Offline Den
Publicado: 21:02 09/01/2012 · Etiquetas: · Categorías: Relatos
Muy buenas, estoy acabando un pequeño relato que me ha gustado bastante cómo ha resultado y me he decidido a compartirlo con vosotros. La historia no es muy larga, unas 10 páginas, pero sí es demasiado extenso para colgarlo de una vez en un blog, así que lo dividiré en 4 partes para que sea más ameno.

Espero que al menos os entretenga un rato y no se os haga pesado de leer, si os gusta ya iré posteando alguno que otro más, os pido disculpas de antemano si veis algún fallo que se me haya pasado en la escritura.

PD: No sé por qué pero no me ha copiado los guiones de los diálogos, tengo que ponerlos todos uno por uno......grrrrr

CUENTOS PARA TODOS

1.

La nieve teñía de blanco el adoquinado en una típica estampa navideña mientras me encaminaba rápidamente al trabajo. Consulté el reloj con fingido interés, consciente de que inevitablemente llegaría tarde....de nuevo. Repasando rápidamente mi larga lista de subtergios para escabullirme de la mirada detractora de mi superior, me di cuenta de que en realidad poco me importaban aquéllos asuntos de los que debía hacerme cargo al llegar allí, para mi esa época de mi vida había acabado, o esa era la idea con la que intentaba convencerme a mi mismo hacía más de un año para dejar mi empleo en FinestElectrics.

El metro avanzó, raudo, entre los túneles y vías subterráneas de siempre, con aquél sonido de fondo característico, confortable. Al alcanzar mi parada, un tropel de adolescentes prácticamente me atropellaron al intentar cruzar la puerta de salida, empujándome en una estúpida carrera por no quedarse el último. Al salir trastabillando al andén choqué con un último niño que portaba a sus espaldas una mochila tan gigantesca que no podía concebir cómo ni por qué aguantaba tal peso sobre sus hombres. Ese fue el  insustancial pensamiento que pasó por mi cabeza durante la breve caída al suelo en la que me lastimé el codo izquierdo y el abrigo quedó hecho un asco. Sentí ganas de gritar improperios a todo volumen, allí mismo, ante la mirada de decenas de extraños, pero el joven se había introducido en el metro sin mirar atrás una sola vez, y éste ya se perdía de la vista en una serie de túneles tenebrosos.

Nadie me miraba ni me prestaba la más mínima atención, así que me levanté como pude, frotándome el codo lastimado y sacudiéndome el polvo adherido al abrigo. Me agencié un enorme café para llevar del Starbucks más cercano e hice camino por las calles atestadas de estudiantes, amas de casa, ejecutivos y trabajadores varios, todos apresurándose en hora punta para alcanzar sus respectivos destinos a tiempo.  Al esquivar un carrito de la compra ,que aceleraba acompañado de la escandalosa risa de un orondo infante y las advertencias de su sufrida madre, me di cuenta de que nada de esto tenía sentido, apresurándome como siempre para llegar a un trabajo que detestaba y pensaba abandonar desde aquél momento en que tuve....como lo diría, una especie de epifanía, tal vez producto del alcohol, lo admto, pero aún así ciertamente reveladora y que sentía de una importancia primordial en mi vida. Si la ignoraba y seguía aguantando día tras día este tipo de vida, qué sería de mi, me pregunté.

Aminoré el paso inconscientemente, sintiéndome ligeramente desgraciado y rumiando cómo acabar de una vez con ese tipo de existencia. Incluso me fijé  en los escaparetes de las tiendas por las que pasaba a diario pero nunca había reparado en su existencia, se alineaban comercios de muy diferente índole y categoría, construyendo todo un “collage” de estilos y formas. Me llamó poderosamente la atención una pequeña librería de colores escandalosos, tanto la puerta como el marco de la ventana dañaban la vista a través de tonos chillones de amarillo, naranja y rojo, pintados como si el autor de tal atrocidad, aburrido del trabajo, le hubiera entregado los pinceles a un niño para que diera rienda suelta a su imaginación.  Me paré frente a la puerta del establecimiento, extrañamente atraído por tan extravagante visión, cómo era posible que no hubiera reparado en ella durante tantos años? - me pregunté. Es más, pensé, mirando a mi alrededor, por qué nadie más fijaba su vista en una parcela tan dolorosamente necesitada de atención?

