Publicado: 15:00 14/01/2012 · Etiquetas: · Categorías: Relatos
4.
La puerta se había abierto, acompañada por el chirriar de unas bisagras que conocieron tiempos mejores. Desde donde me encontraba atisbaba la oscuridad provocadora de la noche, iluminada en distantes puntos del escenario por erráticas farolas, llamativos carteles publicitarios y los focos de interminables hileras de automóviles, una raza superpoblada en sí misma. No alcanzaba a ver el cielo desde el interior de la tienda, pero lo imaginé salpicado de intermitentes estrellas, coronado por una luna creciente y cegadora. Mi rumbo cambió en unas cuantas horas, y lo que el futuro me deparara no hacía sino provocarme estremecimientos desde lo más profundo de mi ser, de emoción, sí, pero también de miedo, porque ya no podía esconderme en un rincón seguro y permitir que el tiempo y los sucesos pasaron de largo. Ahora formaba parte de ellos, de una manera que aún me quedaba por descubrir. Athena se afanaba en el mostrador, buscando mi reloj entre los múltiples cajones del escritorio desordenado y polvoriento. Entre los dos levantamos de nuevo la mesa y recogimos tazas y comida de la vetusta moqueta, limpiando como bien supimos las manchas que decoraban la alfombra mohosa. Regordete seguía sin aparecer a pesar de que ella le había llamado insistentemente....o eso me explicó después, aunque yo no la había visto pronunciar una sola palabra mientras borrábamos los resultados de mi arranque de furia. -Los libros – me comentó finalmente, mirando dolorida la montaña de volúmenes extraviados por el piso – requerirán de cierto esfuerzo para volver a su lugar correcto. Usted no puede ayudarme en esto señor Smith, sus ojos no deben posarse sobre historias que no son para usted, podría ser desastroso – así que lo dejamos estar. Athena extrajo al fin el reloj del fondo de un cajoncito, exhibiendo un gesto triunfante. Lo observé indiferente mientras ella lo sostenía en el aire, mostrándome su hallazgo. De alguna manera sentí que su lugar ahora se hallaba intrínsecamente ligado a esta librería, junto a Athena. “Pero puede que a ella no le haga la menor de las gracias” - sospeché, recordando su trato anterior hacia el común artilugio. - Quédeselo, por favor Athena, yo ya no lo necesito – le pedí, cerrando su delicada mano sobre el reloj. Ella bajó la vista, y ante mi sorpresa se colocó el voluminoso mecanismo alrededor de su muñeca izquierda. El reloj colgó burdamente, demasiado grande para su pequeña portadora, pero a Athena no pareció importarle. - Y eso? - pregunté - Su reloj ya no marca la hora señor Smith, si me lo concede, me gustaría quedármelo....como recuerdo – explicó Asentí con un breve gesto, mirando otra vez hacia la entrada, que entornada, dejaba penetrar al aire helado de la noche en el bosque acuñado por las olas de calor procedentes del verano. Pero antes de que pudiera avanzar hacia ella Athena sustuvo mis manos entre las suyas, suaves y calientes al tacto, de un tamaño tal que se ocultaban entre las mias como hechas a medida. - Siempre puede echarse atrás – me comunicó con voz temblorosa y sin alzar la mirada – volver a su vida anterior si lo desea. Nadie le recriminará su decisión!. No permita que la única garantía del destino domine sus pasos......como hizo mi familia, o esa ridícula ninfa! - gritó, angustiada - Si tan solo te hubieras traicionado antes – musité con voz tierna, acariciando sus lágrimas entre mis dedos – ambos sabemos que ya no hay marcha atrás, me has cambiado. El destino no tiene nada que ver, dulce niña – y supe que era cierto en cuanto las palabras surgieron de mi boca – has despertado un sueño adormecido en mi interior, que tan solo esperaba tu llegada para brotar con energía. Athena me abrazó fuertemente, como una niña buscando el calor paterno en medio de una tormenta, pero pronto recordó su deber, y se hizo a un lado. Su aroma a papel viejo y dulces vespertinos me acompañó aún unos segundos durante el fugaz espacio que me separaba de la salida, sabedor en mi interior de que jamás podría volver a aquélla estrepitosa y mágica librería. - Adios, señor Smith – escuché pronunciar a Athena, muy lejos, apoyado en