexta. La furgoneta era demasiado pesada para superar en maniobras a los sedanes. Incluso sin el peso de las cinco personas y la cantidad de artillería que llevaban en el interior, el voluminoso y cuadrado vehículo no era precisamente un coche de carreras. David la había comprado precisamente por eso, porque no era nada llamativa, porque se trataba de un automóvil en el que nadie se fijaría, y ahora lo estaban pagando. Si lograban despistar a sus perseguidores, sería un milagro. Su única posibilidad era encontrar algo de tráfico, y hacer un poco de juego de esquiva. Era algo peligroso, pero también lo era salirse de la carretera y que te acribillaran a balazos.
—¡Cargador! —pidió a gritos León, y John echó un vistazo por el espejo retrovisor.
Vio que el joven policía estaba en cuclillas junto a una de las ventanillas traseras, al lado de David. Habían quitado los asientos posteriores para el viaje hasta el aeropuerto para así disponer de más espacio para las armas, pero eso también implicaba de no disponer de cinturones de seguridad. Si doblaban una esquina a demasiada velocidad, los cuerpos saldrían volando…
¡Bang! ¡Bang!
Otros dos disparos de los capullos del primer sedán, probablemente de un arma del calibre 38. John apretó un poco más el acelerador de la retemblante furgoneta al mismo tiempo que León respondía a los disparos con su Browning de nueve milímetros. León Kennedy era el mejor tirador del grupo. David le había ordenado probablemente que apuntara a las ruedas…
Bueno, el mejor tirador después de mí, ¿y cómo diablos voy a perderlos de vista en Exeter, Maine, a las once de la noche de un día de diario? No hay casi coches…
Una de las mujeres le lanzó un cargador a León. John no pudo ver cuál de ellas porque tuvo que girar el volante a la derecha para dirigirse hacia el centro de la ciudad. La furgoneta, con un chirrido de caucho sobre el asfalto, se estremeció al doblar la esquina de Falworth, en dirección al este. El aeropuerto estaba hacia el oeste, pero a John no le pareció que ninguno de los ocupantes de la furgoneta estuviese demasiado preocupado por llegar a tiempo para tomar el avión.
Lo primero es lo primero, y tenemos que librarnos de los gorilas que Umbrella ha contratado. Dudo mucho que haya sitio para todos en el avión…
John vio unos destellos de color rojo y azul reflejados en el espejo retrovisor: al menos uno de los coches había colocado una luz en el techo del vehículo. Quizás eran policías de verdad, lo que sería mala suerte. La labor de control de Umbrella había sido exhaustiva: gracias a ellos, probablemente todos los policías del país creían que su pequeño equipo era responsable, al menos en parte, de lo que había ocurrido en Raccoon City. Los STARS también estaban en sus manos. Algunos de los cargos de mayor rango se habían vendido, pero lo más probable era que los agentes a pie de calle no tuvieran ni idea de que la organización se había convertido en una marioneta en manos de la compañía farmacéutica…
Lo que hace que sea todavía más difícil responder a los disparos.
Nadie del improvisado equipo quería que algún inocente resultara herido. Ser engañado por Umbrella no era un crimen, y si los ocupantes de los coches eran policías…
—No llevan antenas, no nos han dado ningún aviso, ¡no son policías! —gritó León, y John tuvo tiempo de sentir un par de segundos de alivio antes de ver unas barricadas que se extendían ante ellos y la señal de desvío al siguiente bloque. Vio el blanco rostro de un hombre con un chaleco naranja, sosteniendo una indicación de «Aminorar la velocidad», y soltándolo a toda prisa para ponerse a cubierto…
… hubiese sido divertido sino fuese porque iban a más de ochenta y les quedaban aproximadamente tres segundos antes de estrellarse.
—¡Agarraos! —gritó John, y Claire apoyó las piernas contra la pared contraria de la furgoneta, vio como David sostenía a Rebecca, a León aferrándose a una manilla…
… y la furgoneta chirriando, saltando y corcoveando como un caballo salvaje, inclinándose hacia un lado…
… y Claire realmente sintió el espacio vacío bajo el lado derecho de la furgoneta cuando su cuerpo se vio comprimido hacia la izquierda y su nuca golpeó dolorosamente contra el neumático de repuesto.
--Oh, mierda.
David gritó algo pero Claire no pudo oírle por encima del chirrido de los frenos, no le entendió hasta que David se echó hacia el lateral derecho y Rebecca se arrastró junto a él…
… ¡bam!, la furgoneta se enderezó con un terrorífico bote y John pareció recuperar el control, pero todavía se oía el punzante chillido de unos frenos provenientes de…
¡CRASH!
La explosión de metal y cristales tras ellos estuvo tan cerca que el corazón de Claire perdió un latido. Se volvió, mirando por la ventanilla con los demás y vio que uno de los coches se había estrellado contra la barricada, una barricada contra la que ellos mismos se habrían estrellado un segundo o dos antes. Ella sólo captó el breve vistazo de una capota retorcida, ventanillas rotas y una nube de humo antes de que el segundo sedán le bloquease la vista, rechinando al pasar la esquina y continuando con la persecución.
—Perdón por eso —les gritó John, sin aparentar arrepentimiento en absoluto sino un estado de júbilo provocado sin duda por el subidón de adrenalina.
En las pocas semanas transcurridas desde que León y ella se habían unido a los ex STARS fugitivos, había descubierto que John hacía bromas con prácticamente cualquier cosa. Era a la vez su más atractivo y su más irritante rasgo.
--¿Todos bien? –preguntó David, y Claire asintió. Rebecca hizo lo mismo.
--Me he llevado un porrazo pero estoy bien --dijo León, frotándose el brazo con una expresión de dolor—. Pero no pienso…
¡BAM!
Lo que fuese que León no pensara fue interrumpido por la poderosa detonación que sacudió la trasera de la furgoneta.
En un intento de detenerles, el pasajero del sedán les había disparado, unas pocas pulgadas más alto y los proyectiles habrían entrado por la ventanilla.
—John, cambio de planes —gritó David mientras la furgoneta viraba bruscamente, su voz fría y autoritaria elevándose por encima del ruido del motor—. Estamos a tiro…
Antes de que pudiese acabar la frase, John tiró de pronto a la izquierda. Rebecca cayó hacia atrás, a punto de aplastar a Claire. La furgoneta ahora enfilaba una tranquila calle residencial.
--Agarraos a vuestros traseros —gritó John por encima del hombro.
El frío aire nocturno azotó la furgoneta, casas oscuras pasaron velozmente a su lado cuando John aumentó la velocidad. León y David ya estaban recargando sus armas, acuclillados detrás de la puerta de metal. Claire intercambió una mirada con Rebecca, que parecía tan intranquila por la situación como ella misma. Rebecca Chambers también era una antigua integrante del grupo de los STARS de Raccoon City, y había entrado en acción junto al hermano de Claire, Chris, además de participar en una reciente operación contra Umbrella llevada a cabo por David y John. Pero la joven había sido entrenada como médico, con estudios profundos sobre bioquímica. La puntería no era uno de sus puntos fuertes, incluso Claire tiraba mejor, y eso que ella era la única entre los ocupantes de la furgoneta que no había recibido entrenamiento de verdad…
A menos que consideres sobrevivir a Raccoon City como algo parecido.
Claire se estremeció involuntariamente mientras John tomaba una curva cerrada a la derecha y esquivaba un camión aparcado, con el sedán ganándole terreno por momentos. Raccoon City: los arañazos y los moretones en el cuerpo de Claire aún no habían desaparecido del todo, y sabía que a León el hombro todavía le dolía… ¡BOUM!
Otra descarga de escopeta a sus espaldas, pero esa vez el disparo salió muy desviado. Esta vez…
—Cambio de planes —dijo David de nuevo, con su tranquilizador acento británico, como si fuera la voz de la razón y de la lógica en mitad del caos. No era de extrañar que hubiese ascendido hasta ser capitán de los STARS.
—Que todo el mundo se prepare para un choque. John, en cuanto dobles la siguiente curva, frena en seco. Golpear y huir, ¿vale?
David levantó las rodillas y apoyó los pies con fuerza contra el costado de la furgoneta.
—Ya que nos quieren tanto, pues que nos pillen.
Claire se deslizó por el suelo, afirmó sus pies contra el respaldo del asiento del pasajero, con las rodillas dobladas y la cabeza agachada. Rebecca se acercó a David, y León se aproximó a Claire hasta dejar la cabeza a la altura de la suya. Intercambiaron una mirada y León sonrió levemente.
—Esto no es nada —le dijo en voz baja.
A pesar del miedo que sentía, Claire le devolvió la sonrisa. Después de sobrevivir a la locura y al caos de Raccoon City, esquivando a los enloquecidos humanos y haciendo frente a las criaturas de Umbrella, por no mencionar el hecho de haber escapado muy por los pelos de la muerte cuando las instalaciones secretas de Umbrella estallaron y volaron por los aires; comparado con todo aquello, un simple choque entre coches no era más que una merienda campestre.
Sí, vale, tú sigue diciéndote eso, le susurró su mente, y después no pensó en nada más, porque la furgoneta dobló una esquina, John pisó a fondo el pedal del freno y se quedaron a escasos segundos de ser impactados por una tonelada y media de metal y cristal a toda velocidad.
David inhaló y exhaló profundamente, relajando todo lo que pudo sus músculos, con el sonido de fondo del chirrido de los frenos acercándose a toda velocidad por detrás… y ¡pam!, un estremecimiento brutal, una sensación de vibración increíble, un segundo que pareció prolongarse a lo largo de una eternidad silenciosa e interminable…, y el ruido que se produjo inmediatamente después… la rotura de cristales y el sonido del aplastamiento de una lata amplificado un millón de veces. David se vio arrojado hacia delante y hacia atrás, oyó a Rebecca dejar escapar un gemido ahogado… y todo se acabó. John ya estaba acelerando a fondo para cuando David se puso de rodillas y alzó su Beretta. Echó un vistazo por la ventanilla y pudo ver que el sedán se había quedado inmóvil, cruzado en mitad de la calle a oscuras, con el radiador frontal y los faros totalmente machacados. Las difusas siluetas caídas detrás del parabrisas agrietado estaban tan inmóviles como el propio coche.
Tampoco es que nosotros hayamos salido mucho mejor librados…
La barata furgoneta de color verde que había comprado específicamente para el trayecto hasta el aeropuerto ya no tenía parachoques ni luces traseras, ni tampoco placa de matrícula… ni, por lo que él supiera, modo alguno de poder abrir las puertas traseras. Ambas partes no eran más que una masa metálica hundida, deformada y completamente inútil.
No es que fuera una gran pérdida. A David Trapp no le gustaban las furgonetas, y tampoco es que tuviera pensado llevársela hasta Europa. Lo importante era que todavía estaban vivos, y que, al menos de momento, habían logrado esquivar el infinitamente largo brazo de Umbrella.
David se dio la vuelta para observar a los demás mientras el vehículo se alejaba del coche destrozado. Alargó la mano de un modo reflejo para ayudar a Rebecca a ponerse en pie. Al igual que John, le había tomado bastante cariño a la joven, desde la malhadada misión al laboratorio de Umbrella situado en la costa. El resto del equipo no había logrado sobrevivir…
Dejó a un lado aquellos pensamientos antes de que se aferrasen a su mente, y le indicó a John que diese la vuelta para ir en dirección a su destino original, pero que permaneciese alejado de las calles principales. Había sido mala suerte que les detectasen justo cuando se iban… pero tampoco es que fuese sorprendente. Umbrella había mantenido vigilada la ciudad de Exeter desde hacía ya dos meses, justo después de que regresaran de la ensenada de Calibán. Tan sólo había sido cuestión de tiempo.
—Buen truco, David —le dijo León—. Procuraré recordarlo la próxima vez que me persigan los sicarios de Umbrella.
David asintió, inquieto. Le gustaban León y Claire, pero no sabía qué pensar acerca del hecho de que otras dos personas buscaran su liderazgo. Podía entenderlo de John y de Rebecca, ya que antes habían formado parte de los STARS, pero León no era más que un policía novato de Raccoon City y Claire una estudiante universitaria que tan sólo daba la casualidad de que era la hermana pequeña de Chris Redfield.
Cuando tomó la decisión de apartarse de los STARS tras descubrir que estaban controlados por Umbrella, no se esperaba que continuaría al mando de un grupo, no había querido nada de eso…
Pero no era cuestión mía tomar esa decisión, ¿verdad?
No había pedido su fidelidad, ni tampoco se había ofrecido para ser el que debía tomar las decisiones… pero no importaba, así habían salido las cosas. En la guerra no se suele tener el lujo de poder elegir.
David paseó la vista a su alrededor, a los demás, antes de volver a mirar por la ventanilla trasera para ver cómo pasaban de largo las casas y los edificios en la oscura noche. Todo el mundo parecía un poco relajado tras el subidón de la adrenalina. Rebecca estaba sacando los cargadores y recolocando las armas; León y Claire estaban sentados muy juntos enfrente de ella, sin hablar. Solían estar muy cerca el uno del otro, y tan unidos como la primera vez que les vieron, cuando David, John y Rebecca los recogieron justo en las afueras de Raccoon City hacía menos de un mes, sucios, heridos y aturdidos después de su encuentro con Umbrella. David no creía que hubiera nada romántico en ello, al menos, no de momento. Era más bien que compartían las mismas pesadillas. El hecho de estar a punto de morir juntos puede ser una experiencia muy unificadora.
Por lo que David sabía, Claire y León era los únicos supervivientes del desastre de Raccoon City que conocían la existencia del virus-T de Umbrella y su vertido accidental. La niña que había estado con ellos tenía una leve idea de lo que había ocurrido, aunque Claire había tenido mucho cuidado de proteger y ocultarle a la niña la verdad. Sherry Birkin no necesitaba saber que sus padres habían sido los máximos responsables de la creación de una de las armas biológicas más poderosas de Umbrella. Era mejor que recordase a su padre y a su madre como personas normales…
—¿David? ¿Te pasa algo?
Sacudió la cabeza para regresar de sus vagabundeos mentales y le hizo un gesto de asentimiento a Claire.
—Lo siento. Sí, estoy bien. Lo cierto es que estaba pensando en Sherry. ¿Cómo está?
Claire sonrió, y David se quedó sorprendido de nuevo al ver cómo se animaba cada vez que alguien mencionaba a Sherry.
—Está bien, y se está adaptando. Kate no se parece en nada a su hermana, lo que desde luego es una ventaja. Y a Sherry le cae bien.
David asintió de nuevo. La tía de Sherry le había parecido una persona agradable, pero además de eso, sería capaz de proteger a Sherry si Umbrella decidía ponerse a buscar a la niña. Kate Boyd era una abogada criminalista competente y preparada, una de las mejores de toda California. A Umbrella le convendría mantenerse alejada de la única descendiente de los Birkin.
Mala suerte que eso no se pueda aplicar a nuestro caso. Eso haría que todo fuese mucho más fácil…
Rebecca ya había acabado de reorganizar su arsenal, bastante impresionante por cierto. Se acercó para sentarse a su lado y se apartó un mechón de cabellos de la frente. Sus ojos parecían mucho más viejos que el resto de los rasgos de su cara. Apenas tenía diecinueve años, pero ya había pasado por dos incidentes armados con Umbrella. Era, en la práctica, la persona más experimentada de todos ellos respecto a los manejos de la compañía farmacéutica.
Rebecca se quedó callada unos instantes, mirando por la ventanilla cómo pasaban las calles. Cuando por fin habló, lo hizo en voz baja, pero al mismo tiempo observándole con atención.
—¿Crees que todavía están vivos?
Ni siquiera intentó pintarle un cuadro de color de rosa. A pesar de lo joven que era, la muchacha era capaz de discernir las verdaderas intenciones de la gente.
—No lo sé —le dijo, procurando que los demás no le oyeran. Claire deseaba ansiosamente reunirse con su hermano—. Lo dudo. Ya sabríamos algo de ellos. Me temo que eso significa que tienen miedo de que los localicen o…
Rebecca lanzó un suspiro. No estaba sorprendida por ello, pero tampoco satisfecha.
