Publicado: 12:32 13/01/2012 · Etiquetas: · Categorías: Relatos
3.
Mis manos cerraron el níveo librito de bolsillo, sujetándolo con innecesaria fuerza. Una desacostumbrada calidez arreció en mi pecho, empañando mi visión momentáneamente. El relato era conciso, tal como me había comentado Athena, las páginas restantes se hallaban en blanco, quizás esperando a que alguien más necesitara de ellas para cobrar vida. Acomodé el ejemplar sobre la modesta mesita y me lleve de nuevo el té a los labios, que ya se había enfriado. Aún asi me lo bebí entero y di cuenta del pastelito mordisqueado, aunque en mi estado actual de ánimo me supo amargo y pastoso. Unos andares acompasados me anunciaron que Athena venía a mi encuentro, activada por un resorte invisible. Se sentó en el sillón contiguo con Regordete en los brazos, dejando vagar su vista por el lugar, como si valorara mentalmente el contenido del mismo. Sus delicadas manos acariciaban ausentemente al felino, que se había enroscado sobre sí mismo y ronroneaba satisfecho en su regazo. - Nunca tuve la intención de saltar el muro – murmuré, fijando la vista en el techo - Lo sé – respondió ella en un tono igualmente comedido Las palabras se atragantaron en mi garganta, su exteriorización imposibilitada por la corriente de sentimientos que me ahogaba. Cuándo fue la última vez que derramé una lágrima – pensé – pero no pude recordarlo. - Sé lo que debo hacer, pero tengo miedo – confesé – me he acurrucado durante tanto tiempo en un refugio perdido en mi imaginación que ya no recordaba qué significa luchar por lo que quieres, o vivir por ello - Señor Smith, míreme por favor – me pidió, y yo obedecí – hay algo que debe saber, yo misma escribí este cuento - Usted? - pregunté inútilmente, sin saber qué más decir. - Así es, en realidad todas las historias que pueblan este lugar han sido escritas por mi, y antes de mi por mi abuelo, que ya no se encuentra con nosotros. - Lo siento mucho – me compadecí, pero ella se encogió de hombros y esbozó una tímida sonrisa. - No se preocupe, Regordete siempre está conmigo – dijo mientras estrechaba al gatazo entre sus brazos, que emitió un casi inaudible maullido como confirmación – y tengo muchos visitantes que necesitan de mis servicios - Como yo – confirmé, sintiendo que con su ayuda las nubes de mi consciencia comenzaban a dispersarse, permitiendo que finos rayos de luz iluminaran en parte mi camino Atisbé de nuevo el austero libro sobre la mesa, realmente me había sido de mucha ayuda, pero aún existía una parte importante de toda aquél entramado que no conseguía comprender. - Por qué yo – le pregunté Inmediatamente un pesado y ominoso silencio se apoderó de nuestro humilde claro en el bosque. Athena se mordió el labio inferior con indecisión, debatiéndose entre sentimientos encontrados, pero finalmente se decidió a responder. - Porque llegará un momento en que tenga un papel importante que desempeñar, señor Smith – las palabras se me clavaron en la piel, evocando una expresión reciente, e idéntica – yo tan solo le he abierto la puerta, como un instrumento..... - ….....del destino – terminé. Así que a eso se reducía todo, solo era una marioneta a la que ella había tirado de los hilos, movida por algún propósito desconocido. Me levanté de un salto, profundamente alterado y derribando el contenido de la mesa en el proceso, pero Athena ni siquiera se inmutó, como si esperara esa misma reacción. El gato, por el contrario, saltó instintivamente ante la agresión impulsado por sus fuertes músculos, y después de bufarme con rabia se marchó apresuradamente, buscando un lugar de descanso más adecuado. - Esperaba que no me preguntara por eso. Sinceramente, todo hubiera sido más sencillo.- ella también se levantó, sin dirigir ni una sola mirada al desastre que yo había causado, y girándose de espaldas a mi, se encaminó hacia la puerta, dando por concluido el asunto. Pero yo no podía marcharme sin más después de aquél engaño, quería respuestas, y en aquél momento de ira ciega me encontraba determinado a conseguirlas, al precio que fuera. Corrí tras ella, acortando la distancia en cuestión de segundos. Mi mano se cerró como una tenaza sobre su hombro derecho, tirando de ella hacia mi a la fuerza. “Su hombro herido” - pensé en el último instante, cuando contemplé cómo su rostro se desfiguraba por el dolor. Athena contuvo un lastimoso gemido y consiguió liberarse de mi presa, pero perdió el equilibrio y chocó contra una de las serpenteantes estanterías, que, cual castigo divino, derramó toda una lluvia de libros sobre nosotros; libros pequeños y grandes, de todos los colores del arco iris, libros que ella escribió para conducir a sus legítimos dueños hacia su destino. Un pesado fajo de hojas encuadernado de negro se estampó contra mi nuca haciéndome caer también al suelo. Literalmente resultamos semienterrados por el arsenal interminable de obras, que descendió sobre nosotros como una riada de papel y polvo. Oí cómo Athena se debatía por liberarse y se las arreglaba para sentarse apoyada de espaldas al ahora sensiblemente más ligero mueble. Sollozaba débilmente y su respiración era acelerada, descendiendo paulatinamente de ritmo a medida que recuperaba el control. La vergüenza me enredó con un manto férreo, impidiéndome reaccionar. Aquélla experiencia – razoné – constituía el estímulo necesario por el que había rezado durante años, el impulso que me extaería de un estancamiento acomodado y me permitiría afrontar la vida tal como siempre había deseado, pero a la que nunca había tenido el valor de aspirar. Realmente importaba si mis objetivos personales eran parte del destino, o viceversa? - Señor Smith – su voz me alcanzó desde algún lugar lejano, traspasando cientos de historias – yo no tengo las respuestas que busca, la vida es una lucha constante plagada de arbitrarias derrotas y sueños mancillados, pero no es de color blanco o negro. A veces los cobardes triunfan sobre los fuertes, y las consecuencias de ello no son siempre desfavorables, el rey justo acarrea la desgracia al reino, el intrépido guardián aflige a la persona equivocada. Usted puede pensar que su situación es injusta, pero las cosas no son siempre como queremos, y sin embargo, la elección final es solo suya, pues existen incontables resultados y formas de moldear la realidad. Y por encima de todo, debe comprender que siempre hay un precio. Así cubrirá su deuda hacia mi señor Smith, soportando el peso de esta incertidumbre sobre sus hombros........ya no me debe nada. Fin de la parte 3 0 comentarios :: Enlace permanente
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