el marco de la puerta, a un segundo del mundo más allá del muro. Me volví una última vez, repasando su figura y sus rasgos, pretendiendo que su imagen se grabara a fuego en mi mente, y que siempre me acompañara en un inédito, y tal vez tortuoso, camino. - Filippe, me llamo Filippe. - Filippe – repitió ella, saboreando el sonido – vive con la esperanza de aquél que nunca pierde de vista sus sueños – me deseó - Adios, Athena - Adios, Filippe. La puerta se cerró a mis espaldas, y con el sonido del cotidiano chasquido una etapa de mi vida terminó para siempre. En el exterior, Regordete se hallaba sentado sobre sus cuartos traseros, escudriñando con expresión enigmática las animadas calles de fin de año. Reparó vagamente en mi, desperezándose cuán largo era y abriendo desmesurádamente la boca en un bostezo dirigido al mundo entero. Fijó sus ojillos azulados en mi persona, y una voz se instaló en mi psique con un suave cosquilleo. "Sigue tu camino forastero, Athena estará bien... tú a lo tuyo."- y se adentró rápidamente en la tienda, cruzando una gatera que apareció de improviso en el bajo de la puerta. Sonreí de oreja a oreja, emprendiendo mi camino junto a tantas otras personas, esperando al año nuevo. Fin. Publicado: 12:32 13/01/2012 · Etiquetas: · Categorías: Relatos
3.
Mis manos cerraron el níveo librito de bolsillo, sujetándolo con innecesaria fuerza. Una desacostumbrada calidez arreció en mi pecho, empañando mi visión momentáneamente. El relato era conciso, tal como me había comentado Athena, las páginas restantes se hallaban en blanco, quizás esperando a que alguien más necesitara de ellas para cobrar vida. Acomodé el ejemplar sobre la modesta mesita y me lleve de nuevo el té a los labios, que ya se había enfriado. Aún asi me lo bebí entero y di cuenta del pastelito mordisqueado, aunque en mi estado actual de ánimo me supo amargo y pastoso. Unos andares acompasados me anunciaron que Athena venía a mi encuentro, activada por un resorte invisible. Se sentó en el sillón contiguo con Regordete en los brazos, dejando vagar su vista por el lugar, como si valorara mentalmente el contenido del mismo. Sus delicadas manos acariciaban ausentemente al felino, que se había enroscado sobre sí mismo y ronroneaba satisfecho en su regazo. - Nunca tuve la intención de saltar el muro – murmuré, fijando la vista en el techo - Lo sé – respondió ella en un tono igualmente comedido Las palabras se atragantaron en mi garganta, su exteriorización imposibilitada por la corriente de sentimientos que me ahogaba. Cuándo fue la última vez que derramé una lágrima – pensé – pero no pude recordarlo. - Sé lo que debo hacer, pero tengo miedo – confesé – me he acurrucado durante tanto tiempo en un refugio perdido en mi imaginación que ya no recordaba qué significa luchar por lo que quieres, o vivir por ello - Señor Smith, míreme por favor – me pidió, y yo obedecí – hay algo que debe saber, yo misma escribí este cuento - Usted? - pregunté inútilmente, sin saber qué más decir. - Así es, en realidad todas las historias que pueblan este lugar han sido escritas por mi, y antes de mi por mi abuelo, que ya no se encuentra con nosotros. - Lo siento mucho – me compadecí, pero ella se encogió de hombros y esbozó una tímida sonrisa. - No se preocupe, Regordete siempre está conmigo – dijo mientras estrechaba al gatazo entre sus brazos, que emitió un casi inaudible maullido como confirmación – y tengo muchos visitantes que necesitan de mis servicios - Como yo – confirmé, sintiendo que con su ayuda las nubes de mi consciencia comenzaban a dispersarse, permitiendo que finos rayos de luz iluminaran en parte mi camino Atisbé de nuevo el austero libro sobre la mesa, realmente me había sido de mucha ayuda, pero aún existía una parte importante de toda aquél entramado que no conseguía comprender. - Por qué yo – le pregunté Inmediatamente un pesado y ominoso silencio se apoderó de nuestro humilde claro en el bosque. Athena se mordió el labio inferior con indecisión, debatiéndose entre sentimientos encontrados, pero finalmente se decidió a responder. - Porque llegará un momento en que tenga un papel importante que desempeñar, señor Smith – las