—Sí. Incluso si no pudieran entrar en contacto con nosotros… Texas todavía tiene instalada la antena decodificadora, ¿verdad?
David asintió. Texas, Oregón, Montana… todas aquellas bases disponían de canales abiertos, con miembros honestos de los STARS en los que podían confiar, y no habían recibido ningún mensaje desde hacía ya más de un mes. El último lo había enviado Jill. David se lo sabía de memoria. De hecho, había estado presente en sus sueños todos los días desde hacía semanas.
SANOS Y SALVOS EN AUSTRIA. BARRY Y CHRIS TIENEN UNA PISTA SOBRE LA OFICINA CENTRAL DE UMBRELLA. PARECE BUENA. PREPARAOS.
Preparados para reunirse con ellos, para llamar a las pocas tropas leales que él y John habían logrado convocar. Preparados para asaltar la verdadera oficina central de Umbrella, el poder oculto detrás de todas las demás instalaciones. Preparados para atacar al mal en su fuente y origen. Jill, Barry y Chris se habían marchado a Europa para descubrir dónde se estaban escondiendo los verdaderos jefes de las operaciones secretas de Umbrella, empezando por la sede central en Austria… y habían desaparecido.
—Ánimo, chicos, ya estamos —dijo John desde la parte delantera. David apartó los ojos del rostro serio de Rebecca y miró por la ventanilla para ver que ya habían llegado al aeropuerto.
Fuera lo que fuera lo que les hubiera pasado a sus amigos, ellos lo descubrirían muy pronto.

Capítulo 2
Rebecca se acomodó en el pequeño asiento del pequeño avión, se puso el cinturón de segundad y miró por la ventanilla, deseando que David hubiera alquilado un avión a reacción. Un avión sólido, grande, un reactor de los «no puede pasar nada malo porque soy gigantesco». Podía ver desde donde ella estaba sentada las hélices en una de las alas del aparato. Las hélices, como en el juguete de un niño.
Apuesto a que este trasto se hundirá como una piedra en cuanto caiga desde el cielo a unos cuantos cientos de kilómetros por hora y se estampe contra el océano…
—Para que lo sepas, éste es el tipo de avión en el que siempre se matan las estrellas de rock y gente así. Justo cuando despegan y se elevan en el aire, llega una ráfaga de viento y los estrella contra el suelo.
Rebecca levantó los ojos y vio la sonriente cara de John. Se había asomado por encima de los asientos situados delante de ella, con sus enormes brazos apoyados en los respaldos. Probablemente necesitaría dos asientos para él solo. No es que John fuera muy grande, es que tenía la complexión de un levantador de pesas: ciento diez kilos de músculos concentrados en un cuerpo de un metro ochenta de altura.
—Tendremos suerte si conseguimos despegar cargando ese culo tan gordo que has criado —le replicó Rebecca, y se vio recompensada por un atisbo de preocupación en los ojos negros de John.
Se había roto un par de costillas y había sufrido una perforación en el pulmón en su última misión, menos de tres meses atrás, y todavía no estaba en condiciones de ponerse a trabajar en el banco de pesas. Rebecca sabía que a pesar de su actitud burda y machista, John era muy vanidoso y se preocupaba de su aspecto físico, y realmente odiaba no haber podido entrenar.
La sonrisa de John se hizo todavía más amplia, y la piel de color marrón oscuro de su cara se agrietó con unas pequeñas arrugas.
—Sí, probablemente tienes razón. Subiremos unos cuantos cientos de metros y luego, ¡pam!, se acabó la historia.
Nunca debió decirle que era la segunda vez que iba a volar. La primera ocasión fue cuando acompañó a David a Exeter para participar en la misión de la ensenada de Calibán. Ése era exactamente el tipo de cosas de las que John sacaba continuamente partido para soltar chistes y burlarse…
El avión comenzó a estremecerse cuando los motores empezaron gemir hasta que produjeron un rugido profundo que hizo que Rebecca apretara los dientes. No estaba dispuesta a permitir que John se diera cuenta de lo nerviosa que estaba. Volvió a mirar por la ventanilla y vio a León y a Claire acercándose a los peldaños metálicos de la escalerilla. Al parecer, todas las armas ya estaban cargadas.
—¿Dónde está David? —preguntó Rebecca, y John se encogió de hombros.
—Creo que hablando con el piloto. Sólo tenemos uno, ¿sabes?, un amigo de un amigo de un tipo de Arkansas. Supongo que no existen demasiados pilotos que estén dispuestos a meter gente a escondidas en Europa…
John se inclinó para acercarse a ella y bajó la voz hasta convertirla en un susurro fingido al tiempo que la sonrisa desaparecía de su rostro.
—He oído decir que bebe. Lo conseguimos por un precio tan bajo porque estrelló su avión con todo un equipo de fútbol contra la ladera de una montaña…
Rebecca soltó una carcajada y meneó la cabeza.
—Tú ganas. Estoy aterrorizada, ¿te vale?
—Me vale. Eso es lo único que quería —dijo con voz grave, y se giró para sentarse de nuevo mientras Claire y León entraban en el reducido espacio de pasajeros.
Se colocaron en el centro del avión, acomodándose en los asientos situados al otro lado del pasillo de la misma fila donde estaba Rebecca. David había comentado que la zona ubicada justo encima de las alas era la más estable, aunque tampoco es que hubiera mucho donde escoger, el aparato tan sólo disponía de veinte asientos.
—¿Has volado antes? —le preguntó Claire inclinándose sobre el pasillo que las separaba, y con aspecto de estar un poco nerviosa también.
Rebecca se encogió de hombros.
—Una vez. ¿Y tú?
—Un par de veces, pero siempre en aviones de línea grandes, Boeing 747… o 727, no me acuerdo. Ni siquiera sé qué clase de avión es éste.
—Es un DHC 8 Turbo —dijo León—. Eso creo. David lo ha comentado en algún momento…
—Es un ataúd, eso es lo que es —les dijo la profunda voz de John flotando por encima de los asientos—. Una piedra con alas.
—John, cariño… Cállate la boca —le dijo Claire con un tono de voz amistoso.
John soltó una carcajada, obviamente encantado de haber encontrado alguien nuevo con quien jugar.
David apareció tras las cortinas de la parte delantera, procedente de la cabina del piloto, y John se calló. Todos le prestaron atención inmediatamente.
—Al parecer, ya estamos preparados para despegar —dijo David—. Nuestro piloto, el capitán Evans, me ha asegurado que todos los sistemas son completamente operacionales, y que despegaremos dentro de un momento. Me ha pedido que nos quedemos sentados hasta que nos indique lo contrario. Aahh… el lavabo está al otro lado de la cabina, y hay una nevera pequeña al otro extremo del avión con bocadillos y bebidas…
Su voz fue apagándose poco a poco, y se quedó con aspecto de querer decir algo más, pero de no saber qué era exactamente. Era una apariencia que Rebecca había visto a menudo en las semanas anteriores, una especie de incertidumbre intranquila. Suponía que desde el día que Raccoon City había volado en mil pedazos hecha una mierda, todos habían tenido esa mirada en un momento u otro…
Porque no deberían haberlo podido hacer. Eso debería haber sido su fin, y no lo ha sido, y ahora todos estamos más cabreados y atemorizados de lo que ninguno quiere admitir.
Cuando las noticias sobre el desastre comenzaron a aparecer en los periódicos, todos habían estado completamente seguros de que, esa vez, Umbrella no podría ocultar las pruebas. El accidente en la mansión Spencer había sido relativamente pequeño, fácil de explicar después de que el fuego arrasara toda la mansión y los edificios adyacentes. La instalación situada en la ensenada de Calibán se hallaba en un terreno privado y estaba demasiado aislada como para que nadie sospechara nada… De nuevo, Umbrella había recogido todas las pruebas y se había mantenido callada.
Pero había llegado Raccoon City. Miles de personas muertas… y Umbrella se había salido de rositas después de colocar pruebas falsas y conseguir que sus científicos mintieran por la compañía. Debería haber sido imposible. Aquello los había dejado descorazonados. ¿Qué posibilidades tenían un puñado de fugitivos contra una compañía de miles de millones de dólares que podía matar a todos los habitantes de una ciudad y encima salirse con la suya?
David decidió por fin no decir nada en absoluto. Hizo un breve gesto de asentimiento y se acercó para sentarse con ellos, pero antes se detuvo un momento al lado de Rebecca.
—¿Necesitas compañía?
Ella se dio cuenta de que estaba intentando darle ánimos… y también de que estaba muy cansado. David se había mantenido despierto casi toda la noche, comprobando hasta el más mínimo detalle los preparativos del viaje.
—No, estoy bien —le respondió con una sonrisa—. Además, si quiero cháchara siempre tengo a John a mano.
—Ya sabes que sí, cariño —le dijo John en voz alta, y David asintió de nuevo mientras le daba un ligero apretón en el hombro antes de marcharse hacia los asientos posteriores.
David necesita un poco de descanso. Todos lo necesitamos, y es un vuelo bastante largo… así que, ¿por qué tengo la sensación de que no vamos a poder tenerlo?
Por los nervios, sólo era eso.
El ruido del motor se hizo más fuerte, más agudo, y el avión comenzó a avanzar después de dar un brusco tirón. Rebecca se agarró a los reposabrazos y cerró los ojos, pensando que si tenía agallas para enfrentarse a Umbrella, desde luego podía soportar un viaje en avión.
E incluso aunque no pudiera, ya era demasiado tarde para cambiar de idea: ya estaban en camino, y no había marcha atrás.
Llevaban en el aire tan sólo veinte minutos y Claire ya estaba medio dormida apoyada en el hombro de León. Él también estaba cansado, pero sabía que no podría dormirse con tanta facilidad. Para empezar, tenía hambre… por no mencionar el hecho de que no estaba seguro de estar actuando del modo más correcto.
El mejor momento para ponerte a pensar eso, ahora que estás metido hasta el cuello —le dijo su subconsciente con voz sarcástica—. Quizá podrías pedirles que te dejaran bajar en Londres, o algo así. Podrías esperarles en un pub hasta que acaben… o mueran.
León se ordenó callar a sí mismo, y dejó escapar un pequeño suspiro. Estaba comprometido. Lo que Umbrella había estado haciendo no sólo era un delito criminal, era algo malvado… o al menos, lo más cercano a la maldad a que podían llegar todos aquellos avariciosos capullos de la compañía. Habían asesinado a miles de personas, habían creado armas biológicas capaces de asesinar a miles de millones, habían destruido la vida que él había planeado, y habían sido los responsables de la muerte de Ada Wong, una mujer por la que había sentido respeto y bastante aprecio. Se habían ayudado mutuamente en algunos de los momentos más difíciles de aquella terrible noche en Raccoon City. Sin ella no hubiera logrado salir con vida de allí.
Creía en lo que David y su gente estaban haciendo, y no es que tuviera miedo, no era nada de eso en absoluto…
León lanzó otro suspiro. Había pensado mucho en todo aquello desde que Claire, Sherry y él habían salido de la ciudad en llamas, y la única conclusión verdadera a la que había llegado era tan estúpida que no quería creérsela. Enfrentarse a Umbrella era hacer lo correcto… pero es que él no se sentía cualificado para estar allí.
Sí, eso es bastante estúpido.
Quizás era algo estúpido, pero le estaba haciendo contenerse, le hacía sentirse inseguro, y tenía que examinarlo en profundidad.
David Trapp había pasado casi toda su carrera profesional en los STARS, y había visto caer a la organización de su vida en manos de Umbrella; había perdido a dos amigos en una misión de infiltración en una instalación de pruebas de armas biológicas, al igual que John Andrews. Rebecca Chambers acababa de comenzar su vida profesional en los STARS cuando todo el asunto saltó por los aires, pero era una especie de niña científico prodigio que sentía un gran interés por los trabajos desarrollados por Umbrella, y el hecho de que hubiera pasado por más penalidades que ninguno de ellos hacía que fuese comprensible su dedicación continua. Claire quería encontrar a su hermano, que era la única familia que le quedaba: sus padres habían muerto, y eso los había acercado todavía más. No había llegado a coincidir con Chris, Jill y Barry, pero estaba seguro de que tenían motivos propios más que suficientes. Sabía que la mujer y los hijos de Barry habían sufrido amenazas, Rebecca se lo había dicho…
¿Y qué pasaba con León Kennedy? Se había encontrado de repente metido en aquella lucha sin tener ni una sola pista, Era tan sólo un policía recién salido de la academia de camino a su primer día en el trabajo, que resultó ser el departamento de policía de Raccoon City. También era cierto que debía tener en cuenta a Ada… pero la había conocido durante menos de medio día, y ella había muerto justo después de admitir que era una especie de agente secreto a la que habían enviado para que robara uno de los virus de Umbrella.
Así que perdí mi trabajo, y una posible relación con una mujer a la que apenas conocía y en la que no podía confiar. Está claro que alguien debe detener a Umbrella, pero… ¿tengo derecho a estar aquí?
Se había hecho policía porque quería ayudar a la gente, pero siempre había supuesto que eso sólo se refería a mantener la paz en la ciudad, a empapelar a los conductores borrachos, a detener las broncas en los bares, a pillar a los rateros. Jamás, ni en sus sueños más desbocados, se hubiera imaginado que acabaría atrapado en mitad de una conspiración a nivel internacional, en una estrategia de infiltración del tipo de espías y misterios contra una compañía gigantesca que creaba monstruos para la guerra. Era un crimen a una escala mucho mayor de la que él se sentía preparado a enfrentarse… ¿Y ésa es la verdadera razón, agente Kennedy? Y en ese preciso instante, Claire murmuró algo en su sueño inquieto y metió su cabeza en el hueco de su brazo antes de quedarse quieta y en silencio de nuevo… lo que provocó que León se percatara de un modo incómodo de otro aspecto de su relación y compromiso con los STARS: Claire. Claire era… era una mujer increíble. Habían hablado mucho a lo largo de los días posteriores a su huida de Raccoon City, sobre lo que les había pasado, las experiencias que habían sufrido, tanto juntos como por separado. En aquellos momentos le había parecido un simple intercambio de información, una manera de rellenar los detalles que faltaban en el relato. Ella le había contado su encuentro con el jefe Irons y la criatura a la que ella llamaba el señor X, y él le contó todo sobre Ada y el terrible ente que antes había sido William Birkin.
Entre los dos habían logrado hilar un relato continuado, con información de importancia para el grupo de fugitivos.
Al pensar en ello de forma retrospectiva, se dio cuenta de que aquellas largas conversaciones fragmentadas habían sido esenciales por otra razón completamente distinta: habían sido la manera de extraer el veneno de lo que les había ocurrido, como si hubiesen conversado sobre una pesadilla. Pensó que si hubiera tenido que quedarse con todo aquello en su interior, se hubiera vuelto loco.
En cualquier caso, los sentimientos que tenía hacia ella eran algo confusos: cariño, entendimiento, dependencia, respeto, y otros a los que no podía ponerles nombre. Y eso le daba miedo, porque jamás antes había tenido unos sentimientos tan fuertes hacia una persona… Y porque no estaba muy seguro de cuánto de aquello era verdadero y cuánto era producto de una especie de estrés postraumático.
Enfréntate a ello, deja de engañarte con toda esta mierda. Lo que de verdad temes es que sólo estés aquí por ella, y no te gusta lo que eso puede suponer respecto a tu persona.
León asintió en su fuero interno, y se dio cuenta de que era verdad, que ése era el verdadero motivo que causaba su incertidumbre. Siempre había pensado que querer estaba bien, pero ¿necesitar? No le gustaba ni un pelo la idea de verse arrastrado por alguna clase de compulsión neurótica que le obligaba a estar cerca de Claire Redfield.
¿Y qué pasa si no es una necesidad? Quizá tan sólo se trata de querer, y todavía no lo sabes…
Se fustigó a sí mismo por sus patéticos intentos de autoanalizarse, y decidió que quizá lo mejor sería dejar de preocuparse tanto por todo aquello. Fuese cual fuese la razón por la que se había comprometido con aquella empresa, lo cierto es que estaba comprometido. Podía patear culos tan bien como el mejor de ellos, y Umbrella merecía que le patearan el culo, y a base de bien. En aquellos instantes, lo que más necesitaba era mear, y luego iba a comer algo antes de intentar con todas sus fuerzas dormir algo.