La tienda ,además, parecía ciertamente antigua, la madera se hallaba desportillada por algunas zonas, los cristales se veian sucios y arañados y el pomo de la entrada colgaba desmañadamente del resto de la puerta, oxidado.  En la ventana, sin embargo, un papel blanquísimo destacaba entre toda la mugre, y en una caligrafía medio indescifrable que me hizo recordar mi letra durante los años de universidad, se leía: “cuentos para todas las ocasiones.”. Fruncí el ceño, embargado por varios sentimientos enfrentados. Por una parte me lamenté profundamente de tan poca visión comercial, imaginando que el gerente de la librería sería algún anciano adorable que contaba con poca, o ninguna, ayuda, de ahí – razoné- el estado tan lamentable del lugar. Pero también experimentaba un cálido sentimiento de familiaridad hacia aquélla sencilla frase , “cuentos para todas las ocasiones”, la repetí en mi cabeza varias veces, tal vez intentando encontrar un sentido oculto a tan poco atractivo eslogan. Un breve chasquido me extrajo de mis cavilaciones, aparté la vista del inapropiado cartelito y me fijé en que la puerta se había abierto levemente, filtrándose al exterior una suave luz anaranjada.

Del interior surgío un enorme gato a rayas negras y blancas, que con movimientos pausados se volvió hacia mi meneando su peluda cola con desgana. Sus ojos pequeños, de un azul apagado y mirada soñolienta le daba un aire despistado, a lo que contribuían unos extensos bigotes y nariz  aplastada. El felino emitió un efímero maullido a modo de saludo y acto seguido restregó su cabezota por mi pernera, dejando su marca a modo
de extensos y blancos pelos que mágicamente brotaron de mis pantalones. El gatazo se alejó,indiferente, entre los callejones circundantes, y volví a quedarme solo en aquél extraño lugar. La puerta entreabierta resultaba tentadora, y en el exterior, parado sin más, la nieve comenzaba a empapar mis ropas y sencillamente me estaba helando, así que acaricié la posibilidad de calentarme un ratito dentro y de paso buscar algún libro para  ocupar aquéllos momentos muertos en casa.

Una vez cruzado el umbral, la temperatura se tornó sumamente cálida y el aire sobrecargado me envolvió tan súbitamente que mis dedos se cerraron sobre mi bufanda por instinto, aflojando sus extremos. El interior de la librería se hallaba en consonancia con el resto de la tienda; colores chillones tapizaban las superficies de paredes, techos e incluso estanterías, el suelo se componía de baldosas de diferentes tamaños y formas, y una suave pátina de polvo cubría cada rincón del establecimiento. Aquélla visión chocaba
en primera instancia, dando una sensación de aleatoriedad extrema, pero si se observaba en conjunto, de alguna manera cobraba cierta armonía, como si aquél caos fuera simplemente fingido. Al girar la vista hacia un lado distinguí un pequeño escritorio abarrotado de papeles, libros y cachivaches varios, coronado por un ordenador muy antiguo y ruidoso, de pantalla de culo prominente.

Una joven morena de cortos cabellos me miraba atentamente, apoltronada en un enorme sillón negro de oficina que no pegaba nada en ese ambiente. En su rostro se dibujó una sonrisa esplendorosa, llena de encanto, que contenía cierto alivio.

-Me alegro de que por fin haya llegado señor Smith – me dijo – me estaba preocupando por usted, se entretuvo tanto tiempo en la puerta que no estaba segura de que fuera a lograrlo – se apartó un molesto mechón de la cara con una mano pálida como la porcelana, engalanada por dos brazaletes plateados – así que me tomé la libertad de enviar a Regordete a por usted, ya sabe, darle un empujoncito a la cosa – concluyó, mientras afilaba un lápiz con soltura.

Durante unos segundos no supe qué contestar, la situación se había vuelto tan extraña que me quedé si habla, solo se me ocurrió ,en un principio, señalar lo evidente.

-Disculpe, pero se equivoca, no soy el señor Smith

-Es solo un apodo, no se alarme – me explicó a la vez que inspeccionaba de cerca el lápiz recién puesto a punto – a todos los clientes los llamamos así, en realidad aquí poco nos importan los nombres, pero vaya, de alguna forma he de nombrarle, no cree?

-Supongo que sí – conseguí decir con disimulada tranquilidad. Lancé una mirada instintiva a la puerta, pensando si la chica se convertiría en un dragón furioso si intentaba cruzarla de vuelta.

Como respondiendo a mi pregunta la señorita se levantó con un gesto hábil y de dos zancadas cerró la puerta de un manotazo. La cosa iba de mal en peor, miré el reloj de pulsera inútilmente, llevaba una hora de retraso respecto al trabajo, ninguna excusa iba a librarme de esta.