palabras se me clavaron en la piel, evocando una expresión reciente, e idéntica – yo tan solo le he abierto la puerta, como un instrumento..... - ….....del destino – terminé. Así que a eso se reducía todo, solo era una marioneta a la que ella había tirado de los hilos, movida por algún propósito desconocido. Me levanté de un salto, profundamente alterado y derribando el contenido de la mesa en el proceso, pero Athena ni siquiera se inmutó, como si esperara esa misma reacción. El gato, por el contrario, saltó instintivamente ante la agresión impulsado por sus fuertes músculos, y después de bufarme con rabia se marchó apresuradamente, buscando un lugar de descanso más adecuado. - Esperaba que no me preguntara por eso. Sinceramente, todo hubiera sido más sencillo.- ella también se levantó, sin dirigir ni una sola mirada al desastre que yo había causado, y girándose de espaldas a mi, se encaminó hacia la puerta, dando por concluido el asunto. Pero yo no podía marcharme sin más después de aquél engaño, quería respuestas, y en aquél momento de ira ciega me encontraba determinado a conseguirlas, al precio que fuera. Corrí tras ella, acortando la distancia en cuestión de segundos. Mi mano se cerró como una tenaza sobre su hombro derecho, tirando de ella hacia mi a la fuerza. “Su hombro herido” - pensé en el último instante, cuando contemplé cómo su rostro se desfiguraba por el dolor. Athena contuvo un lastimoso gemido y consiguió liberarse de mi presa, pero perdió el equilibrio y chocó contra una de las serpenteantes estanterías, que, cual castigo divino, derramó toda una lluvia de libros sobre nosotros; libros pequeños y grandes, de todos los colores del arco iris, libros que ella escribió para conducir a sus legítimos dueños hacia su destino. Un pesado fajo de hojas encuadernado de negro se estampó contra mi nuca haciéndome caer también al suelo. Literalmente resultamos semienterrados por el arsenal interminable de obras, que descendió sobre nosotros como una riada de papel y polvo. Oí cómo Athena se debatía por liberarse y se las arreglaba para sentarse apoyada de espaldas al ahora sensiblemente más ligero mueble. Sollozaba débilmente y su respiración era acelerada, descendiendo paulatinamente de ritmo a medida que recuperaba el control. La vergüenza me enredó con un manto férreo, impidiéndome reaccionar. Aquélla experiencia – razoné – constituía el estímulo necesario por el que había rezado durante años, el impulso que me extaería de un estancamiento acomodado y me permitiría afrontar la vida tal como siempre había deseado, pero a la que nunca había tenido el valor de aspirar. Realmente importaba si mis objetivos personales eran parte del destino, o viceversa? - Señor Smith – su voz me alcanzó desde algún lugar lejano, traspasando cientos de historias – yo no tengo las respuestas que busca, la vida es una lucha constante plagada de arbitrarias derrotas y sueños mancillados, pero no es de color blanco o negro. A veces los cobardes triunfan sobre los fuertes, y las consecuencias de ello no son siempre desfavorables, el rey justo acarrea la desgracia al reino, el intrépido guardián aflige a la persona equivocada. Usted puede pensar que su situación es injusta, pero las cosas no son siempre como queremos, y sin embargo, la elección final es solo suya, pues existen incontables resultados y formas de moldear la realidad. Y por encima de todo, debe comprender que siempre hay un precio. Así cubrirá su deuda hacia mi señor Smith, soportando el peso de esta incertidumbre sobre sus hombros........ya no me debe nada. Fin de la parte 3 Publicado: 15:13 11/01/2012 · Etiquetas: · Categorías: Relatos
Pues ya estoy de vuelta con la segunda parte del relato. Como curiosidad comentar que en principio debía ser una historia dedicada al periodo navideño y haberla posteado en esas fechas, pero como suele pasar, el escrito creció por su cuenta y al final me llevó más tiempo del que creía. Además tengo una forma de escribir un poco rara, que consiste en que primero hago una especie de "esbozo" a mano, y más tarde lo paso al ordenador corrigiendo fallos y cambiando algunas cosas, por lo que gasto más tiempo del necesario.