León se apartó suavemente de debajo de la cálida cabeza de Claire, haciendo lo posible por no despertarla. Se deslizó al pasillo, observando a los demás. Rebecca observaba por su ventanilla, John ojeaba una revista de culturismo y David dormitaba. Todos eran buena gente, y pensar eso hizo que se sintiese un poco mejor acerca de las cosas.
Eran buenos chicos. Demonios, yo soy un buen tío, luchando por la verdad, la justicia y contra unos cuantos zombies producidos por un virus…
El baño estaba al frente. León se encaminó hacia él, sujetándose a cada asiento al pasar, pensando que el sonido de los motores del avión tenía un efecto calmante, como una cascada… cuando la cortina que separaba la cabina del resto se descorrió y un hombre alto y sonriente llevando un abrigo que a primera vista parecía muy costoso, dio un paso al frente. No era el piloto, y se suponía que no había nadie más en el avión. León sintió que se le secaba la boca con un terror casi supersticioso, a pesar de que el delgado y sonriente hombre no parecía estar armado.
—¡Hey! --gritó León, dando un paso hacia atrás--. ¡Hey, tenemos compañía!
El hombre sonrió, sus ojos brillaban.
—León Kennedy, supongo —dijo con suavidad, y León supo inmediatamente que quien fuese, este hombre significaba problemas con P mayúscula.

Capítulo 3
John ya se había puesto en pie antes de que León terminara su aviso, saltando al pasillo y plantándose delante de León con una única zancada.
—Qué demonios… —gruñó John, sus hombros tensos, listo para partir al tipo en dos si tan sólo se le ocurría parpadear de forma incorrecta.
El extraño levantó unas manos pálidas y de dedos largos, dando la impresión de que apenas podía contener su regocijo, lo cual hizo que John desconfiase aún más. Podría convertir al tipo fácilmente en una hamburguesa, ¿por qué demonios parecía tan feliz?
—Y tú eres John Andrews  —dijo el hombre, su tono era bajo y tranquilo, tan complacido como su expresión—. Anteriormente un experto en comunicaciones y reconocimiento de campo para los STARS de Exeter. Es un placer conocerte… dime, ¿cómo van tus costillas? ¿Todavía duelen?
Mierda. ¿Quién es este tipo? John se había fracturado dos costillas y astillado una tercera en una misión encubierta, y no conocía a este hombre… ¿cómo demonios le conocía a él?
—Mi nombre es Trent —dijo el extraño con sencillez, señalando con la cabeza tanto a León como a John—. Presumo que vuestro Sr. Trapp puede confirmar mi identidad…
John echó un rápido vistazo a su espalda, y vio que David y las chicas estaban justo a su espalda. David asintió a su vez, con un gesto tenso.
Trent. Mierda. El misterioso señor Trent.
El mismo señor Trent que le había entregado una serie de mapas y pistas a Jill Valentine justo antes de que los STARS de Raccoon City descubrieran el escape inicial del virus T de Umbrella en la mansión Spencer. El mismo Trent que le había entregado un paquete similar a David una lluviosa noche de agosto, y que contenía información sobre las instalaciones de Umbrella en la ensenada de Calibán, donde Steven y Karen habían sido asesinados.
El mismo Trent que había estado jugando con los STARS y con la vida de su gente, desde el principio.
Trent todavía estaba sonriendo, todavía mantenía sus manos en alto. John se fijó en un anillo con una piedra negra tallada que mostraba en un delgado dedo, el único adorno que el señor Trent parecía llevar. Tenía un aspecto pesado y caro.
—¿Y qué cojones quieres? —volvió a gruñir John.
No le gustaban las sorpresas ni los secretos, y tampoco le gustaba el hecho de que Trent no pareciera estar impresionado en absoluto por su gran tamaño. La mayoría de la gente retrocedía cuando se plantaba delante de ellos. Trent parecía simplemente estar divirtiéndose…
—Señor Andrews, por favor…
John no se movió, y se quedó mirando a los ojos oscuros y de mirada inteligente de Trent. Éste le devolvió la mirada, impasible, y John pudo ver en aquellos ojos una tranquila confianza en sí mismo, con una mirada que casi era, pero que no terminaba de serlo, condescendiente. John, a pesar de ser tan grande y tan bocazas, no era un tipo violento, pero aquella mirada alegre y confiada le hizo pensar que al señor Trent no le vendría mal una buena paliza. No dada por él, no necesariamente, pero alguien debería dársela.
¿Cuánta gente ha muerto tan sólo porque ha decidido remover un poco el asunto?
—Está bien, John —dijo David en voz baja—. Estoy seguro de que si el señor Trent hubiese pretendido hacernos daño no estaría ahí de pie presentándose a vosotros.
David tenía razón, le gustase o no a John. Suspiró en su fuero interno y se hizo a un lado, pero pensó que aquello no le gustaba nada. Por lo poco que sabía de aquel tipo, no le gustaba nada en absoluto.
Voy a estar vigilándote, «amigo»…
Trent se limitó a asentir como si no hubiera ocurrido nada y pasó de largo por delante de John, sonriéndoles a todos. Les indicó con un gesto que se sentaran a un lado del pasillo. Se quitó la gabardina y la dejó sobre un asiento, moviéndose con lentitud y cautela, evidentemente a sabiendas de que cualquier movimiento brusco podría ser perjudicial para su salud. Bajo la gabardina llevaba puesto un traje negro, corbata negra y zapatos a juego. John no sabía mucho sobre ropa, pero los zapatos eran de la marca Asante. Estaba claro que Trent tenía buen gusto, y un montón de dinero si podía permitirse el lujo de gastarse dos mil dólares en unos zapatos.
—Esto llevará un rato —les dijo—. Por favor, pónganse cómodos.
Se reclinó en uno de los asientos que había enfrente de ellos, moviéndose con una cierta elegancia que hizo que John se sintiera todavía más intranquilo. Se movía como alguien que hubiera recibido entrenamiento en artes marciales…
Los otros se sentaron también o se apoyaron en los asientos, cada uno de ellos observando con atención al invitado sorpresa, cada uno con el mismo aspecto de sentirse incómodo por la aparición repentina que tenía John. Trent los observó atentamente a cada uno de ellos por turno.
—El señor Andrews, el señor Kennedy, el señor Trapp y yo ya nos conocemos…
Trent miró alternativamente a Claire y a Rebecca, y su mirada chispeante se posó finalmente en Claire.
—Claire Redfield, ¿verdad?
Parecía algo dubitativo, lo que tampoco era de extrañar. Rebecca y Claire podían haber pasado por hermanas. Ambas eran morenas, de la misma estatura, y con tan sólo unos pocos meses de diferencia de edad.
—Sí —dijo Claire—. ¿El piloto sabe que está a bordo?
John frunció el ceño, irritado consigo mismo por no haberlo preguntado él en primer lugar. Era una pregunta bastante importante, y no se le había ocurrido a él. Si el piloto había dejado a Trent que subiera a bordo…
Trent asintió y se pasó una mano por su encrespado cabello negro.
—Sí, sí que lo sabe. De hecho, el capitán Evans es un conocido mío, así que cuando me percaté de que se marchaban de… viaje, lo arreglé todo para que estuviera en el sitio adecuado en el momento adecuado. En realidad, es mucho más fácil de lo que parece.
—¿Por qué? —le preguntó David, y John percibió un tono en su voz que sólo le había oído en situaciones de combate. El capitán estaba a punto de enfadarse mucho—. ¿Por qué hizo todo eso, señor Trent?
Trent pareció hacer caso omiso de su pregunta.
—Me doy perfecta cuenta de que están preocupados por sus amigos en Europa, pero déjenme que les asegure que están sanos y salvos. De veras. No existe motivo alguno para que estén preocupados…
—¿Por qué? —La voz de David sonó fría y amenazante.
Trent se lo quedó mirando y luego suspiró.
—Porque no quiero que vayan a Europa, y hacer que el capitán Evans fuera el piloto era uno de los modos de lograrlo. No pueden. De hecho, vamos a virar en cualquier momento.
Claire se lo quedó mirando a su vez, sintiendo un nudo en el estómago, sintiendo que ese nudo se transformaba en una furiosa rabia.
Dios, no voy a ver a Chris…
John se separó del asiento en el que había estado apoyado y agarró a Trent por el brazo antes de que Claire tuviera tiempo de abrir la boca, antes de que nadie tuviera tiempo de responder a aquella declaración de intenciones.
—Dígale a su «conocido» que mantenga el rumbo que debe tomar hasta nuestro destino —le dijo John iracundo mientras se mantenía de pie y amenazante sobre Trent.
Por el modo en que las manos de su amigo estaban temblando, Claire pensó que era bastante probable que le rompiera el brazo a Trent…, y se dio cuenta de que no pensaba que fuera tan mala idea.
Trent mostró una expresión de leve incomodidad, pero nada más.
—Siento mucho interrumpir sus planes —les dijo—, pero si escuchan lo que tengo que decirles, creo que estarán de acuerdo conmigo en que es lo mejor… es decir, si lo que quieren es detener los planes de Umbrella.
¿Lo mejor? Chris, tenemos que ayudar a Chris y a los otros, de modo que, ¿qué clase de mierda es todo esto?
Esperó que los demás se pusieran en movimiento, que se lanzaran sobre el señor Trent, lo maniataran a un asiento y lo obligaran a explicarse con mayor claridad, pero todos se quedaron callados, mirándose los unos a los otros y a Trent con algo de asombro, rabia… e interés. Un interés precavido, pero interés al fin y al cabo. John aflojó un poco su presa y miró a David para saber qué hacer.
—Será mejor que tenga una buena razón, señor Trent —le dijo David con un tono de voz seco—. Ya sé que nos ha… ayudado en otras ocasiones, pero este tipo de interferencia no es la clase de ayuda que queremos o necesitamos.
Le hizo un gesto con la cabeza a John. Éste soltó del todo a Trent a regañadientes, y retrocedió. Pero no mucho, como pudo fijarse Claire.
Si Trent se había sentido preocupado en algún momento, no se veía ninguna señal de ello. Asintió en dirección a David y comenzó a hablar en voz baja con su tono musical.
—Estoy seguro de que todos saben ya que Umbrella Corporation posee instalaciones a todo lo largo y ancho del mundo, fábricas y plantas de producción que emplean a miles de trabajadores y que generan unas ganancias de miles de millones de dólares al año. La mayoría de ellas son compañías asociadas, farmacéuticas o químicas, de carácter legítimo y que no tienen nada que ver con lo que estamos hablando, a excepción de que son muy rentables. El dinero que los intereses legales de Umbrella producen les permiten financiar sus operaciones menos públicas, operaciones con las que usted y los suyos han tenido la desgracia de tropezar.
»La organización de estas operaciones recae en una división de la empresa llamada White Umbrella, y la mayor parte de su actividad está relacionada con la creación de armas biológicas. Existen muy pocas personas que conozcan todos los entresijos del funcionamiento de White Umbrella, pero los que los conocen son gente muy, muy poderosa. Gente poderosa y decidida a crear todo tipo de situaciones desagradables: Armas químicas, enfermedades letales… Los virus de la clase T y G que tantos problemas nos han dado últimamente.
A eso se le llama quedarse corto, pensó Claire algo asqueada, pero intrigada a pesar de todo. Saber por fin algo sobre el ente al que se estaban enfrentando…
—¿Por qué? —le preguntó León—. La guerra química no es tan rentable, cualquiera que tenga una centrifugadora y unos cuantos productos de jardinería puede crear una arma química.
Rebecca asintió para mostrar que estaba de acuerdo.
—Y el tipo de investigaciones que están realizando, la aplicación de viriones de fusión rápida a la redistribución genética tiene un coste extremadamente elevado, y es tan peligroso como trabajar con residuos nucleares. Peor.
Trent meneó la cabeza.
—Lo están haciendo porque pueden hacerlo. Porque quieren hacerlo. —Sonrió ligeramente—. Porque cuando eres más rico y más poderoso que ninguna otra persona en el planeta, acabas aburriéndote.
—¿Quién se aburre? —le preguntó David.
Trent se lo quedó mirando por un momento, y luego continuó hablando, haciendo caso omiso a la pregunta de David de un modo evidente.
—El campo de trabajo actual de White Umbrella son los soldados bioorgánicos, si queréis llamarlos así. Especímenes individuales, la mayoría de ellos alterados genéticamente, y todos ellos con una inyección con alguna clase de variante de los virus creados para convertirlos en seres más violentos y fuertes, además de insensibles al dolor. El modo en que esos virus amplifican sus efectos en los humanos, la reacción de tipo «zombi», no es más que un efecto secundario inesperado. Los virus que Umbrella crea no están pensados para ser utilizados en humanos, al menos de momento.
Claire estaba interesada en lo que les estaba contando, pero también se estaba impacientando.
—Vale, ¿cuándo llegamos a la parte en la que nos cuentas por qué estás aquí, y por qué no debemos ir a Europa? —le espetó de forma descortés, sin intentar ocultar su rabia e impaciencia.
Trent la miró, y sus ojos oscuros mostraron de repente un sentimiento de comprensión, y ella se dio cuenta de que él sabía el motivo por el que estaba tan furiosa, que conocía todas las razones que tenía para desear ir a Europa. Lo notó por el modo en que la miraba, y sus ojos le dijeron que lo comprendía…, y ella se sintió muy incómoda de repente.
Lo sabe todo, ¿verdad? Todo sobre nosotros…
—No todas las instalaciones de White Umbrella son iguales —continuó diciendo—. Algunas sólo manejan datos e información, otras llevan a cabo las transformaciones químicas necesarias, en algunas crían a los especímenes, o los unen mediante la cirugía, y muy pocos de esos especímenes son puestos a prueba. Y eso nos lleva al motivo por el que estoy aquí, y por qué me gustaría que pospusieran su viaje.
»Existe una instalación de Umbrella que está a punto de entrar en funcionamiento en Utah, justo al norte de los desiertos de sal. Ahora mismo sólo está trabajando un pequeño equipo de técnicos y de… manipuladores de especímenes, y está previsto que se halle a pleno rendimiento dentro de tres semanas. El individuo encargado de supervisar los preparativos finales es uno de los personajes clave dentro de White Umbrella, un hombre llamado Reston. Se supone que ese trabajo debería haberlo llevado a cabo otra persona, un despreciable tipo llamado Lewis, pero el señor Lewis ha sufrido un desgraciado accidente, no demasiado imprevisto, y ahora Reston se encuentra al mando de todo. Y como es uno de los nombres más importantes dentro de White Umbrella, tiene en sus manos un pequeño libro negro. Sólo existen tres ejemplares de ese libro, y los otros dos son casi imposibles de conseguir…
—¿Y qué hay en ese libro? —le interrumpió John—. Ve al grano.
Trent le sonrió como si John se lo hubiera preguntado con la mayor educación posible.
—Cada uno de los libros es una especie de llave maestra. Cada uno tiene un directorio completo de códigos que se utilizan para programar la organización de todas las instalaciones de White Umbrella. Con ese libro, cualquier persona podría entrar impunemente en cualquier laboratorio o instalación de investigación y acceder a cualquier clase de archivo, desde los datos personales de los empleados hasta los balances financieros. Por supuesto, cambiarán todos los códigos en cuanto se den cuenta de que el libro ha sido robado, pero, a menos que quieran perder todo lo que tiene almacenado, les llevará meses.
Nadie dijo nada durante unos momentos, y el único sonido fue el persistente zumbido de los motores del avión. Claire los miró uno por uno a todos, vio sus expresiones pensativas, vio que estaban pensando seriamente en la propuesta implícita en las palabras de Trent…, y se dio cuenta de que, al fin y al cabo, iba a ser bastante improbable que fueran a Europa después de todo.
—Pero ¿qué pasa con Jill, con Barry y con Chris? Ha dicho que estaban bien, pero, ¿cómo lo sabe? —le preguntó Claire, y David pudo notar la desesperación apenas oculta en su tono de voz.