-Nada de huir, señor Smith – me recriminó con voz risueña, señalándome con su dedo índice – si está aquí es por una razón,  y hoy es su día de suerte, porque tenemos cuentos para todos – se detuvo un momento, midiendo con la mirada las innumerables hileras de obras apretujadas unas con otras – solo tengo que encontrar el correcto para usted – declaró

-Cuentos para todas las ocasiones – recité, ensimismado

-Así es ! , veo que lo va entendiendo.

Pero la verdad es que no comprendía nada, sin embargo el calor era sofocante allí dentro, así que comencé a desprenderme de la ropa de abrigo; bufanda, guantes y chaqueta fueron recogidos prestamente por la jovencita y colgados de un vetusto perchero marrón, a medida que me los iba quitando. Me fijé en ella una vez más, no era de figura esbelta ni exhibía una belleza uniforme en su escasamente estilizado rostro, pero poseía una gracia innata en su andar y sus gestos, y una sonrisa de las que iluminan por sí solas una habitación. Vestía con sencillez; botas, pantalones ajustados negros y un suéter granate de cuello alto,  que me hicieron preguntarme cómo soportaba aquélla temperatura con tal elección de prendas.

La joven se acercó de nuevo y para mi sorpresa me arrebató rápidamente el reloj de pulsera, antes de que pudiera reaccionar.

-Esto – me dijo, sosteniendo el reloj como si fuera un bicho asqueroso – se lo guardaré hasta su partida, no se inquite, no le pasará nada.

-Menuda tienda más estrambótica! - estallé – ahora me dirá que los relojes no están permitidos! ,también tengo que entregarle mi móvil?

Ella me lanzó una mirada fugaz, y acto seguido depositó el artefacto en un cajón, que cerró con llave.

-Claro que no señor Smith, no sea absurdo, su móvil no me interesa para nada, puede quedárselo. Por cierto, me llamo Athena.

-Athena?, como la diosa de la sabiduría?

-La misma – contestó – fue una especie de broma por parte de mi abuelo, pero puede llamarme como prefiera, incluso si es un maleducado y me grita  “hey tú!”, yo acudiré en su ayuda, porque es mi trabajo – afirmó con orgullo.

-Tengo que sentarme – murmuré, aturullado.

-Por supuesto, con su permiso le prepararé un té, y mientras descansa y se relaja, yo buscaré el libro apropiado para usted – y se marchó con aquéllos andares firmes pero elegantes.

Sin saber qué más hacer, vagué entre los atestados pasillos del lugar buscando algún mueble donde dejarme caer.  El espacio se encontraba aprovechado al máximo, apenas existía un camino definido por donde avanzar entre la maraña de papel, madera y libros que poblaban hasta el último rincón de la librería. Las encuadernaciones de los ejemplares seguían todas un mismo patrón de colores planos, con el título grabado en letras sencillas y funcionales, incapaces de transmitir nada más que indiferencia. Todos ellos parecían narraciones o pequeñas historias, aunque no figuraba el nombre del autor en ningún volumen, Finalmente discurrí que en aquél lugar solo vendían cuentos, tal como anunciaba el cartelito de la entrada.

Abriéndome paso entre los demasiado cercanos estantes, a veces de lado, en otras ocasiones saltando montones de libros desperdigados por los suelos, llegué a un claro que se asemejaba a un reducido salón improvisado, compuesto por una mesilla redonda cubierta por un mantel de tonos pastel demasiado grande, que caía en cascada desde los bordes,  y un par de sillones azules destrozados por la parte del respaldo, muy probablemente obra de Regordete. El suelo se hallaba protegido por una moqueta apolillada, de un verde apagado.

Agradecido, me derrumbé en uno de los sillones, descargando de golpe todo el cansancio acumulado durante aquélla horrenda mañana; las prisas, la caída en el metro, las dudas sobre qué camino seguir en un futuro que tenía dos salidas y muy pocas opciones reales, y por último, aquélla tiendecita de apariencia insólita y contenido aún más surrealista.
Sentado en aquélla butaca a la espera de que la joven diosa de la sabiduría me trajera un té y un relato “apropiado” para mi, me pregunté si no estaría soñando aún, tal vez me hubiera quedado dormido esta mañana, abrazando al silenciado despertador, o puede que el porrazo de camino al trabajo se hubiera cobrado mi consciencia.
El caso es que nada parecía real.

Fin de la parte 1
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