Espero que os guste esta segunda parte y sigáis leyéndolo hasta el final. Un saludo. 2. Unos minutos después de que me acomodara en el asiento Athena regresó sujetando por la base una bandeja de cobre. Sobre ella reposaban dos tacitas humeantes de té, azucarero, y varios pastelillos de aspecto sabroso. Incluso había tenido el detalle de añadir al conjunto una botellita de agua. Colocó con naturalidad el contenido de la fuente en la mesilla, como haría una camarera profesional, con gestos calculados y precisos. Mientras yo bebía ávidamente de la botella ella tomó asiento en el sillón contiguo con una sonrisita cómplice. De entre los pliegues de su ropa extrajo un pequeño volumen blanco, semejante a los libros de bolsillo de los que me apropiaba ansiosamente entre viaje y viaje de negocios. - Tengo buenas noticias señor Smith, he encontrado su cuento – proclamó - Mi cuento? - pregunté, asiendo la tacita de té con una mano, y añadiendo dos terrones de azúcar blanco con la otra. - No de su propiedad, por supuesto. Las historias contenidas aquí no pueden abandonar su lugar de origen, piense en ello como en una biblioteca que no concede préstamos. - Entonces, solo puedo leerlo mientras me quede aquí, sentadito, y bebiendo este té, por cierto, delicioso – la elogié El semblante de Athena se iluminó de pura gratitud ante el cumplido. Me pasó el librito con un movimiento, a la vez que me acercaba un par de dulces. - Me alegra tanto que lo entienda señor Smith...no todos nuestros clientes se muestran tan comprensivos como usted. Algunos de ellos se rebelan, digamos, enérgicamente.- un estremecimiento recorrió su cuerpo durante un segundo. La tacita se detuvo a medio camino de mis labios. Podía imaginar la escena, personajes coléricos y dotados de la misma paciencia y empatía que una cebolla, que no dudarían en atropellarla o entregarse a la violencia más absurda para volver al mundo que consideraban “real”. Ratificando mis sospechas, Athena se masajeó el hombro derecho, pensativa. Aún no comprendía de qué iba este asunto, pero sentí pena por aquella damita extrovertida, confinada en una polvorienta librería a saber a cargo de qué. Decidí leer el librito que me había entregado y de ese modo complacerla, sospechando además que una vez lo hiciera no tendría problema alguno para marcharme, e incluso me obsequiaría con una de sus radiantes sonrisas. - Señor Smith, la historia que le corresponde es sucinta, y no le llevará mucho tiempo terminarla – de pronto parecía alicaída – le deseo que la disfrute cómodamente mientras yo me ocupo de otros asuntos. - Así lo haré, descuide – prometí, reparando en el título de la obra : “La ninfa y el gorrión”. Athena afirmó con la cabeza y se despidió de mi con calma, pero ya no sonreía, su mente estaba en otra parte. Me obsequié con otro suculento sorbo de aquél té de tintes afrutados y de un bocado engullí medio pastelito de chocolate. Tenía un hambre voraz, con las prisas por salir de casa ni siquiera me había parado a desayunar, el ya lejano café de Starbucks se erigía como todo el contenido de mi estómago hasta ese momento. Me repantingué en el sillón y sujeté el pequeño libro con las dos manos, asombrándome a mi mismo anhelando dar comienzo a la lectura, que decía así : “Érase una vez, en un frondoso bosque del fin del mundo.......” La ninfa y el gorrión. Érase una vez, en un frondoso bosque del fin del mundo, que habitaba una dulce y esbelta criatura, etérea como el viento y firme como la tierra, que deslizaba sus plateados cabellos por donde pisaba. La ninfa vivía de siempre en aquél maravilloso lugar, y su corazón no albergaba miedos ni penurias, pues era una con el bosque y todo lo que la rodeaba. Cada mañana se despertaba cantando las melodías sagradas de su gente, bailaba sobre la fragrante hierba con regocijo, y compartía sus abundantes viandas con todo animal que encontrara en su camino, exponiendo su cuerpo desnudo al sol, que otorgaba vida a todos los seres del mundo. Un día como cualquier otro, caminando sobre las aguas ensoñadoramente, arrivó