—Me llevaría bastante tiempo explicarles cómo conseguí esa información —le respondió Trent con voz suave—. Y aunque estoy seguro de que no quieren oír esto, me temo que tendrán que confiar en mí. Su hermano y los demás no se encuentran en un peligro inminente, y no les necesitan de momento, pero la oportunidad de conseguir el libro de Reston, de entrar en ese laboratorio, se perderá en menos de una semana. No existe ningún destacamento de seguridad ahora mismo, la mitad de los sistemas ni siquiera están en funcionamiento, y mientras se mantengan lejos del programa de pruebas, no tendrán que enfrentarse a ninguna criatura.
David no sabía qué pensar. Sonaba bien, sonaba exactamente como la oportunidad que habían estado esperando…, pero también había ocurrido lo mismo con la ensenada de Calibán. Lo mismo que tantas otras cosas.
Y por lo que respecta a confiar en el señor Trent…
—¿Cuál es su interés en todo esto? —le preguntó David—. ¿Por qué quiere perjudicar a Umbrella?
Trent se encogió de hombros.
—Digamos que es una afición que tengo.
—Lo digo en serio —le respondió David.
—Yo también.
Trent sonrió, y en sus ojos siguió brillando un cierto humor chispeante. David tan sólo le había visto una vez con anterioridad, y no habían intercambiado más allá de unas pocas palabras, pero Trent parecía estar extrañamente contento de tenerlos allí. Fuese lo que fuese lo que le impulsaba, estaba claro que le estaba proporcionando mucha alegría.
—¿Por qué tiene que ser tan críptico? —le espetó Rebecca. David asintió, y vio que los demás hacían lo mismo—. El material que le entregó a Jill, y a David… todos esos acertijos y adivinanzas. ¿Por qué no nos cuenta lo que necesitamos saber?
—Porque deben averiguarlo —le contestó Trent—. O más bien, porque debe parecer que lo averiguan ustedes solitos. Y como ya he dicho, muy poca gente sabe lo que White Umbrella está haciendo. Si parece que saben demasiado, puede que me descubran al final.
—Entonces, ¿por qué debemos arriesgarnos ahora? —le preguntó David—. En cuanto a eso, ¿para qué nos necesita? Es obvio que tiene conexiones con White Umbrella. ¿Por qué no lo hace público, o les sabotea desde dentro?
Trent sonrió de nuevo.
—Corro el riesgo porque ha llegado el momento de arriesgarse. Y respecto a lo demás… lo único que puedo decir es que tengo mis razones.
Habla y habla, y todavía no sabemos qué puñetas está haciendo, o por qué… ¿Cómo demonios lo logra?
—¿Por qué no nos cuenta unas cuantas de esas razones, señor Trent?
Nada de todo aquello le estaba haciendo ninguna gracia a John. David se dio cuenta de que su compañero miraba enfurecido al polizón, con todo el aspecto de que haría falta hablar bastante con él para que no empezara a darle puñetazos al señor Trent.
Trent no respondió. En vez de eso, se puso en pie, recogió su gabardina, y se giró para mirar a David.
—Me doy perfecta cuenta de que querrán discutir sobre todo eso antes de tomar una decisión —le dijo—. Tendrán que perdonarme, pero aprovecharé para visitar a nuestro capitán. Si deciden no ir en busca del libro de Reston, me quitaré de en medio. Antes les dije que no tenían alternativa, pero supongo que fue una entrada en plan dramático. Siempre existe una alternativa.
Tras decir aquello, Trent se dio la vuelta, se dirigió hacia la parte delantera del avión y desapareció tras la cortinilla sin mirar hacia atrás.

Capítulo 4
John rompió el silencio apenas dos segundos después de que Trent desapareciera en la cabina del piloto.
—A la mierda con todo esto —dijo con aspecto de estar más cabreado de lo que jamás Rebecca lo había visto—. No sé vosotros, pero a mí no me gusta ni un pelo que jueguen conmigo de esta manera. No estoy aquí para ser el chico de los recados del señor Trent, y no me fío de él. Yo digo que le obliguemos a contarnos todo lo que sepa sobre Umbrella, que nos diga lo que sabe sobre nuestro equipo en Europa, y que si nos da otra de esas respuestas que no dicen nada, le pateemos su evasivo culo hasta echarlo por la puerta.
Rebecca sabía que John estaba tremendamente enfadado, pero no se pudo contener.
—Sí, John, pero dinos, ¿cómo te sientes de verdad?
Él la miró… y sonrió, y de algún modo, aquello rompió la tensión que todos sentían. Era como si de repente hubieran recordado respirar a la vez. La inesperada visita de su misterioso benefactor había hecho difícil durante unos momentos recordar nada más.
—Ya tenemos el voto de John —dijo David—. ¿Claire? Sé que estás preocupada por Chris…
Claire asintió con lentitud.
—Sí, y quiero volver a verle lo antes posible…
—Pero —replicó David iniciando el resto de la frase.
—Pero… creo que dice la verdad. Sobre lo de que están bien, me refiero.
León asintió a su vez.
—Yo también lo creo. John tiene razón en lo de que es escurridizo, pero no creo que nos haya estado mintiendo sobre nada de lo que ha dicho. No nos ha dicho mucho, pero no me dio la impresión de que nos estuviera intentando dar gato por liebre con lo que nos ha contado.
David se giró para mirar a Rebecca.
—¿Rebecca?
Ella suspiró y meneó la cabeza.
—Lo siento, John, pero estoy de acuerdo con ellos. Creo que tiene algo de credibilidad. Nos ha ayudado con anterioridad, a su manera rara y extraña, y el hecho de que apareciera aquí, y desarmado, significa algo…
—Significa que es un capullo idiota —murmuró John, y Rebecca le propinó un leve puñetazo en el brazo, y de repente se dio cuenta, de modo instintivo, de por qué se resistía tanto a  aceptar la palabra de Trent.
John no ha intimidado a Trent.
Estaba segura. Conocía a John lo bastante bien como para saber que la indiferencia de Trent le tenía que haber sacado de sus casillas por completo.
Rebecca escogió las palabras con cuidado, mantuvo un tono de voz jovial y le sonrió.
—Creo que lo que te saca de quicio es que no se haya asustado de lo grande y feo que eres, John. La mayoría de la gente se mea en los pantalones cuando te pones así por encima de ellos.
Era lo más adecuado que se podía haber dicho. John frunció el ceño pensativo, y luego se encogió de hombros.
—Sí, bueno, a lo mejor. De todas maneras, sigo sin fiarme de él.
—No creo que ninguno de nosotros deba hacerlo —dijo David—. Se está guardando muchas cosas en la manga para ser alguien que quiere ayudarnos. La cuestión es, ¿vamos en búsqueda de ese tal Reston, o continuamos con nuestro plan original?
Nadie habló por un momento, y Rebecca se percató de que nadie quería decirlo, reconocer que si Trent estaba diciendo la verdad, no había motivo alguno para ir a Europa. Ella tampoco quería decirlo: sentía que en cierto modo era una traición a Jill, a Barry y a Chris, algo así como decir «Hemos encontrado algo mejor que hacer que acudir en vuestra ayuda».
Pero si no nos necesitan…
Rebecca decidió que ella bien podía ser la primera en hablar.
—Si ese lugar es tan fácil de atacar como él dice, ¿cuándo encontraremos otra oportunidad como ésta?
Claire se estaba mordisqueando el labio, y no parecía estar muy contenta. Parecía estar dividida.
—Si encontramos ese libro de códigos, tendremos algo útil que llevar a Europa. Algo que realmente podría resultar ventajoso.
—Si encontramos el libro —dijo John, pero Rebecca se dio cuenta de que la idea ya estaba calando en él.
—Podría ser un punto de inflexión —dijo David en voz baja—. Cambiaría las posibilidades que tenemos en contra de un millón a uno a quizás unos cuantos miles contra uno.
—Tengo que admitir que sería estupendo poder filtrar a la prensa los archivos privados de Umbrella —dijo John—. Descargar de sus ordenadores todos sus secretos de mierda y pasárselos a todos los periódicos del país.
Todos asintieron, y aunque llevaría un poco más de tiempo hacerse a la idea, Rebecca sabía que la decisión ya estaba tomada.
Al parecer, iban a ir a Utah.
Si alguno de ellos esperaba que Trent saltara de alegría por la noticia, se quedó profundamente decepcionado. Cuando David lo llamó para que regresara y le dijo que estaban dispuestos a ir a la nueva instalación de pruebas, Trent se limitó a asentir, con la misma sonrisa enigmática en su cara curtida.
—Éstas son las coordenadas de la instalación —les dijo mientras sacaba una hoja de papel de su chaqueta—. También encontrarán una lista con bastantes códigos numéricos, uno de ellos es el de entrada, aunque quizá sea difícil encontrar el teclado que da acceso. Lo siento, pero no pude descubrir nada más para poder ser más concreto.
León se quedó mirando cómo David tomaba el papel de manos de Trent y éste regresaba a la cabina del piloto para hablar con el capitán, y se preguntó por qué no podía dejar de pensar en Ada. Desde qué había escuchado el pequeño discurso de Trent sobre White Umbrella, los recuerdos sobre la habilidad y la belleza de Ada Wong, los ecos de su profunda y atractiva voz, habían estado asaltando la mente de León. No fue algo consciente, al menos no al principio. Era que algo de aquel hombre le recordaba a ella. Quizá se trataba de su enorme autoconfianza, o ese asomo de sonrisa astuta…
Y al final, antes de que aquella enloquecida mujer le disparara, la acusé de ser una espía de Umbrella, y ella me dijo que no lo era, que no era asunto mío para quién trabajaba…
Aunque Claire y él habían llegado a aquella lucha bastante tarde, habían sido informados en profundidad sobre lo que los demás sabían de Umbrella, y el servicio que les había proporcionado Trent en el pasado. La única constante, aparte de ser muy esquivo a la hora de suministrar información personal, era que parecía conocer toda clase de detalles que nadie más sabía.
No pasará nada si se lo pregunto.
Cuando Trent regresó al compartimento de pasajeros, León se le acercó.
—Señor Trent —le dijo con mucho tacto y cuidado, sin dejar de observarle—. En Raccoon City conocí a una mujer llamada Ada Wong…
Trent se lo quedó mirando, sin dejar translucir ninguna emoción.
—¿Y?
—Me preguntaba si usted sabía algo sobre ella, o para quién trabajaba. Estaba buscando una muestra del virus G…
Trent alzó las cejas.
—¿De veras? ¿Y la consiguió encontrar?
León se fijó bien en sus ojos oscuros y penetrantes, preguntándose por qué tenía la sensación de que Trent ya conocía la respuesta. No podía saberla, por supuesto, porque Ada había muerto justo antes de que el laboratorio explotara en mil pedazos.
—Sí, lo logró —le dijo León—. Sin embargo, al final, ella… se sacrificó en cierto modo, en vez de tener que elegir entre matar a alguien y perder la muestra.
—¿Y ese alguien era usted? —le preguntó Trent en voz baja.
León se dio cuenta de que los demás los estaban mirando, y no se sorprendió demasiado al descubrir que tampoco le importaba mucho. Un mes antes, una conversación sobre temas tan personales le hubiera hecho sentirse avergonzado.
—Sí —dijo en un tono de voz casi desafiante—. Era yo.
Trent asintió lentamente, sonriendo un poco.
—Entonces me parece que no necesita saber nada más sobre ella, sobre su carácter o los motivos que la impulsaban a hacerlo.
León no estaba muy seguro de si estaba esquivando la respuesta o le estaba diciendo sinceramente lo que pensaba, pero de cualquier manera, la pura lógica de aquella contestación le hizo sentirse mejor. Era como si él mismo hubiese sabido la respuesta a sus dudas desde el principio. Fuese cual fuese la clase de psicología que Trent estaba utilizando, era todo un maestro en ella.
Es educado, culto y atemorizador como el mismísimo diablo a su modo tranquilo… A Ada le hubiera gustado.
—A pesar de lo mucho que disfruto de mis charlas con ustedes, debo tratar sin demora ciertos asuntos pendientes que tengo con el capitán —les estaba diciendo Trent—. Llegaremos a Salt Lake City en unas cinco o seis horas.
Dicho aquello, los saludó con una inclinación de cabeza y desapareció tras la cortina de nuevo.
—¿Qué pasa? ¿Es demasiado bueno como para sentarse con la tropa? —preguntó John, sin haber superado obviamente su disgusto inicial hacia el individuo.
León paseó la vista entre los demás, y vio unos cuantos rostros con expresiones de preocupación e intranquilidad, vio a Claire con cara de querer poder cambiar de opinión.
León se acercó hasta donde ella estaba apoyada en un asiento, con los brazos cruzados con fuerza, y le puso una mano en el hombro.
—¿Acaso estás pensando en Chris? —le preguntó con voz amable.
Para su sorpresa, ella negó con la cabeza y le dirigió una sonrisa nerviosa.
—No. Lo cierto es que estaba pensando en la mansión Spencer, y en el ataque a la ensenada de Calibán, y en lo que ocurrió en Raccoon City. Estaba pensando en que no importa lo que diga Trent sobre lo fácil que va a ser, nada es tan simple con Umbrella. La situación logra complicarse siempre que ellos están involucrados. Una pensaría en que ya deberíamos estar acostumbrados a todo eso…
Su voz se fue apagando lentamente, y luego sacudió la cabeza como si estuviese intentando aclararse las ideas. Le sonrió de nuevo, pero de un modo más alegre.
—Mira cómo hablo. Voy a pillar un bocadillo. ¿Quieres algo?
—No, gracias —le respondió con gesto ausente, pensando todavía en lo que ella había dicho mientras Claire se alejaba. Se preguntó de repente si su viajecito hasta Utah no sería el último error que alguno de ellos cometería.
Steve López, el bueno de Steve, con su cara tan falta de expresión y tan blanca como una hoja de papel, de pie en mitad del extraño y enorme laboratorio, de pie y apuntándole con su arma semiautomática y diciéndoles que soltaran las armas…
Y la rabia, el dolor y la furia que asaltaron a John con la fuerza de un huracán cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido, de que Karen estaba muerta, de que Steve había sido convertido en uno de aquellos soldados zombis cabrones…
Y John gritó, ¡qué le has hecho! No pensó, en vez de eso giró sobre sí mismo y disparó al ser sin voluntad que tenía a su espalda, el proyectil le atravesó limpiamente la sien izquierda y el aire frío comenzó a apestar como la misma muerte mientras la criatura caía…
¡Y el dolor! Un dolor que le atravesó cuando Steve, su amigo y camarada Stevie, le disparó por la espalda. John sintió la sangre en la boca, sintió cómo daba la vuelta, sintió más dolor del que jamás creyó poder sentir. Steve le había disparado, el doctor loco había utilizado su virus con él y Steve ya no era Steve, y el mundo giraba, y gritaba…
—John, John, despierta, tienes una pesadilla. Eh, tiarrón…
John se enderezó en el asiento, con los ojos abiertos de par en par y con el corazón a punto de saltarle del pecho, desorientado y atemorizado. La mano fría que notaba en su brazo era la de Rebecca, su contacto era suave y reconfortante, y se dio cuenta de que estaba despierto, de que había estado soñando y de que ya estaba despierto.
—Mierda —murmuró, y se dejó caer sobre el respaldo del asiento cerrando los ojos. Todavía estaban en el avión, y el suave ronroneo de los motores y el siseo del aire acondicionado lo tranquilizaron del todo.
—¿Estás bien? —le preguntó Rebecca, y John se limitó a asentir, respirando profundamente unas cuantas veces antes de abrir los ojos de nuevo.
—¿He llegado a… gritar, o algo así?
Rebecca le sonrió, y lo miró atentamente.
—No. Lo que pasa es que volvía del lavabo y te he visto retorcerte como el rabo de una lagartija. No me pareció que estuvieras divirtiéndote precisamente… Espero no haber interrumpido nada bueno.
Dijo lo último casi como una pregunta. John se obligó a sí mismo a sonreír y evitó por completo hablar del tema. Prefirió mirar por la ventanilla a la veloz oscuridad.