inesperadamente a un recio muro, de un material nunca visto por ella antes, pues no era de madera o piedra, y su tacto era helado y rugoso. Apostado en la cima de aquélla muralla una extraña y diminuta criatura la observaba, curiosa. Era un pájaro también nunca antes visto, de plumaje modesto y tonos oscuros, ojillos negros y relucientes. El gorrión, pues ese era su nombre, contemplaba a la ingenua ninfa con malicia. Venía de un mundo duro y hostil que había amargado su carácter hasta tal punto que decidió, contra natura, desear vengarse de todos los que, según él, gozaban de una inmerecida vida fácil y colmada de felicidad. Prontamente descendió de su parapeto y se presentó ante la joven y tierna doncella, que lo recibió con genuino deleite, maravillándose ante tal singular ave. Pero el gorrión, hirviendo de envidia, no se dejó amedrentar por sus encantos, y mediante engaños y medias verdades inundó su cabeza de historias sobre el increíble mundo exterior que la esperaba más allá de su hermosa jaula. Un lugar sorprendente! - canturreó – a rebosar de aventuras! - le garantizó – donde tus más recónditas fantasías se convertirán en realidad – susurró. Se cuidó mucho el artero gorrión de enfrentar a la hermosa pero estúpida ninfa contra sus progenitores, a la vez que ocultaba su presencia de ellos. Le contaba, con pretendida indignación, cómo la habían enjaulado en ese anodino bosque, donde nunca ocurría nada, por puro egoísmo paternal y sin permitirle disfrutar verdaderamente de su existencia. La ninfa pronto soñó con viajar sobre sus pies o en los fenomenales y mágicos vehículos que el gorrión le describía con sumo detalle, explorando lugares completamente distintos, adornados con luces de brillo eterno y hogares que rascaban los cielos. Su obsesión alcanzó tales extremos que vivía cada día en agonía, repudiando los placeres que antes había considerado en tanta estima. La ninfa ya no cantaba, ya no bailaba, y dejó de amar a la madre naturaleza y su padre el Sol. El ave, tardía pero milagrosamente, comenzó a dudar de su malvadas acciones. Sin embargo, ya había girado la llave en la cerradura y abierto, imprudentemente, una puerta que no volvería a cerrarse jamás. La ninfa estaba decidida a saltar el pesado muro de cemento y cruzar al otro lado, donde unas tierras desconocidas y habitadas por un sinfín de peligros la acecharía sin descanso, hasta provocar su prematura muerte. El gorrión vislumbró un brillo sobrenatural de determinación en los dorados ojos de la dama de las aguas, percibiendo con casi absoluta certeza que su lugar no se encontraba en el idílico bosque que pisaban, y él, insignificante e insidiosa criatura, había sido guiado por un destino que se valió de su desgraciado y negro corazón para cumplir su cometido. Resuelto a velar por la joven y enmendar así el daño, que orientado o no por un poder superior, había causado, el gorrión condujo a la ninfa a través de un mundo oscuro y compuesto por numerosas desgracias e injusticias. La ninfa, que se vio convertida en una persona normal., no pocas veces lloró, no pocas veces gritó, y no pocas veces maldijo al pequeño pajarillo. Pero aún si se mantuvieron unidos y prosperaron en ese mundo; caminaron por sus calles, navegaron por sus mares y volaron por sus cielos, compusieron nuevas canciones con las que calentar sus corazones doloridos, bailaron hasta caer al suelo y rieron hasta perder el sentido, superaron múltiples obstáculos y obtuvieron recompensa a sus desvelados esfuerzos. Y cuando finalmente llegó su hora no sintieron remordimiento alguno, pues vivieron plenamente, y con la esperanza de aquél que nunca pierde de vista sus sueños. Fin de la parte 2 Publicado: 21:02 09/01/2012 · Etiquetas: · Categorías: Relatos
Muy buenas, estoy acabando un pequeño relato que me ha gustado bastante cómo ha resultado y me he decidido a compartirlo con vosotros. La historia no es muy larga, unas 10 páginas, pero sí es demasiado extenso para colgarlo de una vez en un blog, así que lo dividiré en 4 partes para que sea más ameno.