—Me parece que comerme esos tres bocadillos de atún antes de irme a dormir no ha sido una buena idea. ¿Ya estamos llegando?
Rebecca hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Acabamos de comenzar el descenso. David dice que quedan unos quince o veinte minutos.
Ella todavía lo estaba mirando fijamente, con la misma impresión de calidez y preocupación, y John se dio cuenta de que estaba actuando como un idiota. Mantener toda aquella mierda encerrada y sin sacar era un pasaporte seguro para perder la chaveta.
—Estaba en el laboratorio —le dijo, y Rebecca volvió a asentir. Era lo único que le tenía que decir. Ella también había estado allí.
—Yo tuve una así hace un par de días, justo después de que decidiéramos marcharnos de Exeter —dijo Rebecca en voz baja—. Una pesadilla realmente desagradable. Era una especie de mezcla entre el laboratorio de la mansión Spencer y el de la ensenada.
A John le tocó el turno de asentir, y pensó en lo increíble que era aquella chica. Se había enfrentado a toda una casa llena de monstruos en su primera misión con los STARS, y aun así había decidido aceptar participar en la misión que les llevó a la ensenada cuando David se lo pidió.
—Rebecca, eres cojonuda. Si yo tuviera un par de años menos, creo que quizá llegaría a ser amor —le dijo, y se quedó encantado al ver que ella se ruborizaba y sonreía.
Ella era, casi con toda seguridad, el doble de lista que él, pero también era una adolescente, y si él no recordaba mal sus días de juventud, a las chavalas no les disgustaba oír lo mucho que molaban.
—Cállate —le dijo, pero su tono de voz le indicó que había logrado avergonzarla por completo, pero que a ella no le importaba en absoluto.
Se produjo un momento de silencio cómodo y tranquilo entre los dos, con los últimos restos de la pesadilla evaporándose mientras la presión de la cabina de pasajeros iba cambiando a medida que el avión descendía. Llegarían a Utah en pocos minutos. David ya había sugerido que debían dirigirse a un hotel para comenzar a trazar planes, y que entrarían al día siguiente por la noche.
Entramos, pillamos el libro y salimos cagando leches. Fácil… excepto que me parece que ése es el mismo plan que teníamos para la instalación de la ensenada.
John decidió que en cuanto aterrizaran tendría otra pequeña charla con el señor Trent. Ya estaba de acuerdo con la misión, con lo de coger el libro y de paso torpedear un poco las actividades de Umbrella, pero seguía sin estar contento con la información tan selectiva que les había proporcionado Trent. Sí, vale, el tipo les estaba ayudando, pero ¿por qué portarse de un modo tan raro para hacerlo? ¿Y por qué no les había contado lo que estaban haciendo sus compañeros en Europa, o quién estaba al mando de White Umbrella, o cómo había logrado colocar a su propio piloto en el vuelo privado que habían contratado?
Porque le encanta manejar a la gente. Es un loco de la autoridad.
No le parecía la respuesta más acertada, pero a John no se le ocurría ninguna otra razón para que el señor Trent se comportara como una especie de agente secreto en plan espía. Quizá si le retorcía un poco el brazo hablaría con mayor claridad…
—John, sé que no te cae bien, pero ¿crees que lleva razón con eso de que va a ser una misión facilona? Quiero decir que, bueno, ¿qué pasará si Reston se resiste? O qué pasará si… ¿Qué pasará si ocurre alguna cosa?
Estaba intentando sonar como una profesional, con un tono de voz tranquilo y relajado, pero la mirada preocupada que se asomaba a sus ojos castaños la delataba.
Alguna cosa. Algo como un estallido vírico, algo como un científico enloquecido, algo como unos monstruos biológicos sueltos y sin control. Algo como lo que siempre ocurre en Umbrella…
—Si lo que yo haga sirve para algo, lo único que saldrá mal es que Reston se cagará encima y el olor será asqueroso —dijo, y se vio recompensado de nuevo con una sonrisa de la chica.
—Eres un idiota —le respondió ella, y John se encogió de hombros pensando en lo fácil que era lograr que la chavala sonriera, y preguntándose a la vez si era buena idea darle mayores esperanzas.
Momentos más tarde, el avión aterrizó suavemente, y el piloto utilizó por primera vez el sistema de comunicación interno. Les dijo que permanecieran sentados y con los cinturones abrochados hasta que el avión se detuviera por completo, y luego cortó la comunicación, sin soltarles el rollo habitual sobre que esperaba que hubieran disfrutado del vuelo o cuál era la temperatura media del exterior. John se sintió agradecido, al menos por aquello. El pequeño aparato recorrió la pista de aterrizaje hasta detenerse con suavidad, y el equipo se puso en pie desperezándose y poniéndose los abrigos.
En cuando oyó abrirse la puerta exterior, John pasó de largo al lado de Rebecca y se dirigió hacia la cabina del piloto, decidido a no dejar marcharse a Trent antes de que hubieran charlado un rato. Atravesó la cortina, y un soplo frío de viento les llegó a los demás ocupantes del compartimento de pasajeros, situado a espaldas de la cabina del piloto, pero vio que había llegado demasiado tarde. El piloto, Evans, estaba solo en la puerta que daba a la cabina.
Trent había logrado de algún modo escaparse en los escasos segundos que John había tardado en cruzar el pequeño avión. Las escalerillas metálicas que bajaban desde la puerta del aparato estaban vacías, y aunque John bajó los peldaños de dos en dos, llegando al suelo en menos de un segundo, no pudo ver nada más que la vacía extensión de la pista de aterrizaje, y desde luego, a nadie más excepto al trabajador del aeropuerto que había ayudado a bajar las escalerillas. Cuando le preguntó por Trent, el individuo insistió en que la primera persona que había bajado del avión había sido el propio John.
—Hijo de puta —dijo con rabia, pero ya no importaba, porque estaban en Utah. Con Trent o sin él, habían llegado, y como ya era medianoche, disponían de menos de un día para prepararse.

Capítulo 5
Jay Reston estaba encantado. De hecho, estaba más contento de lo que lo había estado desde hacía mucho tiempo, y si hubiera sabido lo bueno que era estar de nuevo en el trabajo de campo, lo habría hecho muchos años antes.
Manejar a los empleados, los de la clase que se ensucian las manos. Ordenar que se hagan cosas y ver cómo se desarrollan los resultados, ser parte de ese proceso. Ser algo más que una simple sombra, más que una oscuridad siniestra y sin nombre a la que temer…
Pensar en todo aquello le hacía sentirse fuerte y lleno de vitalidad de nuevo. Tenía poco más de cincuenta años, y todavía no se consideraba ni siquiera de edad madura, pero trabajar de nuevo en la línea del frente le había hecho darse cuenta de lo que se había perdido a lo largo de los años.
Reston estaba sentado en la sala de control, el corazón palpitante de Planeta, con las manos detrás de la cabeza y su atención fijada en la pared llena de pantallas que tenía frente a él. En una de las pantallas, un individuo vestido con un mono de trabajo estaba trabajando en una serie de árboles de la fase Uno, añadiendo otra capa de verde a las falsas plantas de hoja perenne. El hombre se llamaba Tom Nosequé, del departamento de construcción, pero su nombre no era importante. Lo que realmente importaba era que Tom estaba pintando los árboles porque Reston le había dicho que lo hiciera, cara a cara, en la reunión matinal.
En otra pantalla, Kelly McMalus estaba recalibrando el control de temperatura del desierto, también cumpliendo las órdenes de Reston. McMalus era el manipulador jefe de los escorps, al menos hasta que llegara el personal definitivo. Todo los trabajadores iniciales de Planeta eran de carácter temporal. Era una de las nuevas medidas de White Umbrella para evitar el sabotaje. En cuanto todo estuviera preparado y en funcionamiento, los nueve técnicos y la media docena de investigadores «preliminares», que en realidad no eran más que manipuladores de especímenes sobrevalorados, aunque él jamás se lo diría a la cara, serían trasladados.
Planeta. La instalación se llamaba en realidad «B.O.W. Entorno de Prueba A», pero Reston creía que llamarlo Planeta era mucho más adecuado. No estaba seguro de quién había sido el que lo había dicho, tan sólo que había surgido en una de las reuniones de trabajo matinales, y que había cuajado. Referirse a las instalaciones de prueba en sus informes periódicos al equipo base como Planeta le hacía sentirse más parte de todo el proceso.
«Las conexiones de los vídeos han sido puestas en marcha hoy mismo, aunque al parecer existe alguna clase de problema con los micrófonos, así que el audio no está funcionando todavía. Haré que lo solucionen lo antes posible. Ha llegado el último de los Ma3K, y ninguno de los especímenes ha sufrido ningún daño. En general, todo marcha bien. Creemos que Planeta estará listo bastantes días antes de lo previsto…»
Reston sonrió al recordar la última conversación que tuvo con Sidney. Había notado un leve tono de celos en la voz de Sidney, ¿una nota de envidia? Ya era parte de ese «nosotros», un nosotros que llamaba al Entorno de Prueba A con un sobrenombre. Después de treinta años de delegar responsabilidades, tener que supervisar los últimos toques y detalles de sus instalaciones más innovadoras y costosas hasta la fecha, era una bendición inesperada. Y pensar que se había sentido irritado cuando le comunicaron que el automóvil de Lewis se había despeñado por un precipicio. El accidente había sido probablemente el mejor trabajo que aquel individuo había hecho para Umbrella, ya que significaba que él estaría cargo del nacimiento de Planeta.
Otro técnico apareció caminando por una de las pantallas, con una caja de herramientas y un rollo de cuerda. Cole, Henry Cole, el electricista que había estado trabajando en los sistemas de vídeo y de intercomunicación. Se encontraba en el pasillo principal que comunicaba los laboratorios de investigación y la zona de pruebas, y que también llevaba hasta el ascensor. Reston se había dado cuenta el día anterior de que bastantes cámaras de la superficie no funcionaban bien. Ninguna de las cámaras de Planeta había sido conectada todavía al sistema de audio, pero, de vez en cuando, las cámaras de las instalaciones de superficie se quedaban con la pantalla en blanco y llena de estática durante varios minutos, y le había pedido a Cole que revisara aquello…
Pero después de que acabara de arreglar el sistema de intercomunicadores, no antes. ¿Cómo voy a estar en contacto con esta gente si no dispongo de un sistema de intercomunicadores en funcionamiento?
Incluso el sentimiento de irritación que sentía hacia el técnico era una emoción exultante. En vez de pulsar un botón y decirle a algún encargado siempre obediente que lo arreglara, tendría que supervisarlo todo él en persona.
Reston se alejó de la consola y se desperezó mientras se ponía en pie, echando un último vistazo a la hilera de monitores para recordar si había algo más de lo que debiera ocuparse.
Intercomunicadores, cámaras de vídeo… será necesario reforzar el puente de Tres, pero no es una prioridad. Deberíamos hacer algo respecto a los colores de la ciudad, son demasiado monótonos…
Atravesó la sala de control de diseño estilizado, pasando al lado de una línea de sillones de cuero, tan nuevos que su fuerte olor todavía se mantenía en el fresco ambiente de aire acondicionado. Los sillones estaban encarados hacia una pared llena de pantallas de gran resolución. En menos de un mes, allí se sentarían los investigadores, los científicos y los administradores más importantes, el verdadero corazón de White Umbrella, además de los dos patrocinadores más poderosos del proyecto. Incluso Sidney y Jackson estarían allí para ver la serie inicial de experimentos del programa de prueba.
Y Trent —pensó Reston esperanzado—. Estoy seguro de que no rechazará una invitación para asistir a los primeros experimentos…
Reston se colocó sobre la plancha de presión colocada delante de la puerta cuya gruesa hoja de metal se deslizó hacia arriba con tan sólo un susurro, y salió al ancho pasillo que recorría a lo largo todo Planeta. La sala de control no estaba demasiado lejos del montacargas industrial, de hecho, casi estaba enfrente, pero el electricista ya había comenzado a subir a la superficie. Esa misma semana se pondrían en funcionamiento otros cuatro ascensores que llegaban hasta uno de los otros edificios de la superficie, pero de momento sólo había aquel montacargas industrial. Tendría que esperar hasta que Cole saliera.
Pulsó el botón y tiró de las mangas de su chaqueta, pensando en cómo planearía el recorrido de visita. Hacía mucho tiempo que Jay Reston no se dedicaba a soñar despierto, pero en el poco tiempo que llevaba en Planeta, imaginarse el día en que les daría la bienvenida a los demás y los guiaría por las instalaciones que él había dirigido y que había transformado en una máquina puesta a punto se había convertido en su pasatiempo favorito. Del escaso número de personas que estaban al frente de White Umbrella, que tomaban las grandes decisiones, él era el más joven entre los aceptados en el círculo interior, y aunque Jackson a menudo le aseguraba que su opinión era tan valorada como la de cualquier otro, había notado en más de una ocasión que era el último en ser consultado. En ser tenido en cuenta.
No después de esto. No después de que vean que con menos de una docena de ayudantes atentos a mi más mínima orden, he logrado poner a punto y en marcha a Planeta sin ninguna clase de problemas y antes de lo previsto. Me gustaría ver si Sidney es capaz de hacerlo la mitad de bien…
Llegarían de noche, por supuesto, y probablemente en varios grupos. Colocaría a los manipuladores de especímenes en la entrada para recibirlos y darles la bienvenida antes de llevarlos a los ascensores (los nuevos, no la sucia monstruosidad en la que estaba a punto de subir). De camino a las profundidades, les hablaría a los visitantes de los eficientes y elegantes habitáculos donde vivir, del sistema de filtrado de aire autónomo, de la sala de cirugía…, de todo lo que convertía a Planeta en la instalación más innovadora. Los llevaría desde los ascensores hasta la sala de control y les explicaría los distintos entornos y ambientes, y las nuevas series de especímenes, ocho de cada una. Luego saldrían y los llevaría hasta la zona norte, hacia el comienzo del área de pruebas.
Las atravesaremos todas, las cuatro fases, hasta llegar al laboratorio químico y la sala de autopsias. Por supuesto, tendremos que detenernos a contemplar a Fósil, y luego pasaremos por la zona habitable, donde habrá café y algo de bollería esperándonos, o quizás unos cuantos emparedados, y después regresaremos a la sala de controla observar las primeras pruebas. Sólo espécimen contra espécimen, por supuesto, la experimentación con humanos sería todo un engorro…
Un suave pitido le hizo volver a la realidad y le indicó que el montacargas había regresado. La puerta se abrió, la rejilla se deslizó hacia un lado y Reston entró en el gran compartimento. La plataforma de acero reforzado resonó con un chasquido metálico bajo sus pies. Una leve polvareda se alzó desde la superficie metálica y se posó sobre la piel brillante de sus zapatos.
Reston suspiró, y pulsó los botones que le llevarían a la superficie, pensando en todo lo que había tenido que soportar desde que llegó a Planeta tan sólo diez días antes. El trabajo avanzaba, pero jamás pensó en todas las incomodidades que se tenían que sufrir para que una de aquellas instalaciones se pusiera en marcha. Las comidas recalentadas pero apenas tibias, la constante necesidad de prestar atención a todos y cada uno de los ínfimos detalles, y la suciedad: por todos lados, finas capas de polvo de construcción que se pegaban a sus ropas y a su cabello, que obstruían los filtros… Incluso en la sala de control había tenido que tomar medidas de precaución adicionales para que no se metiera en la unidad central. Había tenido que trabajar con tres programadores distintos para que todo el sistema informático se pusiera en funcionamiento, pero ésa era otra de las precauciones adoptadas por Umbrella para evitar que nadie supiera demasiado sobre el lugar. Si el sistema fallaba y se desconectaba…
Reston lanzó otro suspiro palmeando suavemente un cuadrado pequeño y liso que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta mientras el montacargas iniciaba con un zumbido el ascenso. Tenía los códigos. Si el sistema fallaba, sólo tenía que llamar a unos nuevos programadores. Un inconveniente, pero desde luego, no un desastre. Raccoon City, eso sí que fue un desastre, y una de las razones más poderosas para que quisiera que todo funcionara a la perfección en Planeta.
Lo necesitamos. Después del verano que hemos sufrido, el escape del virus y todos esos metomentodos de los STARS, además de perder a Birkin… Necesito que esto vaya bien.
Aunque la decisión había sido unánime, había sido la gente de Reston la que había ido a Raccoon City para quitarle el virus G a Birkin. Un acto que había dado corno resultado la pérdida de su científico en jefe y más de mil millones de dólares en equipo, en trabajadores y en instalaciones. Por supuesto, estaba claro que no había sido culpa suya, nadie le había atribuido aquel fallo, pero había sido un mal verano para todos, y que el Entorno de Prueba A estuviese preparado y en funcionamiento tranquilizaría la situación de un modo considerable.
Pensó en lo que les había dicho Trent, justo antes de que Reston se marchase camino a Planeta: mientras no perdiesen la cabeza, no tendrían que preocuparse por nada. Un aviso tranquilizador muy corriente, pero que dicho por Trent sonaba como una verdad absoluta. Era curioso. Habían contratado a Trent para que resolviera los problemas, y en menos de seis meses se había convertido en uno de los miembros más respetados de su grupo. Nada parecía inquietarle, el tipo era puro hielo. Habían tenido suerte de encontrarlo, sobre todo si se tenía en cuenta su reciente serie de desgracias.
El montacargas se detuvo, y Reston enderezó los hombros preparándose para redirigir las labores del señor Cole. La sola idea de hacerlo poner de pie de un salto le hizo sonreír de nuevo, y echó a un lado todas sus preocupaciones.
Un currante más, pensó con alegría, y salió del montacargas para encargarse de todo.

Capítulo 6
En el cielo nocturno, una media luna desparramaba una pálida luz azulada por la vasta y abierta llanura, haciéndola parecer incluso más frío de lo que era.
Y hace un frío de mil demonios, pensó Claire, temblando a pesar de la calefacción del vehículo de alquiler. Era otra furgoneta, e incluso con tres de ellos moviéndose en la parte trasera, comprobando y recargando las armas, no parecían generar ni de cerca el calor suficiente para mantener fuera el helado aire que se colaba a través de la delgada chapa de metal.
—¿Tienes los 380? —le preguntó John a León, quien se estiraba sobre la caja de la munición para cargar las cartucheras de sus caderas. David conducía, Rebecca comprobaba la posición en un GPS. Si las coordenadas de Trent eran correctas, ya estaban cerca.
Claire miró hacia fuera, al paisaje que corría junto al polvoriento camino, a lo que parecían interminables millas de nada bajo el ancho cielo, y se estremeció de nuevo. Era un lugar árido y abandonado, la carretera por la que iban apenas era más que un camino de polvo dirigiéndose a ninguna parte; el asentamiento perfecto para Umbrella.
El plan era sencillo. Dejar la furgoneta a media milla más o menos de las coordenadas de Trent, cargar con todas las armas que tenían, y deslizarse en el complejo tan silenciosamente como pudiesen.
«… encontramos el tablero de acceso que mencionó Trent, introducimos los códigos y entramos —había dicho David—, cuando esté bien entrada la noche. Con un poco de suerte, la mayoría de los trabajadores estarán dormidos; sólo será cuestión de encontrar sus habitaciones y reunirles. Les encerraremos y realizaremos una búsqueda de este libro del Sr. Reston. John, tú y Claire vigilaréis a nuestros prisioneros, mientras el resto buscamos. Probablemente estará en la sala de operaciones o en las habitaciones privadas de Reston. Si no lo encontramos en, digamos, veinte minutos, tendremos que preguntarle directamente al Sr. Reston… un último recurso para evitar implicar a Trent. Con el libro en las manos, nos iremos por donde venimos. ¿Preguntas?»
Su sesión de planificación en el hotel lo había hecho parecer bastante fácil y con la escasa información de que disponían, las preguntas habían sido pocas. Aunque ahora, conduciendo a través de un interminable y helado yermo, intentando mentalizarse para una confrontación… ahora no parecían tan simple. Era una perspectiva aterradora, entrar en un lugar donde ninguno de ellos había estado antes e intentar encontrar un objeto no mayor que una novela. Además era Umbrella, además tenemos que intimidar a un montón de técnicos y posiblemente acabar torturando a uno de los tipos importantes.
Al menos entrarían bien armados, parecía que habían aprendido la lección en lo que concernía a tratar con Umbrella: que llevar una potencia de fuego de cojones era una idea estupenda. Además de las pistolas de nueve milímetros y todos los cargadores que pudieran llevar encima, también estaban equipados con dos rifles automáticos M-16 AI, uno para John y otro para David, junto a media docena de granadas de fragmentación. Sólo por si acaso, les había dicho David.
En caso de que todo el plan se desmorone. En caso de que tengamos que hacer saltar por los aires y en pedazos alguna clase de criatura increíble y monstruosa, o un centenar de ellas…
—¿Tienes frío? —le preguntó León.
Claire apartó la vista de la ventanilla y le miró. León había acabado de preparar las bolsas de todo el equipo y le estaba entregando la suya. La tomó y asintió para responder a su pregunta.
—¿Tú no tienes?
León negó con la cabeza, sonriente.
—Ropa interior térmica. Me habría venido bien en Raccoon City…
Claire sonrió.
—¿Te hubiera venido bien a ti? Te recuerdo que yo iba correteando con unos pantalones cortos. Tú al menos tenías tu uniforme.
—Que acabó cubierto de tripas de lagarto antes de que hubiera recorrido la mitad de las alcantarillas —le respondió, y a ella le alegró ver que era capaz de bromear sobre aquello.
Se está recuperando. Los dos lo estamos haciendo.
—Niños, niños —les dijo John con voz severa—. Si no paráis ahora mismo, haré que el coche dé la vuelta…
—Frena un poco —dijo Rebecca desde el asiento del acompañante, y su voz hizo que todos se callaran. David levantó un poco el pie del acelerador, y la furgoneta redujo la velocidad hasta apenas avanzar.
—Me parece… creo que está a un kilómetro aproximadamente, hacia el sureste de nuestra posición —dijo Rebecca.
Claire respiró profundamente, vio cómo John empuñaba uno de los rifles automáticos y a León apretar los labios en cuanto David detuvo la furgoneta. Había llegado el momento. John abrió la portezuela lateral, y el aire entró, helado, seco, espantosamente frío.
—Espero que tengan encendida la máquina de hacer café —dijo John en voz baja, y saltó a la oscuridad.
Se dio la vuelta para recoger su pequeña mochila de cadera. Rebecca metió unos cuantos suministros médicos más en la suya, y cuando ella y David salieron, León le puso una mano en el hombro a Claire.
—¿Te ves con fuerzas? —le preguntó en voz baja, y Claire sonrió en su interior pensando que era un hombre muy dulce: ella se había estado preguntando si debía decirle eso mismo.
Se habían hecho bastante íntimos desde que se conocieron en Raccoon City, y aunque no podía estar completamente segura, creía haber detectado ciertas señales que le indicaban que a él no le importaría que esa intimidad se hiciera más profunda. No estaba segura de si eso sería una buena idea…
Pero desde luego, ahora no es el momento para decidir algo sobre eso. Cuanto antes consigamos ese libro de códigos, antes podremos marcharnos a Europa. A ver a Chris.
—Estoy tan fuerte como nunca —le respondió. León asintió y ambos salieron a la helada noche para reunirse con los demás.
David situó a John a retaguardia del grupo, y se colocó él en cabeza, obligándose a expulsar todos sus pensamientos negativos mientras se acercaban al lugar donde Trent había dicho que estaría la instalación de Umbrella. No iba a ser fácil: se disponían a entrar a saco con menos de un día de preparación, sin mapas del lugar, sin idea del aspecto que tenía Reston o contra qué clase de medidas de seguridad se enfrentaban…
La lista es interminable, ¿verdad?, y aun así voy a hacerles entrar. Porque si lo logramos, podré retirarme. Umbrella estará acabada, y nadie tendrá que venir a pedirme ayuda, nunca jamás.
Era una idea que le atraía mucho: una jubilación tranquila. En cuanto los monstruos a cargo de White Umbrella fueran entregados a la justicia, combatiente fugitivo o no, ya no tendría otra responsabilidad mayor que mantenerse alimentado y bañado. Quizá criaría plantas de invernadero…
—Creo que… debemos girar unos pocos grados a la izquierda —le dijo Rebecca a su espalda, lo que le sobresaltó y le hizo concentrarse de nuevo en sus alrededores.
Ella apenas había susurrado, pero la noche estaba tan tranquila y tan silenciosa, con el aire tan inmóvil, que cada paso que daban, cada exhalación, parecían asaltar sus oídos.
David les condujo a través de la oscuridad, deseando que pudieran utilizar las linternas. Ya debían estar muy cerca. Sin embargo, a pesar de ir completamente vestidos de negro, estaba preocupado por la posibilidad de que los descubrieran incluso antes de entrar… fuese lo que fuese lo que significase eso. Trent no les había dado ninguna indicación del aspecto que tenían las instalaciones del lugar. De cualquier modo, con la luz de aquella media luna no las verían hasta que prácticamente estuvieran encima…
Ahí.
Una sombra más oscura, justo por delante de ellos. David alzó una mano, lo que hizo que los demás también se aproximaran con mayor lentitud cuando vieron el techo ondulado que reflejaba la luz de la luna. Después pudieron ver la valla, y por último, un puñado de edificios, todos ellos a oscuras y en silencio.
David comenzó a acercarse en cuclillas, indicando a los demás que hicieran lo mismo y apretando el rifle automático contra su pecho. En silencio, se aproximaron lo bastante como para distinguir con claridad el solitario grupo de estructuras de un solo piso detrás de una valla baja.
Cinco, seis edificios, sin luces, sin movimiento visible… Sin duda una fachada para engañar…
—Bajo tierra —le susurró Rebecca, y David asintió.
Era lo más probable. Ya habían discutido varias posibilidades, y les parecía que era la más factible. Incluso con aquella escasa claridad pudo discernir que los edificios eran viejos, y que estaban oxidados y polvorientos. Había una estructura un poco más pequeña delante, y cinco edificios largos y bajos en fila detrás de ella, y todos tenían techos de metal ondulado. Desde luego, el conjunto era lo bastante grande como para albergar un terreno de prueba. Los edificios más grandes tenían el tamaño de un hangar para aviones, pero dado el lugar donde se encontraban, en mitad del desierto, y el aspecto de viejo y desgastado, supuso que las verdaderas instalaciones estaban bajo tierra.
Aquello era bueno y malo. Bueno porque eso significaba que no sería demasiado difícil entrar en el lugar sin demasiadas complicaciones. Malo porque sólo Dios sabía qué clase de sistema de vigilancia habrían montado. Tendrían que infiltrarse con rapidez.
David se giró, sin dejar de permanecer en cuclillas y le habló a su equipo.
—Tendremos que entrar a la carrera —les dijo en voz baja—, y permanecer lo más agachados posible. Treparemos por la valla y nos dirigiremos a la estructura que está más cerca de la entrada principal, en el mismo orden: yo iré en punta y John en retaguardia. Tenemos que encontrar la verdadera entrada lo antes posible. Cuidado con las cámaras, y quiero a todo el mundo con las armas en la mano en cuanto entremos en ese lugar.
Todos asintieron, con los rostros serios y expresión decidida. David se dio la vuelta y comenzó a acercarse a la valla, con la cabeza agachada y los músculos tensos y alerta. Veinte metros para llegar, con el frío aire haciéndole daño en los pulmones y secando el leve sudor de su piel. Cinco metros, y pudo leer los letreros de PROHIBIDO ENTRAR colocados en la valla, y cuando finalmente llegaron a la puerta, David vio el letrero que indicaba que se trataba de una propiedad privada, la ESTACIÓN DE VIGILANCIA E INVESTIGACIÓN DE LA ATMÓSFERA N.° 7. Levantó la vista hacia las siluetas redondeadas de lo que sólo podían ser unos discos de antenas de comunicación por satélite en dos de los edificios, además de las numerosas hileras de antenas normales que surgían de otro de ellos.
David tocó la valla con la punta del cañón de su M-16 primero, y luego con la mano. No ocurrió nada, y tampoco distinguió alambre de espino, ni cables de sensores o de alarma a la vista.
Es obvio que ninguna clase de estación de control del tiempo tendría dispositivos semejantes. Umbrella es tan precisa en sus fachadas como en todo lo demás.
Se colgó el rifle del hombro, se agarró al grueso alambre y comenzó a subir. La valla apenas medía dos metros, y estuvo en su borde superior en cinco segundos. Pasó por encima y se dejó caer al polvoriento suelo del interior del lugar.
Rebecca fue la siguiente, y trepó con facilidad y rapidez, una sombra ágil en la oscuridad. David alargó la mano para ayudarla a bajar, pero ella saltó con destreza al suelo sin apenas hacer ruido. Desenfundó inmediatamente su arma, una H&K VP70, y se dio la vuelta para cubrir la oscuridad mientras David se giraba de nuevo hacia la valla.
León casi se cayó cuado estaba pasando por encima del borde de la valla, pero David lo ayudó agarrándolo de la mano. En cuanto bajó, hizo una inclinación de cabeza para darle las gracias y se giró para ayudar a Claire.
De momento, todo va bien…
David estudió la oscuridad que les rodeaba mientras John trepaba. El corazón le latía con fuerza, y tenía todos los sentidos en alerta. No se oía ningún otro ruido aparte del chasqueo de la valla, ni se notaba ningún movimiento en la oscuridad.
Miró hacia atrás cuando John cayó pesadamente al lado de la valla, y luego indicó con un gesto de la cabeza el edificio más pequeño, el que estaba delante. Si él hubiera tenido que pensar en un sitio para ocultar la entrada, la hubiera escondido en un lugar donde nadie miraría: un cuarto para las escobas en la parte trasera del último edificio, a través de una trampilla en el suelo. Sin embargo, los de Umbrella eran gente demasiado engreída, demasiado presuntuosa como para preocuparse por unas precauciones tan simples.
Estará en el primer edificio, porque creen que la han ocultado tan bien que nadie podría encontrarla. Porque si hay algo con lo que podemos contar, es con que los de Umbrella piensan que son demasiado listos como para que los pillen…
O eso esperaba. Sin dejar de permanecer en cuclillas, David avanzó hacia el edificio en cuestión, rezando para que si había cámaras en funcionamiento en aquella zona, no hubiera nadie mirando las pantallas.
Ya era tarde, pero Reston no estaba cansado. Seguía sentado en la sala de control, bebiendo coñac en una taza y pensando vagamente en las tareas del día siguiente.
Por supuesto, ya había elaborado su informe: Cole todavía no había logrado arreglar el sistema de intercomunicadores, aunque al parecer, todas las cámaras funcionaban a la perfección. El manipulador de los Ca6, Les Duvall, quería que uno de los mecánicos revisara una cerradura que se atascaba en la jaula que los dejaba libres. Y todavía quedaba el asunto de la ciudad. Los Ma3K no podrían lucirse precisamente si los únicos colores de los edificios eran el marrón y el ladrillo…
Tengo que hacer que los de construcción se metan en Cuatro mañana. Y tengo que supervisar cómo les va a los Avi en sus perchas…
Una luz roja comenzó a parpadear en uno de los paneles que tenía delante, acompañada por un suave pitido mecánico. Era la sexta o la séptima vez que ocurría en la última semana. Tendría que hacer que Cole arreglara aquello también. Los vientos que recorrían la llanura podían llegar a soplar con mucha fuerza. En un día malo, incluso llegaban a hacer estremecer las puertas de los edificios de la superficie con la fuerza suficiente como para que saltaran los sensores.
Aun así, menos mal que todavía estaba aquí…
En cuanto Planeta estuviera a pleno rendimiento, siempre habría alguien sentado delante de las cámaras para repasar los sensores, pero en aquellos momentos, el único que tenía acceso a la zona de control era él. Si hubiera estado metido ya en la cama, el suave pero insistente pitido de la alarma sonando en su habitación le hubiera obligado a levantarse.