Espero que al menos os entretenga un rato y no se os haga pesado de leer, si os gusta ya iré posteando alguno que otro más, os pido disculpas de antemano si veis algún fallo que se me haya pasado en la escritura. PD: No sé por qué pero no me ha copiado los guiones de los diálogos, tengo que ponerlos todos uno por uno......grrrrr CUENTOS PARA TODOS 1. La nieve teñía de blanco el adoquinado en una típica estampa navideña mientras me encaminaba rápidamente al trabajo. Consulté el reloj con fingido interés, consciente de que inevitablemente llegaría tarde....de nuevo. Repasando rápidamente mi larga lista de subtergios para escabullirme de la mirada detractora de mi superior, me di cuenta de que en realidad poco me importaban aquéllos asuntos de los que debía hacerme cargo al llegar allí, para mi esa época de mi vida había acabado, o esa era la idea con la que intentaba convencerme a mi mismo hacía más de un año para dejar mi empleo en FinestElectrics. El metro avanzó, raudo, entre los túneles y vías subterráneas de siempre, con aquél sonido de fondo característico, confortable. Al alcanzar mi parada, un tropel de adolescentes prácticamente me atropellaron al intentar cruzar la puerta de salida, empujándome en una estúpida carrera por no quedarse el último. Al salir trastabillando al andén choqué con un último niño que portaba a sus espaldas una mochila tan gigantesca que no podía concebir cómo ni por qué aguantaba tal peso sobre sus hombres. Ese fue el insustancial pensamiento que pasó por mi cabeza durante la breve caída al suelo en la que me lastimé el codo izquierdo y el abrigo quedó hecho un asco. Sentí ganas de gritar improperios a todo volumen, allí mismo, ante la mirada de decenas de extraños, pero el joven se había introducido en el metro sin mirar atrás una sola vez, y éste ya se perdía de la vista en una serie de túneles tenebrosos. Nadie me miraba ni me prestaba la más mínima atención, así que me levanté como pude, frotándome el codo lastimado y sacudiéndome el polvo adherido al abrigo. Me agencié un enorme café para llevar del Starbucks más cercano e hice camino por las calles atestadas de estudiantes, amas de casa, ejecutivos y trabajadores varios, todos apresurándose en hora punta para alcanzar sus respectivos destinos a tiempo. Al esquivar un carrito de la compra ,que aceleraba acompañado de la escandalosa risa de un orondo infante y las advertencias de su sufrida madre, me di cuenta de que nada de esto tenía sentido, apresurándome como siempre para llegar a un trabajo que detestaba y pensaba abandonar desde aquél momento en que tuve....como lo diría, una especie de epifanía, tal vez producto del alcohol, lo admto, pero aún así ciertamente reveladora y que sentía de una importancia primordial en mi vida. Si la ignoraba y seguía aguantando día tras día este tipo de vida, qué sería de mi, me pregunté. Aminoré el paso inconscientemente, sintiéndome ligeramente desgraciado y rumiando cómo acabar de una vez con ese tipo de existencia. Incluso me fijé en los escaparetes de las tiendas por las que pasaba a diario pero nunca había reparado en su existencia, se alineaban comercios de muy diferente índole y categoría, construyendo todo un “collage” de estilos y formas. Me llamó poderosamente la atención una pequeña librería de colores escandalosos, tanto la puerta como el marco de la ventana dañaban la vista a través de tonos chillones de amarillo, naranja y rojo, pintados como si el autor de tal atrocidad, aburrido del trabajo, le hubiera entregado los pinceles a un niño para que diera rienda suelta a su imaginación. Me paré frente a la puerta del establecimiento, extrañamente atraído por tan extravagante visión, cómo era posible que no hubiera reparado en ella durante tantos años? - me pregunté. Es más, pensé, mirando a mi alrededor, por qué nadie más fijaba su vista en una parcela tan dolorosamente necesitada de atención? La tienda ,además, parecía ciertamente antigua, la madera se hallaba desportillada por algunas zonas, los cristales se veian sucios y arañados y el pomo de la entrada colgaba desmañadamente del resto de la puerta, oxidado. En la ventana, sin embargo, un papel blanquísimo destacaba entre toda la mugre, y en una caligrafía medio indescifrable que me hizo recordar mi letra durante los años de universidad, se leía: “cuentos para todas las ocasiones.”