Reston alargó la mano hacia el interruptor y miró a la hilera de pantallas, más por costumbre que porque esperara ver nada…
… y se quedó helado, con la mirada fija en una pantalla que le mostraba la estancia de entrada, a casi unos trescientos metros por encima de donde él se encontraba, con una panorámica desde la esquina sureste del techo. Cuatro, no, cinco personas que encendían sus linternas, y todas vestidas de negro. Los estrechos haces de luz recorrieron los paneles de control cubiertos de polvo, las paredes repletas de equipo metereológico… e iluminaron las armas que empuñaban.
Oh, no.
Reston se sintió durante un segundo atemorizado y desesperado antes de recordar quién era. Jay Reston no se había convertido en uno de los hombres más poderosos del país, incluso puede que del mundo, por dejarse vencer por el pánico.
Alargó la mano bajo la consola en busca del teléfono colocado en un hueco al lado de la mesa y que le pondría en contacto con las oficinas privadas de White Umbrella. En cuanto lo levantó, tuvo línea.
—Soy Reston —dijo, y pudo sentir el acerado tono de su voz, pudo oírlo y sentirlo—. Tenemos un problema. Quiero que me pongan con Trent, quiero que Jackson me llame… y quiero que me envíen un equipo ahora mismo, vamos, que lo quiero aquí hace veinte minutos.
Se quedó mirando a la pantalla mientras hablaba, a los intrusos, y apretó los dientes, y su miedo inicial se convirtió en rabia. Sin duda eran los STARS fugitivos…
No importaba. Incluso si encontraban la entrada, no tenían los códigos, y, quienesquiera que fuesen, pagarían muy caro haberle causado aunque sólo fuera un segundo de inquietud.
Reston dejó el auricular en su sitio, cruzó los brazos y observó a los desconocidos moverse en silencio por la pantalla, preguntándose si tenían idea de que en media hora estarían muertos.

Capítulo 7
El edificio era frío y oscuro, se podía escuchar un suave zumbido de maquinaria que rompía el silencio, y que se escuchaba incluso por encima de los tremendos latidos de su corazón. El lugar no era muy grande, quizá de unos diez metros por sesenta, pero formaba una única estancia, lo bastante amplia como para hacerla sentirse intranquila, vulnerable. Unas pequeñas luces se encendían y se apagaban al azar a su alrededor, como si fueran docenas de ojos que les vigilaran desde la oscuridad.
Tío, odio esto.
Rebecca pasó el haz de luz de su linterna por la pared oeste del edificio en busca de algo que se saliera de lo habitual e intentando no sentirse a punto de vomitar al mismo tiempo. En las películas, los detectives privados y los policías que entran a hurtadillas en la casa de alguien siempre caminan con tranquilidad, en busca de pruebas, como si el sitio fuera suyo. En la vida real, meterse en un sitio en donde estaba claro que no debías estar era terrorífico. Sabía que eran los buenos, que estaban haciendo lo correcto, pero aun así sentía las palmas de las manos llenas de sudor y el corazón le martilleaba más que le palpitaba, y deseó desesperadamente tener un lavabo al que poder ir. Le parecía que su vejiga se había reducido al tamaño de una avellana.
Y eso tendrá que esperar, a menos que quiera entrar chorreando en mitad de territorio enemigo…
No era algo que Rebecca deseara.
Se inclinó para tener una mejor visión de la máquina que tenía enfrente, un aparato del tamaño de una nevera cubierto de botones, la etiqueta del frente decía «Estación OGO», a saber lo que era. Hasta donde podría contar, la habitación estaba repleta de enormes y macizas máquinas llenas de interruptores. Si el resto de los edificios estaban equipados de forma similar, encontrar el panel oculto de acceso iba a llevarles toda la noche.
Cada uno se ocupaba de una pared, y John investigaba las mesas situadas en el centro del cuarto. Probablemente había una cámara de vigilancia en alguna parte del edificio, lo cual hacía la urgencia todavía más grande… aunque todos esperaban que el personal mínimo significaría que nadie estaría observando. Si tenían mucha suerte, el sistema de seguridad ni siquiera estaría operativo aún.
No, eso sería un milagro. Bastante suerte tendremos si conseguimos entrar y salir de esto vivos e ilesos, con o sin ese libro…
Desde que habían dejado la furgoneta, las alarmas internas de Rebecca habían estado sonando hasta convertirla en un manojo de nervios. Durante el poco tiempo que llevaba en los STARS, había aprendido que confiar en sus instintos era importante, quizá incluso más importante que tener un arma; el instinto le decía a las personas cuando esquivar las balas, a esconderse cuando el enemigo estaba cerca, a saber cuando esperar y cuando actuar. El problema era, ¿cómo saber si era el instinto o sólo estás acojonada? Ella no lo sabía. Lo que sabía era que no se sentía bien en su incursión nocturna. Tenía frío y estaba nerviosa, su estómago le dolía, y no podía sacarse de encima la sensación de que algo malo iba a ocurrir.
Por otro lado, debería tener miedo… todos deberían estarlo. Lo que estaban haciendo era peligroso. Algo malo podría ocurrir realmente, reconocerlo no era paranoia, era ser realista.
—Hola. ¿Qué es eso?
Justo a la derecha de la máquina OGO había algo que parecía un calentador de agua, un aparato alto y redondeado con una ventanilla delante. Tras el pequeño cuadrado de cristal había una bobina de papel cuadriculado, cubierta con unas hileras negras, nada que hubiese reconocido, lo que había captado su atención era el polvo en el cristal. Era el mismo polvo que parecía haber por toda la habitación… pero había algo más. Había un borrón a través de la suciedad, una línea húmeda que podría haber sido causada por el dedo de alguien.
¿Un borrón en el polvo?
Si alguien hubiese pasado la mano sobre el polvoriento cristal, habría dejado algo más. Rebecca lo tocó frunciendo el ceño… y sintió la irregular superficie del polvo, las diminutas crestas y espirales como papel de lija bajo sus dedos. Lo habían espolvoreado o pulverizado encima… así pues, falso.
—Creo que tengo algo —susurró, y tocó el cristal donde se encontraba el borrón. La ventana se abrió, balanceándose y mostró un brillante cuadro metálico tras ella, un equipamiento de diez teclas en un panel limpio de polvo. El papel cuadriculado también era falso, tan solo parte del cristal.
—Bingo —musitó John tras ella, y Rebecca dio un paso atrás sintiendo un arrebato de emoción mientras los demás se les unían, sintiendo la tensión que provenía de ellos. Sus respiraciones combinaciones formaron una nubecilla en la helada habitación, recordándola lo aterida que estaba.
Demasiado frío… deberíamos volver a la furgoneta, volver al hotel para darnos un baño caliente. Ella podía captar la desesperación en su voz interior. No era el frío, era el lugar.
—Brillante —dijo David con suavidad y dio un paso al frente, sosteniendo su linterna en alto. Había memorizado los códigos de Trent, once en total, cada uno de ocho dígitos.
—Va ser el último, ya veréis —le susurró John. Rebecca habría lanzado una carcajada si no hubiera sido porque sentía tanto miedo.
John se quedó callado cuando le vio empezar a teclear el primero de los números. Rebecca pensó que si ninguno de ellos funcionaba, tampoco se sentiría demasiado decepcionada.
Jackson había llamado y había informado a Reston con su voz tranquila y educada que dos equipos de cuatro hombres cada uno se hallaban en camino tras partir en helicóptero de Salt Lake City.
—Resulta que nuestra oficina allí disponía de algunas tropas —le dijo—. Tenemos que agradecérselo a Trent. Nos sugirió que comenzásemos a redistribuir algunos de nuestros equipos de seguridad antes del gran estreno, por así decirlo.
A Reston le había encantado oír aquello, pero no estaba demasiado contento con que ellos estuvieran allí, tres hombres y dos mujeres armados dando vueltas alrededor de la entrada a Planeta en mitad de la noche…
—No pueden entrar, Jay —le interrumpió con suavidad para tranquilizarle—. No tienen acceso.
Reston se había tragado la cáustica respuesta que se le había ocurrido, y en vez de eso le dio las gracias. Jackson Cortlandt era probablemente el hijo de puta más arrogante y displicente que Reston jamás había conocido, pero también era extremadamente competente… y extremadamente feroz si necesitaba serlo. El último hombre que se había cruzado en su camino y le había cabreado acabó regresando a su familia en diferentes envíos postales. Decirle «¡Y una mierda!» al miembro más antiguo era como saltar desde el tejado de un edificio muy alto.
Jackson le había dejado bastante claro que aunque agradecía que le hubiera llamado, lo mejor sería que Jay manejara ese tipo de asuntos por su cuenta en el futuro, y que si se molestara en mantenerse al día sobre los cambios internos, se habría enterado de la existencia de los equipos en Salt Lake City. No se había tratado de una bofetada explícita, pero Reston captó el mensaje de todas maneras. Colgó el teléfono sintiéndose tremendamente humillado. Ver cómo los cinco intrusos se dedicaban a dar vueltas por el edificio de la entrada no hizo más que aumentar todavía más la tensión que sentía.
No tienen el código, no tienen acceso aun en el caso de que encuentren el teclado.
Veinte minutos. Lo único que tenía que hacer era esperar veinte minutos, media hora en el exterior. Reston respiró profundamente, y dejó escapar el aire con lentitud…
… y se olvidó de inhalar de nuevo cuando vio que uno de ellos, una chica, apretaba la ventanilla que daba acceso al teclado. Lo habían encontrado, y seguía sin saber quiénes eran o cómo conocían la existencia de Planeta…, pero por el modo en que uno de ellos se acercó al teclado y comenzó a pulsar botones, le pareció que veinte minutos sería demasiado tiempo para esperar la ayuda.
Está intentando adivinarlo, está marcando números al azar, no es posible que…
Reston se quedó mirando cómo el individuo alto y de cabello oscuro continuaba marcando números y recordó lo que Trent les había dicho en la última reunión: que era posible que en White Umbrella hubiera un infiltrado.
Alguien filtra información, alguien de muy arriba. Alguien que conoce los códigos de entrada.
Alargó la mano para levantar el auricular de nuevo, pero se detuvo. La sutil advertencia de Jackson le provocó un ligero sudor frío. Tenía que manejar la situación él en persona, era él quien tenía que impedir que entraran, pero todo el mundo estaba dormido y no disponía de servicio de intercomunicadores, tenía una pistola en su habitación, pero si tenían el código, no le quedaba tiempo para…
¡Control manual de anulación!
Reston se apartó de las pantallas y se dirigió a la puerta, dándose de bofetadas mentalmente mientras salía de la sala de control. Había un control manual de anulación en un panel oculto al lado del montacargas, y podía mantenerlo abajo aunque tuvieran el código de acceso…
Los equipos de seguridad llegarán y pillarán a nuestro pequeño grupo de invasores, y yo habré logrado manejar la situación.
Sonrió, con un gesto carente por completo de humor, y comenzó a correr.
León miró con ansiedad a David mientras tecleaba otra serie de cifras, esperando que su presencia no hubiese sido detectada todavía. No había visto ninguna cámara, pero eso no significaba que no hubiese una. Si Umbrella podía construir unos inmensos laboratorios subterráneos y crear monstruos, podían esconder una cámara de vídeo.
David pulsó una última tecla… y oyeron y sintieron un movimiento y un sonido al mismo tiempo: el suave siseo de unos engranajes hidráulicos y el distante zumbar de una maquinaria. Una gigantesca parte del muro situado a la derecha del teclado se elevó. Los cinco levantaron sus armas al unísono… y las bajaron de nuevo cuando vieron la gruesa puerta de rejilla y el hueco negro y vacío de un ascensor.
—Maldita sea —dijo John, con un tono de temor en su voz, y a León no le quedó más remedio que estar de acuerdo.
El panel tenía tres metros de ancho, y estaba repleto de máquinas adosadas a él, y sin embargo, había desaparecido en dos segundos por la abertura del techo. Fuese cual fuese el mecanismo que lo hacía funcionar, tenía que ser tremendamente poderoso.
—¿Qué es eso? —dijo Rebecca, y León lo oyó un segundo más tarde: un zumbido lejano.
Al parecer, el código de entrada también servía para llamar al ascensor. Podían oír cómo iba subiendo, el resonante eco de un aparato bien engrasado en el helado hueco del ascensor. Subía con rapidez, pero todavía estaba muy abajo. León se preguntó, y no por primera vez, cómo demonios había logrado Umbrella construir algo semejante. El laboratorio de Raccoon City también había sido inmenso, con Dios sabía cuántas plantas llenas de instalaciones, y todas a gran profundidad bajo la ciudad.
Deben tener más dinero que Midas. Y un pedazo de arquitecto.
—Puede que hayamos activado alguna clase de alarma —dijo David en voz baja—. Puede que no esté vacío.
León asintió, lo mismo que los demás. Todos se quedaron en silencio y en tensión mientras esperaban, con John apuntando su rifle automático hacia la puerta de rejilla.
Reston encontró el panel liso y sin ranuras, y lo abrió sin ningún problema…, pero había una cerradura sobre el interruptor, un pequeño pasador enganchado a la parte superior, lo que impedía que se pulsara hasta el fondo. No fue hasta que vio la cerradura que se acordó de ello: era otra de las precauciones tomadas por Umbrella, una que le pareció increíblemente estúpida en aquel momento.
Las llaves, todos los trabajadores tienen un manojo, a mí me dieron uno cuando llegué…
Reston se pasó las manos por el pelo, azuzando a su cerebro, sintiéndose desesperado y exasperado.
¿Dónde he puesto las puñeteras llaves de seguridad?
Cuando oyó que el montacargas subía a la superficie segundos después, fue lo único que pudo hacer para no ponerse a gritar. Tenían el código. Tenían armas, eran cinco y tenían el código.
El montacargas tarda dos minutos en llegar arriba, todavía tengo tiempo y las llaves están en…
En blanco. Su mente estaba en blanco, y los segundos pasaban con rapidez. Ya había pulsado el botón de llamada, pero el montacargas no bajaría si alguien abría la puerta de la superficie. Por lo que él sabía, los asesinos o los saboteadores o lo que puñetas fuesen ya habrían abierto la puerta y estarían mirando cómo subía el montacargas, esperando…
O quizás están lanzando unos cuantos kilos de explosivo plástico por el hueco… o… ¡control! ¡Están en la sala de control!
Reston se dio la vuelta y echó a correr por el ancho pasillo, a los tres metros giró hacia la derecha para entrar en el pequeño ramal que llevaba a la sala de control. En su primer día en Planeta, uno de los encargados de construcción le había enseñado dónde estaban todas las cerraduras internas: generador de apoyo, la enfermería con las medicinas y las drogas… y el control manual de anulación. Se había aburrido bastante a lo largo del recorrido, y después había tirado las llaves en un cajón de la sala de control, a sabiendas de que no las necesitaría.
Cruzó la puerta a toda prisa, y decidió que más tarde se fustigaría por olvidarse de las llaves. Se preguntaba cómo era posible que la situación se hubiera salido de madre en un tiempo tan corto. Hacía tan sólo diez minutos estaba disfrutando de un poco de coñac y relajándose…
Y dentro de diez minutos, puede que estés muerto.
Reston corrió más deprisa.
El ascensor era muy grande, de al menos tres metros de ancho por cuatro de largo. John entrecerró los ojos cuando comenzó a aparecer delante de ellos: la fuerte luz de la bombilla sin pantalla que colgaba del techo era casi cegadora después de todo el tiempo que llevaban en la oscuridad.
Al menos está vacío. Ahora, todo lo que tenemos que hacer es procurar no caer en una emboscada y que nos maten cuando apretemos el botón de bajada.
El ascensor se detuvo con suavidad. El pestillo que mantenía cerrada la puerta de rejilla se abrió y ésta se deslizó hasta desaparecer en la pared. Miró a David, quien le indicó con un gesto de la cabeza que entrara.
—Primera planta: zapatos, ropa de caballero, capullos de Umbrella —dijo, y no le importó demasiado que los demás no se rieran. Cada uno de ellos tenía su método preferido para enfrentarse a la tensión. Además, su sentido del humor estaba mucho más desarrollado.