. Fruncí el ceño, embargado por varios sentimientos enfrentados. Por una parte me lamenté profundamente de tan poca visión comercial, imaginando que el gerente de la librería sería algún anciano adorable que contaba con poca, o ninguna, ayuda, de ahí – razoné- el estado tan lamentable del lugar. Pero también experimentaba un cálido sentimiento de familiaridad hacia aquélla sencilla frase , “cuentos para todas las ocasiones”, la repetí en mi cabeza varias veces, tal vez intentando encontrar un sentido oculto a tan poco atractivo eslogan. Un breve chasquido me extrajo de mis cavilaciones, aparté la vista del inapropiado cartelito y me fijé en que la puerta se había abierto levemente, filtrándose al exterior una suave luz anaranjada. Del interior surgío un enorme gato a rayas negras y blancas, que con movimientos pausados se volvió hacia mi meneando su peluda cola con desgana. Sus ojos pequeños, de un azul apagado y mirada soñolienta le daba un aire despistado, a lo que contribuían unos extensos bigotes y nariz aplastada. El felino emitió un efímero maullido a modo de saludo y acto seguido restregó su cabezota por mi pernera, dejando su marca a modo de extensos y blancos pelos que mágicamente brotaron de mis pantalones. El gatazo se alejó,indiferente, entre los callejones circundantes, y volví a quedarme solo en aquél extraño lugar. La puerta entreabierta resultaba tentadora, y en el exterior, parado sin más, la nieve comenzaba a empapar mis ropas y sencillamente me estaba helando, así que acaricié la posibilidad de calentarme un ratito dentro y de paso buscar algún libro para ocupar aquéllos momentos muertos en casa. Una vez cruzado el umbral, la temperatura se tornó sumamente cálida y el aire sobrecargado me envolvió tan súbitamente que mis dedos se cerraron sobre mi bufanda por instinto, aflojando sus extremos. El interior de la librería se hallaba en consonancia con el resto de la tienda; colores chillones tapizaban las superficies de paredes, techos e incluso estanterías, el suelo se componía de baldosas de diferentes tamaños y formas, y una suave pátina de polvo cubría cada rincón del establecimiento. Aquélla visión chocaba en primera instancia, dando una sensación de aleatoriedad extrema, pero si se observaba en conjunto, de alguna manera cobraba cierta armonía, como si aquél caos fuera simplemente fingido. Al girar la vista hacia un lado distinguí un pequeño escritorio abarrotado de papeles, libros y cachivaches varios, coronado por un ordenador muy antiguo y ruidoso, de pantalla de culo prominente. Una joven morena de cortos cabellos me miraba atentamente, apoltronada en un enorme sillón negro de oficina que no pegaba nada en ese ambiente. En su rostro se dibujó una sonrisa esplendorosa, llena de encanto, que contenía cierto alivio. -Me alegro de que por fin haya llegado señor Smith – me dijo – me estaba preocupando por usted, se entretuvo tanto tiempo en la puerta que no estaba segura de que fuera a lograrlo – se apartó un molesto mechón de la cara con una mano pálida como la porcelana, engalanada por dos brazaletes plateados – así que me tomé la libertad de enviar a Regordete a por usted, ya sabe, darle un empujoncito a la cosa – concluyó, mientras afilaba un lápiz con soltura. Durante unos segundos no supe qué contestar, la situación se había vuelto tan extraña que me quedé si habla, solo se me ocurrió ,en un principio, señalar lo evidente. -Disculpe, pero se equivoca, no soy el señor Smith -Es solo un apodo, no se alarme – me explicó a la vez que inspeccionaba de cerca el lápiz recién puesto a punto – a todos los clientes los llamamos así, en realidad aquí poco nos importan los nombres, pero vaya, de alguna forma he de nombrarle, no cree? -Supongo que sí – conseguí decir con disimulada tranquilidad. Lancé una mirada instintiva a la puerta, pensando si la chica se convertiría en un dragón furioso si intentaba cruzarla de vuelta. Como respondiendo a mi pregunta la señorita se levantó con un gesto hábil y de dos zancadas cerró la puerta de un manotazo. La cosa iba de mal en peor, miré el reloj de pulsera inútilmente, llevaba una hora de retraso respecto al trabajo, ninguna excusa iba a librarme de esta. -Nada de huir, señor Smith – me recriminó