Muy por encima de ellos, pensó mientras echaba un vistazo a las paredes del ascensor en busca de algo raro. Bueno, quizá no por encima de ellos; más bien se trataba de que no apreciaban su fino ingenio. Lo importante es que él lograba mantenerse alegre y entretenido, lo que impedía que se quedara helado, incapaz de moverse, o que se convirtiera en un simple tronco inmóvil.
El ascensor parecía estar en orden, lleno de polvo pero sólido. John entró con paso cuidadoso en su interior, con León justo detrás…, y en ese preciso momento, John oyó un ruido, a la vez que una señal roja comenzó a parpadear en el panel de control del ascensor.
—Quedaos quietos —dijo con un siseo, levantando la mano. No quería que nadie más entrase hasta que hubiese comprobado qué quería decir aquella luz roja…
La puerta de rejilla se cerró a su espalda y el pestillo se aseguró con un chasquido. Se giró y vio que León ya estaba dentro, vio a Rebecca y a Claire lanzarse en dirección a la puerta desde el otro lado y a David corriendo hacia el teclado.
Se oyó un chasquido y León, que era el que estaba más cerca, avisó con un grito a Rebecca y a Claire…
—¡Atrás!
El panel de la pared estaba bajando, estaba cortando el aire, y las chicas retrocedieron trastabillando. John pudo ver una última imagen de sus rostros pálidos y desencajados en la penumbra… La puerta quedó cerrada, y aunque él no había tocado absolutamente nada, el ascensor comenzó a bajar. John se puso en cuclillas al lado del panel de control, apretando diversos botones, y comprendió el motivo del encendido de la luz roja.
—Es un control manual de anulación —dijo, y se puso en pie, mirando al joven policía, sin saber qué decir. Su sencillo plan acababa de joderse por completo.
—Mierda —dijo León, y John se limitó a asentir, pensando que lo había resumido a la perfección.

Capítulo 8
—Mierda —dijo Claire con un susurro, sintiéndose inútil y atemorizada, deseando poder golpear el panel de la pared hasta que liberara a los dos hombres.
Una trampa, era una trampa, una emboscada…
—Escuchad… está bajando —dijo Rebecca, y Claire también lo oyó.
Se giró y vio a David tecleando con una mano, con la linterna en la otra, y una expresión preocupada en la cara.
—David… —empezó a decir Claire, pero se calló cuando David le dirigió una breve pero intencionada mirada, una mirada que le decía que se esperara. No había dejado de pulsar botones, y volvió a concentrarse por completo en el panel de control.
Claire se giró hacia Rebecca, y vio que su compañera se estaba mordisqueando el labio de puro nerviosismo mientras miraba a David.
—Debe de estar probando otra vez con todos los códigos —le susurró a Claire, y ésta asintió, sintiendo náuseas por la preocupación; deseando ponerse a hablar de cómo entrar en acción, pero consciente de que David necesitaba concentrarse. Se atrevió a inclinarse un poco y a responderle en susurros a Rebecca. Si se quedaba quieta en la fría oscuridad, perdería el control y se volvería loca.
—¿Crees que ha sido cosa de Trent?
Rebecca frunció el ceño y luego negó con la cabeza.
—No. Me parece que hemos activado alguna clase de alarma silenciosa o algo así. Vi una luz que se encendía dentro del ascensor justo antes de que se cerrara la puerta.
Rebecca sonaba tan atemorizada como ella misma, y Claire pensó en lo amigos que ella y John parecían haberse convertido. Quizá tan amigos como ella y León. Claire alargó de forma instintiva su mano en busca de la de Rebecca, y ésta la apretó con fuerza mientras las dos se quedaban observando a David.
Vamos, vamos, uno de esos códigos tiene que abrirla, tiene que traerlos de vuelta…
Pasaron unos cuantos segundos llenos de ansiedad, y David dejó de pulsar botones. Levantó el haz de la linterna hacia el techo, y el reflejo del mismo fue suficiente para que se vieran las caras los unos a los otros.
—Al parecer los códigos no funcionan si alguien está utilizando el ascensor —les dijo. Su voz sonaba tranquila y relajada, pero Claire pudo ver que tenía la mandíbula apretada, y los músculos de sus mejillas temblaban—. Lo intentaré otra vez dentro de un momento, pero como parece que alguien más tiene el control principal del ascensor, debemos pensar en otras opciones. Rebecca, comienza a buscar una cámara, comprueba las esquinas y el techo. Si vamos a estar aquí un rato, necesitamos un poco de «intimidad». Claire, a ver si puedes encontrar alguna herramienta que podamos utilizar para abrirnos paso a través de la pared: un cortafríos, un destornillador, lo que sea. Si los códigos siguen sin funcionar, intentaremos forzar la entrada. ¿Alguna pregunta?
—No —contestó Rebecca, y Claire negó con la cabeza.
—Bien. Respirad profundamente y manos a la obra.
David volvió a concentrarse en el teclado y Rebecca se dirigió hacia una esquina, registrando el techo con su linterna. Claire inspiró profundamente y se puso a mirar la polvorienta superficie de la mesa. Tenía varios cajones a ambos lados. Abrió el primero de ellos, y mientras echaba a un lado todos los papeles y los pequeños objetos que había en su interior, pensó que David se comportaba de un modo magnífico cuando se encontraba bajo una gran presión.
Un cortafríos, un destornillador, lo que sea… Tened cuidado, por favor, tened cuidado, y procurad que no os maten…
Claire se obligó a respirar profundamente otra vez, y luego abrió el siguiente cajón, prosiguiendo con su búsqueda.
John se puso en cabeza, y a León no le molestó en absoluto. Puede que hubiera sobrevivido al horror de Raccoon City, pero el antiguo miembro de los STARS había estado metido en situaciones de combate desde hacía nueve años. Él llevaba ventaja.
—Agáchate —le dijo John, agazapándose él mismo. Luego se tumbó por completo boca abajo y agarró con firmeza su M-16, rodeando su musculoso brazo con la correa—. Si es una emboscada, estarán apuntando a lo alto cuando la puerta se abra, y nosotros les dispararemos a las rodillas. Funciona a la perfección.
León se tumbó a su lado, apoyando su mano derecha sobre la izquierda, con la nueve milímetros apuntando al hueco de la puerta. La oscuridad pasaba velozmente afuera, y no se veía nada más que el pozo del ascensor cubierto de metal.
—¿Y si no es así?
—Te levantas y te encargas de la derecha, yo lo haré de la izquierda. Quédate dentro si puedes. Si descubres que estás apuntando a una pared, date la vuelta y dispara bajo.
John le miró, y de manera increíble, le sonrió de oreja a oreja.
—Piensa en toda la diversión que se van a perder. Nosotros vamos a freír a balazos a unos cuantos tíos de Umbrella, y ellos se van a quedar en la oscuridad, muertos de frío y sin nada que hacer.
León estaba demasiado tenso como para responder a su sonrisa, aunque lo intentó.
—Sí, hay gente con suerte —le dijo.
John meneó la cabeza, y su sonrisa desapareció.
—No podemos hacer otra cosa que bajar con el ascensor —le contestó, y a León no le quedó más remedio que tragar saliva.
Puede que John estuviera loco, pero en eso tenía toda la razón. Estaban donde estaban, y desear otra cosa no serviría para evitarlo.
Tampoco pasa nada si lo hago. Dios, ojalá no hubiera entrado en este trasto…
El ascensor continuó bajando, y ambos se quedaron callados, esperando. León agradeció que John no fuera muy charlatán. Le encantaba soltar chistes y gracias, pero era obvio que no se tomaba las situaciones peligrosas a la ligera. León se fijó en que estaba respirando de forma profunda y acompasada, apuntando con su M-16, preparado para cualquier cosa que fuese a ocurrir.
León respiró profundamente varias veces, intentando relajarse en aquella posición tumbada… y el ascensor se detuvo. Oyó un leve tintineo metálico, un soniquete, y la puerta de reja comenzó a moverse hacia un lado, desapareciendo en un hueco de la pared lateral. Una puerta exterior sin ventanilla comenzó a elevarse al mismo tiempo. Una suave luz inundó el interior del ascensor… y no vieron a nadie. Una pared de cemento alisado a unos seis metros de ellos, un suelo de cemento también alisado. Un vacío gris.
¡Arriba, vamos!
León se puso en pie, con el corazón palpitándole a toda velocidad, y John hizo lo mismo a su izquierda, en silencio y a mayor velocidad incluso. Intercambiaron una mirada y ambos dieron un paso al exterior del ascensor, con León apuntando su VP70 con un gesto rápido a la derecha, preparado para disparar… y tampoco vio nada. Un amplio pasillo que parecía alejarse hasta un kilómetro de distancia, y un ligero olor mezcla de polvo y desinfectante industrial en el aire fresco. Fresco, que no frío. Comparado con la superficie, estaban en verano. El pasillo podía medir perfectamente ciento cincuenta metros de largo, o incluso más. Se veían unos cuantos ramales que salían a los lados, unas cuantas lámparas colocadas a intervalos regulares en el techo y ninguna señal… tampoco de vida.
Entonces, ¿quién nos ha hecho bajar? ¿Y por qué, si no estaban planeando esperarnos aquí abajo con unas cuantas balas?
—Quizás están jugando al bingo —dijo John en voz baja. León miró al otro lado, y vio que excepto por la ubicación de unos cuantos pasillos laterales, el lado que John estaba cubriendo era prácticamente idéntico al suyo. Y estaba igual de vacío.
Ambos entraron de nuevo en el ascensor. John alargó la mano hacia los botones y pulsó el de subida, pero no ocurrió nada.
—¿Y ahora qué hacemos? —dijo León.
—A mí no me preguntes. El cerebro del grupo es David —le contestó John—. Aunque yo soy el más atractivo.
—Dios, John —resopló León—. Tú eres el más veterano de los dos. Para ya, ¿vale?
John se encogió de hombros.
—Vale. A mí me parece que quizá no es una trampa. Quizás… Si hubiese sido una trampa, habrían intentado atraparnos a todos a la vez. Y ahora mismo estaríamos metidos en mitad de un tiroteo. Y la casualidad. El ascensor sólo estuvo arriba unos cuantos segundos… como si alguien se hubiese dado cuenta de que lo habíamos llamado…
—Alguien intentó impedir que nos subiéramos, ¿verdad? —dijo León, más que preguntarlo—. Para que no pudiéramos bajar.
John asintió.
—Premio para el chaval. Y si es así, eso significa que alguien nos teme. Me refiero a que no hay tipos de seguridad, ¿verdad? Quienquiera que fuese el que nos trajo aquí abajo probablemente se largó zumbando a una habitación con cerradura.
»En cuanto a lo que hacemos ahora —continuó diciendo—, estoy dispuesto a escuchar sugerencias. Sería estupendo poder reunirnos con el resto del grupo, pero si no se nos ocurre un modo de poner de nuevo en marcha el ascensor…
León frunció el ceño, pensativo, recordando que antes de que llegar a Raccoon City le hubiera supuesto poner fin a su carrera profesional, lo habían entrenado para que fuera policía…
Utiliza las herramientas de las que dispones…
—Aseguremos la zona —dijo lentamente—. Sigamos el plan original, al menos la primera parte. Reunamos a todos los trabajadores, y luego nos preocuparemos por el tema del ascensor. Lo de Reston tendrá que esperar, de momento…
John levantó una mano de repente, cortándolo, con la cabeza inclinada hacia un lado. León permaneció atento, pero no oyó nada. Pasaron unos cuantos segundos antes de que John bajara la mano. Se encogió de hombros, pero sus ojos oscuros permanecieron alerta, y sostuvo el rifle automático con ademán de estar preparado.
—Buena idea —dijo por fin—. Si podemos encontrar a los puñeteros empleados. ¿Prefieres ir a la izquierda, o a la derecha?
León sonrió levemente al recordar la última vez que había tenido que elegir en qué dirección ir. Había escogido la izquierda en el sótano del laboratorio de Umbrella en Raccoon City, y habían llegado a un callejón sin salida. Tener que retroceder todo aquel camino casi les había costado la vida.
—A la derecha —dijo—. La izquierda me trae malos recuerdos.
John enarcó una ceja, pero no dijo nada. A pesar de lo extraño que era, parecía estar satisfecho con el razonamiento de León.
Quizá porque él está loco. Bueno, al menos lo bastante loco como para andar soltando chistes en mitad de una situación como ésta.
Salieron juntos del ascensor, se adentraron en el largo y vacío pasillo y giraron a la derecha, avanzando con lentitud, con John vigilando su retaguardia y León atento a todas las entradas a los ramales en busca de cualquier signo de movimiento. El primer pasillo lateral estaba a su izquierda, a menos de dos metros de la puerta del ascensor.
—Espera —le dijo John, y se metió por el corto pasillo, caminando con rapidez hasta la puerta que había en su extremo. Forcejeó ligeramente con el picaporte y luego regresó rápidamente, meneando la cabeza.
—Me pareció oír algo —y León asintió, pensando en lo fácil que sería para cualquiera matarles.
Se encierra con llave en una habitación, espera a que pasemos, y ¡pam!…
Mejor no pensar en aquello. León dejó a un lado aquella idea y continuaron su lento avance por el pasillo, barriendo todos los rincones con sus armas. Se dio cuenta de que su ropa interior térmica no había sido una buena idea en cuanto el sudor comenzó a bajarle por la espalda… Y preguntándose, de repente, cómo podían haber ido las cosas tan mal con tanta rapidez.
Reston tuvo una idea.
Casi se había dejado llevar por el pánico después de que les oyera decir cosas que se suponía que no debían saber, oculto en la sala de control con la puerta abierta sólo una rendija. Cuando oyó que uno de ellos mencionaba su nombre, sintió que el miedo le subía por la garganta como si fuera bilis, y le llenó la mente con visiones muy detalladas de su propia muerte. Cerró la puerta con llave, y se dejó caer al suelo mientras intentaba pensar qué hacer, ver qué opciones tenía.
Había estado a punto de echarse a gritar cuando uno de ellos intentó abrir la puerta, pero había logrado mantenerse muy quieto, no hacer ningún ruido en absoluto hasta que el intruso había comenzado a alejarse. Le llevó unos cuantos segundos recuperarse de aquello, recordar que esa situación era algo que él podía manejar. Lo curioso es que fue la imagen de Trent lo que lo logró. Trent no se dejaría llevar por el pánico. Trent sabría exactamente qué hacer… y desde luego, no correría a llamar a Jackson para pedir ayuda.
A pesar de ello, estuvo a punto de descolgar el teléfono varias veces mientras veía por los monitores cómo los dos individuos aterrorizaban a sus trabajadores. Eran eficientes, a diferencia de sus camaradas de la superficie, que todavía estaban intentando hacer funcionar el montacargas. Los dos intrusos habían tardado cinco minutos en reunir a todos los trabajadores en cuanto llegaron a la zona de descanso. Les había ayudado el hecho de que cinco de ellos todavía estaban despiertos y jugando a las cartas en el comedor, tres de los albañiles y dos de los mecánicos. El joven blanco se quedó vigilándolos mientras el otro se acercaba a los dormitorios y despertaba a los demás, obligándolos a agruparse y a dirigirse hacia el comedor.
Reston quedó decepcionado por la falta de espíritu combativo de su gente, ni un solo luchador entre ellos, y seguía sintiendo mucho miedo. En cuanto los equipos procedentes de la ciudad llegasen, tendría algo con lo que trabajar, pero hasta entonces podían ocurrir todo tipo de cosas malas.
«Lo de Reston tendrá que esperar, de momento…» ¿Qué ocurrirá cuando se den cuenta de que no estoy entre el grupo de rehenes? ¿Qué es lo que quieren? ¿Qué van a querer, si no es mantenerme secuestrado para pedir un rescate, o matarme directamente?
Había estado a punto de llamar a Sidney, a pesar de que sabía que Jackson se acabaría enterando, pero se arriesgaría a sufrir la desaprobación de sus colegas, se arriesgaría a perder su puesto dentro del círculo interno si con eso lograba sobrevivir a aquel ataque.
Estaba alargando la mano para levantar el auricular cuando se dio cuenta de que faltaba alguien. Reston, frunciendo el ceño, se acercó más al monitor que
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