con voz risueña, señalándome con su dedo índice – si está aquí es por una razón, y hoy es su día de suerte, porque tenemos cuentos para todos – se detuvo un momento, midiendo con la mirada las innumerables hileras de obras apretujadas unas con otras – solo tengo que encontrar el correcto para usted – declaró -Cuentos para todas las ocasiones – recité, ensimismado -Así es ! , veo que lo va entendiendo. Pero la verdad es que no comprendía nada, sin embargo el calor era sofocante allí dentro, así que comencé a desprenderme de la ropa de abrigo; bufanda, guantes y chaqueta fueron recogidos prestamente por la jovencita y colgados de un vetusto perchero marrón, a medida que me los iba quitando. Me fijé en ella una vez más, no era de figura esbelta ni exhibía una belleza uniforme en su escasamente estilizado rostro, pero poseía una gracia innata en su andar y sus gestos, y una sonrisa de las que iluminan por sí solas una habitación. Vestía con sencillez; botas, pantalones ajustados negros y un suéter granate de cuello alto, que me hicieron preguntarme cómo soportaba aquélla temperatura con tal elección de prendas. La joven se acercó de nuevo y para mi sorpresa me arrebató rápidamente el reloj de pulsera, antes de que pudiera reaccionar. -Esto – me dijo, sosteniendo el reloj como si fuera un bicho asqueroso – se lo guardaré hasta su partida, no se inquite, no le pasará nada. -Menuda tienda más estrambótica! - estallé – ahora me dirá que los relojes no están permitidos! ,también tengo que entregarle mi móvil? Ella me lanzó una mirada fugaz, y acto seguido depositó el artefacto en un cajón, que cerró con llave. -Claro que no señor Smith, no sea absurdo, su móvil no me interesa para nada, puede quedárselo. Por cierto, me llamo Athena. -Athena?, como la diosa de la sabiduría? -La misma – contestó – fue una especie de broma por parte de mi abuelo, pero puede llamarme como prefiera, incluso si es un maleducado y me grita “hey tú!”, yo acudiré en su ayuda, porque es mi trabajo – afirmó con orgullo. -Tengo que sentarme – murmuré, aturullado. -Por supuesto, con su permiso le prepararé un té, y mientras descansa y se relaja, yo buscaré el libro apropiado para usted – y se marchó con aquéllos andares firmes pero elegantes. Sin saber qué más hacer, vagué entre los atestados pasillos del lugar buscando algún mueble donde dejarme caer. El espacio se encontraba aprovechado al máximo, apenas existía un camino definido por donde avanzar entre la maraña de papel, madera y libros que poblaban hasta el último rincón de la librería. Las encuadernaciones de los ejemplares seguían todas un mismo patrón de colores planos, con el título grabado en letras sencillas y funcionales, incapaces de transmitir nada más que indiferencia. Todos ellos parecían narraciones o pequeñas historias, aunque no figuraba el nombre del autor en ningún volumen, Finalmente discurrí que en aquél lugar solo vendían cuentos, tal como anunciaba el cartelito de la entrada. Abriéndome paso entre los demasiado cercanos estantes, a veces de lado, en otras ocasiones saltando montones de libros desperdigados por los suelos, llegué a un claro que se asemejaba a un reducido salón improvisado, compuesto por una mesilla redonda cubierta por un mantel de tonos pastel demasiado grande, que caía en cascada desde los bordes, y un par de sillones azules destrozados por la parte del respaldo, muy probablemente obra de Regordete. El suelo se hallaba protegido por una moqueta apolillada, de un verde apagado. Agradecido, me derrumbé en uno de los sillones, descargando de golpe todo el cansancio acumulado durante aquélla horrenda mañana; las prisas, la caída en el metro, las dudas sobre qué camino seguir en un futuro que tenía dos salidas y muy pocas opciones reales, y por último, aquélla tiendecita de apariencia insólita y contenido aún más surrealista. Sentado en aquélla butaca a la espera de que la joven diosa de la sabiduría me trajera un té y un relato “apropiado” para mi, me pregunté si no estaría soñando aún, tal vez me hubiera quedado dormido esta mañana, abrazando al silenciado despertador, o puede que el porrazo de camino al trabajo se hubiera cobrado mi consciencia. El caso es que nada parecía real. Fin de la parte 1 |
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